25-12-2024 Natividad del Señor
08/09/2022

Homilía: Natividad de la Virgen María Ntra. Sra. del Pino 2022


Homilía  en la fiesta de la Natividad

de la Virgen María Ntra. Sra. del Pino,

Patrona de Gran Canaria

 

Jueves 8 de Septiembre de 2022

 

Excmo. Obispo auxiliar, Excmos. Vicarios episcopales, Cabildo Catedral, Sr. Párroco y Coadjutor de esta Parroquia y Basílica de Nuestra Señora del Pino, Sacerdotes Concelebrantes, religiosos, religiosas, seminaristas.

Excmo. Sr. Presidente del Gobierno de Canarias que ostenta la representación de su Majestad el Rey Felipe VI, Excmo. Sr. Presidente del Parlamento, Sr. Delegado del Gobierno, Excmo. Sr. Presidente del Cabildo, Sr  Alcalde y Corporación Municipal de Teror; Sra. Alcaldesa de Candelaria en la isla de Tenerife, Sres. alcaldes y alcaldesas de la Isla de Gran Canaria, dignísimas Autoridades civiles y militares; Representantes de diversas Instituciones locales; devotos y hermanos todos, especialmente a los que no podéis  estar presente y seguís esta celebración por los medios de comunicación a los que agradecemos su presencia y su servicio.

            María nuestra esperanza

Hoy hemos venido a venerar a la Virgen del Pino como Patrona de Gran Canaria y de nuestra Diócesis. Hablar de Patrona es lo mismo que decir que Ella es nuestra defensora y nuestra protectora. Es la que nos cuida, la que nos protege, la que nos ampara y nos ayuda. No solamente en las circunstancias extraordinarias, sino en todos los momentos de nuestra vida. Es eso lo que confirman tantos peregrinos que vienen a lo largo del año  y en especial en este día de su cumpleaños a visitar a la Virgen del Pino trayéndole sus gozos, sus alegrías, sus plegarias y sus penas.

Es por ello que tras unos años sin poder manifestar y celebrar con júbilo la fiesta de nuestra Madre vengamos con más ilusión a su encuentro. Incluso, podemos decir que hoy, ante la turbulencia cultural en la que estamos inmersos, los aires de guerra en Europa y la crisis que ha provocado el COVID es más necesario que nunca.

De hecho vivimos en unos tiempos en los que se va generalizando cada vez más el pensamiento que considera que “no hay nada definitivo” y que deja como última medida “el propio yo y sus caprichos”, destruyendo peligrosamente valores fundamentales e imprescindibles para una convivencia sana en la sociedad, creando una sensación de inestabilidad en todos los órdenes de la vida.

Así vemos amenazado, el valor absoluto de la persona humana -varón y mujer- “creados a imagen de Dios”, en relación complementaria e iguales en su dignidad. Igualmente el valor fundamental de la vida humana, el deber que tenemos de cuidarla, defenderla y promoverla; sobre todo, de la violencia estructural, que en estos momentos de crisis golpea a los sectores más vulnerables de nuestra sociedad, como son los pobres y los migrantes.

A  su vez, qué dolor provoca ver a los jóvenes, expuestos a las nuevas esclavitudes de las que habla el Papa Francisco (droga, pornografía, nuevas tecnologías, etc), víctimas de la inmadurez e irresponsabilidad de algunos adultos que no buscan caminos educativos capaces de hacerse cargo de este flagelo. A esto se suma la violencia que legitima la eliminación de la vida del niño por nacer, de los enfermos carentes de unos buenos cuidados paliativos y la posibilidad de abortar a las menores sin contar con los padres. Cuanta hipocresía pedir una autorización para ir de excursión en los colegios y poder abortar sin los padres. Cuanta falsedad pedir receta médica para comprar “algidol” o antibióticos y dar unos choques hormonales a niñas sin control, fomentando la irresponsabilidad y sin hablar de las consecuencias psicológicas y biológicas que ello puede originar.

Todo esto nos entristece y queremos compartirlo en esta mañana con la Santísima Virgen. Pero no para entrar en el pesimismo, sino todo lo contrario para que Ella nos abra el camino de la esperanza: para dejarnos mirar por su cara, que nos alienta a emprender de nuevo el trabajo de la evangelización de nuestro pueblo, que no es más que mostrar claramente que Dios es un Dios “rico en misericordia”, que se nos presenta como un niño en brazos de su Madre para no avasallarnos y para seducirnos con su dulzura y humildad.

Aquí estamos Santísima Virgen del Pino para que nos enseñes a mostrar a la humanidad que la vida es la gracia más grande que podemos recibir. Y lo peor que nos puede pasar es olvidar que la vida es un don de Dios, que nos creó a su imagen y nos rescató por Jesucristo del pecado y de la muerte al alto precio de la cruz. Cuando se olvida que la vida es un regalo de Dios, ya no hay a quién serle fiel. La ausencia de fidelidad permite sólo acuerdos pasajeros entre soledades sin proximidad. Por eso, una sociedad sin Dios, es una sociedad de personas solitarias, egoístas y agresivas donde los débiles sobran.

Es por ello que de la mano de María estamos llamados a introducirnos en este mundo que aprisiona al ser humano en la cárcel del individualismo y lo introduce en la economía del descarte, para ayudarle a vivir en verdad, igualdad y solidaridad. Hoy al igual que ayer el mundo necesita encontrase con hombres y mujeres que vivan la libertad de los Hijos de Dios, manifestando que no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Hoy más que nunca, como no se cansa de repetir el papa Francisco, tenemos que ser una Iglesia en salida que lleve la luz del evangelio a todos. Hoy más que nunca es urgente recuperar la convicción de que la fe en el Dios de Jesucristo es fundamento de la auténtica libertad y condición esencial para un desarrollo equitativo y justo de la sociedad. Porque el Dios cristiano no es un Dios lejano y solitario. Es Jesucristo, el Hijo de Dios, que se hizo carne en María, cercano y hermano de todos los hombres y mujeres.  En ella, la Virgen hecha Iglesia, junto a la cruz, somos engendrados, ya no como individuos aislados, sino como Pueblo de Dios, hermanos y hermanas en Jesús y con Él hijos de Dios.

            María nuestra Madre

Por otra parte, en este día de la Natividad de María la iglesia nos invita a contemplar su MATERNIDAD.

 

Ella, como hemos escuchado en el Evangelio es la Madre de Jesucristo, el Hijo Único de Dios. Por eso en esta mañana, a los pies de Nuestra Señora del Pino, profundizaremos sobre esta afirmación central de la fe de la Iglesia sobre María, definida dogmáticamente en el Concilio de Éfeso (431): MARÍA ES VERDADERAMENTE LA MADRE DE DIOS.

La maternidad de María no sólo es un lazo físico, sino que como toda maternidad humana rebasa ampliamente los contornos de un hecho biológico para convertirse en comunión interpersonal que une los destinos de la Madre al Hijo. La maternidad física, como vemos en el relato de la Anunciación no es lo primero, sino que como dice S. Agustín "el Ángel anuncia, la Virgen oye, cree y concibe". Primero la fe en el corazón y luego la fecundidad en su seno de Madre. Por tanto, la maternidad de María implica ser discípula (vínculo espiritual) y madre. ¿Qué implica para nuestra vida creer y vivir la maternidad de María?

A la luz de María, en primer lugar, deducimos claramente que la fe es un encuentro, una adhesión a una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva a vivir el amor. El acto de fe no es mero resultado del esfuerzo de la inteligencia, sino que es fruto de la sencillez de corazón expresada en la oración y en el deseo de Dios que tan bellamente lo expresó María diciendo “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”; y tan humildemente lo vivió San José aceptando la custodia de María y del Niño y poniendo toda su vida al servicio del proyecto salvífico de Dios.

Al mismo tiempo, contemplando a María descubrimos que Dios ha querido llevar a cabo la obra salvadora a través de algo tan específicamente femenino como es la maternidad, lo que implica un ennoblecimiento y una elevación de la maternidad humana. Esto implica que la maternidad debe ser parte esencial de todo programa de promoción de la mujer. A la hora del trabajo no se le deben poner trabas por su maternidad, sino favorecerla. La sociedad o el estado debe ayudar económicamente a aquellas mujeres que quieran dedicarse sólo a ejercer su maternidad y no obligar a la mujer a tener que trabajar para poder tirar adelante con su casa en un mundo cada vez más materialista; se debe favorecer las ayudas por tener hijos.

La maternidad es un don y una responsabilidad. Es un don y no una desgracia como quiere hacernos ver la cultura de la muerte donde ya no se escucha bendito el fruto de tu seno, sino rechaza el fruto de tu seno: aborta.

Por otra parte, hablar de madre es hablar de maestra. Es mirar a María que, como buena Madre, nos da siempre una lección no con muchas palabras, sino con muchos hechos de amor.

Así, la primera vez que aparece en la vida pública de su Hijo, la Virgen María nos enseña a estar atentos, con una mirada delicada para descubrir lo que el hermano necesita diciéndole a su Hijo “No tienen vino”, acercando las necesidades del hermano al Señor; pero también acercando al hermano necesitado a Jesús.

Ella nos muestra cómo compartir no es sólo una acción con la que doy algo de mis bienes, sino que es una actitud de vida que nace del hacerme solidario con el otro. Compartir es dar al otro mi propia vida pues siento la vida del otro como propia.

            María no se limita a socorrer al hermano en su necesidad material, también la Virgen comparte su fe, invita a creer y confiar en Jesús: “Hagan todo lo que les diga” sabiendo que su Hijo es la clave para que el agua del egoísmo se transforme en el vino del amor y la alegría.

Es eso lo que necesita nuestra sociedad: muchos hombres y mujeres que le digan cada día a María: enséñanos a compartir. Ayúdanos a edificar la familia, danos fuerzas para poner nuestras vidas al servicio de la caridad, sensibiliza nuestra vida para atender a los pobres, abre nuestros corazones para acoger a los inmigrantes, suscita políticos que abandonen ideologías de despachos y busquen el bien común.

Al final de la vida de su Hijo, En la cruz, de nuevo vemos a María como la verdadera Madre que, al igual que a San Juan, nos invita a cogernos de su mano para no huir ante las dificultades, sino que sintiéndola como una Madre cercana nos lancemos a llevar esa “sabiduría de la cruz” a la humanidad.   Sabiduría de la cruz que implica llenar el mundo de amor a los débiles, a los pobres, a los enfermos, a los que no cuentan. Es eso lo que necesita nuestra sociedad hombres y mujeres que beban del costado de su Hijo para construir un mundo más justo. Es ese el mejor antídoto contra el virus del COVID, decía el Papa Francisco y es esa la fuerza para afrontar las dificultades de la crisis económica que está originando la guerra de Ucrania.

Por lo tanto, queridos hermanos y amantes devotos de nuestra celestial Patrona, que Ella  “que supo decir «sí» a la voluntad de Dios, y nos enseña como nadie la fidelidad a su divino Hijo, al que siguió hasta su muerte en la cruz”  nos conceda un corazón puro y virginal que no antepone sus propios criterios a los planes de Dios, sino que obedece dócilmente su Palabra para hacerla vida en la propia vida, haciendo de ella “un culto agradable a Dios” (cf Rm 12,1) para el bien de nuestros hermanos.

Ponemos en sus manos nuestros deseos y necesidades personales, y especialmente le pedimos, uniéndonos al Papa Francisco, por la paz en Ucrania y le suplicamos a su Hijo que ablande los corazones endurecidos de los poderosos de este mundo para que abran caminos de paz y perdón en las tierras de Europa y del mundo. Al mismo tiempo, le confiamos las ilusiones y proyectos de esta gran familia de Gran Canaria que se siente unida en torno a la imagen querida y entrañable de Ntra. Sra. Del Pino. Permitidme que en nuestra oración de súplica le encomiende sobre todo a los enfermos; con un mensaje especial a todos los que, gracias a los medios de comunicación social, están siguiendo también fervorosamente esta celebración.

A vosotros, pues, que estáis en la Cruz del lecho de la enfermedad, os invito a apoyaros en María como lo hizo San Juan. Y en la comunión del mismo Espíritu, nos dirigimos a Nuestra Santísima Virgen diciéndole:

“Santa María, Madre de Dios, Nuestra Señora del Pino enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia el Reino de tu Hijo. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino”. Amén

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