17-10-2025 Viernes, XXVIII semana - tiempo ordinario
17/10/2025

Entrevista a Juan Jesús García, delegado para el Clero


Tras el servicio entregado durante estos años por Miguel Lantigua, el obispo ha nombrado a Juan Jesús García como nuevo delegado para el Clero de la diócesis de Canarias. Una tarea que implica acompañar a los sacerdotes en su misión pastoral, favoreciendo también la comunión y el cuidado fraterno. 

Asume usted ahora la delegación para el Clero. Cuando recibió esta encomienda del obispo, ¿qué sentimientos y pensamientos pasaron por su corazón?

Al principio, cuando me lo comunicaron, desconcierto y sensación de carga: "A ver de dónde saco tiempo para esto...". Pero después, una gran ilusión porque siempre he pensado que es una tarea preciosa y necesaria la atención al clero diocesano. Es una de las primeras responsabilidades del Obispo vivir y cuidar su paternidad con el presbiterio porque este ministerio está intrínsecamente ligado al del Obispo y es en la unidad con él dónde cobra sentido y se mantiene fuerte. Lo mismo ocurre en el caso del diaconado. Por eso, que me hayan confiado esta misión de estar atento a las necesidades del clero me llena de ilusión y de ganas de entregarme y ofrecer lo mejor de mi para favorecer esta unidad y este cuidado "paternal" entre el Obispo y su clero. Me siento como "servidor de los servidores" y aunque esto resuena al título que se asignan a sí mismos los papas, lo que habla con elecuencia de cómo se concibe el ministerio en la Iglesia, en mi caso es una sensación de estar al servicio de los sacerdotes y diáconos que están entregando su vida, día a día, en nuestra Diócesis.

¿Qué retos se propone para llevar a cabo esta tarea?

Los retos son muchos porque la tarea es grande y requiere dedicación. En primer lugar, el reto más importante para mi es sacar tiempo para poder atender bien las cosas del clero. Es el reto, sin duda, porque la situación de cada uno de los sacerdotes en la Diócesis es complicada debido a la multiplicidad de tareas y la mía también lo es. Son muchas las personas y situaciones que atendemos y afrontar la marcha de una delegación como la del clero que exige un gran empeño, movimiento y atención permanente no es fácil. En la carta que escribí a principio de curso ya les decía que le daré prioridad a todo lo que tenga que ver con el clero y ese es mi principal reto. En segundo lugar creo que está la necesidad de acompañamiento porque la situación de fragmentación que se vive en nuestra Diócesis debido a la insularidad y a la falta de clero, hace que existan sacerdotes muy dispersos y a mucha distancia unos de otros. Aunque la generación de unidades pastorales y la renovación de los equipos arciprestales de sacerdotes pueda paliar esta situación, creo que es necesario la atención a los presbíteros y diáconos que estén más aislados y ayudar a mantener la unidad con el Obispo y el resto del presbiterio. El tercer reto proviene de esto último que acabo de indicar. Es imposible que el Delegado para el clero atienda todo esto por sí solo. Por eso, el reto está, a mi juicio, en formar una delegación amplia en la que puedan estar representados todos los temas y situaciones que afectan al clero. Ya estamos elaborando un proyecto de Delegación para ello. Otro reto es la necesidad de espacios de encuentro que exige nuestro clero y que se manifiesta en cada consejo o asamblea. Se ve tan necesario porque la fraternidad sacerdotal es algo constitutivo en el presbiterio diocesano, no algo accesorio como si nuestra vocación fuese la de "llaneros solitarios" o administradores únicos de aquella porción del Pueblo de Dios que nos ha tocado atender. La fraternidad en el clero es el correlato de la comunión y si hay un espacio dónde se deba vivir en primer lugar, es en el único presbiterio diocesano que formamos. Otro reto es el de una formación permanente viva y profunda. Viva porque nos debe permitir la posibilidad de atender a las necesidades de la Iglesia en estos momentos y profunda porque no se trata de "dar un barniz" o de "quitar el polvo", sino de congeniar el momento actual con la Tradición viva de la Iglesia que ha orientado y alimentado a los cristianos a la largo de los siglos.

Después de más de 25 años de ministerio sacerdotal, ¿qué ha aprendido sobre lo que más necesita un sacerdote para vivir con alegría y esperanza su vocación?

Pienso que la vida sacerdotal solo se mantiene en la unión con Cristo. Unión real y viva con el Señor que llamaría incluso: "intimidad". Dios no solo nos llama a una misión, sino a "estar con Él". Y sin esa unión, sin ese trato continuo, la vida cristiana en general y desde luego la vida sacerdotal perderían el sentido y sería imposible vivirla con alegría y esperanza. Podría decir que es una necesidad espiritual que se realiza y se va consolidando en la oración, en la vida sacramental, en la fraternidad, en la entrega... pero en realidad pienso que es una necesidad vital porque nada en la vida de un cura o un diácono mantiene su propiedad o esencia sin esa unión con Cristo. Y ¿cómo podría vivirse con alegría o con esperanza, entonces? Todo se desvirtúa e irremediablemente aparecen esas deformaciones como el funcionariado sacerdotal, el clericalismo, el carrierismo, el autoritarismo... Es algo que hay que cuidar mucho porque todo se arregla y tiene solución si uno se mantiene unido a la fuente de la que mana con amor la llamada al ministerio, pero si uno se separa de la Vid... (Juan 15). Otra de las necesidades que veo en la vida sacerdotal es la de no estar solo. La soledad entendida, no como estar físicamente solo, sino como nos explicaba en junio Teresa Villanueva en una conferencia en el Istic, como "no estar en sintonía" (como girar la ruedecilla del dial y solo escuchar ruido de interferencia sin llegar a sintonizar algo que valga la pena). Es irremediable que el sacerdote pase bastante tiempo solo por nuestro género de vida, por las ocupaciones propias del ministerio o en algunos casos, porque hay que pasar mucho tiempo en la carretera. Pero pienso que el problema real de la soledad es el haber perdido esa sintonía, no vivir en comunión sabiendo que en mis "idas y venidas", en todas mis tareas está el Señor y está la Iglesia entera. Esto, como explicaba en al respuesta anterior, hace perder el sentido a todo. Pero si yo mantengo esa conciencia de enviado, esa sintonía me asegura que aunque esté físicamente solo, todo el Pueblo de Dios me acompaña.

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