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10/05/2024

Homilía: San Juan de Ávila 2024


Homilía San Juan de Ávila 2024

10 de mayo. Instituto Superior de Teología

Excmo. Obispo Auxiliar, Vicarios episcopales, Delegado del Clero, queridos sacerdotes, diáconos, queridos todos en el Señor.

Celebramos hoy con gozo la fiesta de San Juan Ávila, nuestro patrono, y las bodas sacerdotales de algunos hermanos de nuestro presbiterio. Con sincero agradecimiento felicitamos de corazón a nuestros queridos sacerdotes en sus bodas de platino, de oro y de plata. Nos unimos a su canto de acción de gracias a Dios por el don recibido y a su oración. Y para todos es un día para agradecer a Dios su gran merced, para cada uno de nosotros, por nuestro sacerdocio.

Hoy, la Iglesia en España, pone ante nuestra mirada al Maestro Ávila, santo y doctor de la Iglesia, patrono del clero secular español. Al recordarlo hoy, damos gracias a Dios por el regalo de este santo, que vio la luz el día de Epifanía de 1500 en Almodóvar del Campo y murió en Montilla el 10 de mayo de 1559. Ordenado presbítero, quiso embarcarse para evangelizar el Nuevo Mundo, las Indias. Pero el Arzobispo de Sevilla lo retuvo en Andalucía, con las palabras: “Ávila, Andalucía son tus Indias”; pues, después de siglos de islamización, estaba necesitada del anuncio del Evangelio. Demos gracias por la santidad de vida y el celo apostólico de este Apóstol de Andalucía, por sus escritos tan sugerentes y actuales, y por tantos y tantos dones como Dios derramó y sigue derramando a través de él en su Iglesia.

El hecho de ser considerado patrón de los sacerdotes quiere decir que es modelo de sacerdotes. En Juan de Ávila encontramos un modelo para nosotros inspirador de una vida sacerdotal santa y de un sacerdote con un celo encendido por las almas, como hemos rezado en la oración colecta: “Oh Dios, que hiciste a San Juan de Ávila un maestro ejemplar para tu pueblo por la santidad de su vida y por su celo apostólico, haz que también en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de sus ministros”. Santidad de vida y celo apostólico: ambas cosas van juntas. Quizás es la primera gran enseñanza de nuestro Patrón. Pues bien, teniendo esto en cuenta quiero resaltar algunas facetas de su ministerio que nos pueden ayudar.

Identidad sacerdotal

Como afirmaba Pablo VI, San Juan de Ávila es un sacerdote que puede ser figura polivalente para todo sacerdote de nuestros días, en los cuales se dice que el sacerdocio mismo sufre una profunda crisis; una “crisis de identidad”, como si la naturaleza y la misión del sacerdote no tuvieran ahora motivos suficientes para justificar su presencia en una sociedad como la nuestra, desacralizada y secularizada. Todo sacerdote que duda de la propia vocación puede acercarse a nuestro Santo y obtener una respuesta tranquilizadora.

Juan es un hombre pobre y modesto por propia elección. Ni siquiera está respaldado por la inserción en los cuadros operativos del sistema canónico; no es párroco, no es religioso; es un simple sacerdote de escasa salud y de más escasa fortuna después de las primeras experiencias de su ministerio: sufre enseguida la prueba más amarga que puede imponerse a un apóstol fiel y fervoroso: la de un proceso con su relativa detención, por sospecha de herejía, como era costumbre entonces. Él no tiene ni siquiera la suerte de poderse proteger abrazando un gran ideal de aventura. Quería ir de misionero a las tierras americanas, las «Indias» occidentales, entonces recientemente descubiertas; pero no le fue dado el permiso.

Mas Juan no duda. Tiene conciencia de su vocación. Tiene fe en su elección sacerdotal. Tenía claro que era casa de Dios y criador de Dios como afirma en la lectura del oficio divino de hoy. 

Por tanto, para afrontar los momentos recios, el cambio de época, que nos ha tocado vivir, necesitamos reavivar el don, que hemos recibido por la imposición de las manos, es necesario que nos dejemos configurar existencialmente con Jesucristo, el Buen Pastor, para vivir nuestro ser y nuestro obrar con verdadera y apasionada caridad pastoral. Es preciso plantear nuestra vida en clave de santidad. Porque no somos meros trabajadores de una institución, que realizan su tarea en un lugar concreto y durante un tiempo determinado; no somos meros empleados responsables y eficientes. Nuestra vida es una ofrenda que se une a Cristo sacerdote y víctima para la redención del mundo, es pan partido para la vida del mundo. Esto abarca toda la existencia, en una entrega sin reservas, a tiempo completo, siguiendo a Jesucristo pobre, casto y obediente, y haciendo que nuestra vida fructifique por la caridad pastoral en el servicio a los hermanos.

Vivimos tiempos de secularización, de desvinculación, de fragmentación y liquidez; tiempos recios, como definía santa Teresa su tiempo y el tiempo de san Juan de Ávila, tiempos difíciles y apasionantes, en los que somos llamados a participar en los “duros trabajos del Evangelio” (2Tm 1,8). San Juan de Ávila tomó parte en estos duros trabajos según las circunstancias de su época, que eran tan dificultosas como las nuestras.

Nosotros, que somos pobres y pequeños, hemos sido llamados a esta misión, y “llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Co 4,7-10).

En definitiva, como en tiempos de Juan de Ávila también hoy nuestra Iglesia y nuestro mundo necesitan sacerdotes santos, maestros del espíritu y testigos creyentes que les hablen de Dios, que les lleven al encuentro con Jesucristo y que les anuncien su Evangelio. En palabra del papa Francisco, nuestra Iglesia necesita evangelizadores con Espíritu.

Evangelizador Predicador

Otro elemento importante de su ministerio fue el amor a la Palabra y la fuerza de la predicación. Su palabra de predicador se hizo poderosa y resonó renovadora. San Juan de Ávila puede ser todavía hoy maestro de predicación, tanto más digno de ser escuchado e imitado, cuanto menos indulgente era con los oradores artificiales y literarios de su tiempo, y cuanto más rebosante se presentaba de sabiduría impregnada en las fuentes bíblicas y patrísticas. Su personalidad se manifiesta y engrandece en el ministerio de la predicación.

Su vida y sus enseñanzas nos ayudan a los sacerdotes y a todos los miembros del Pueblo de Dios en el fiel cumplimiento de nuestra vocación. Los distintos campos y dimensiones de nuestra pastoral y de nuestra misión se ven iluminados y fortalecidos a la luz de los escritos y vida de este santo pastor y evangelizador.

En la catequesis, Juan de Ávila es un buen modelo y estímulo para nosotros hoy. Él sabe transmitir con seguridad el núcleo del mensaje cristiano y formar en los misterios centrales de la fe y en su implicación en la vida cristiana; provoca la adhesión a Jesucristo y llama a la conversión. En la pastoral de la educación y de la cultura, de tanta importancia en nuestros días, Juan de Ávila fue un pionero. El fundó una Universidad, dos Colegios Mayores, once Escuelas y tres Convictorios para formación permanente de clérigos. Varias de estas escuelas y colegios eran para niños huérfanos y pobres. Buscaba con ello lo que hoy llamamos la formación integral con una orientación cristiana de la vida.

La memoria de San Juan de Ávila nos recuerda, como he indicado, que no hay santidad de vida sin celo evangelizador ni celo evangelizador sin santidad de vida.

La apertura al Espíritu. Unidad pastoral

La situación de nuestra Iglesia puede llevarnos al abatimiento. Pero la podemos vivir como ocasión y punto de partida de una renovación de nuestro ministerio. Nada justifica nuestra desesperanza. Los tiempos actuales no son menos favorables para el anuncio del Evangelio que los tiempos del Maestro Ávila o de nuestra historia pasada. Esta fase de nuestra historia es para nosotros, pese a todo, también un tiempo de gracia. Confiemos en la presencia del Espíritu en el mundo y en la Iglesia. A veces parece que olvidemos que el Protagonista de la misión y el Guía de la Iglesia es el Espíritu Santo que está activamente presente entre los hilos de la historia y los entresijos de la Iglesia. Por caminos que no conocemos, Él continúa actualizando su salvación. Es necesario que esta convicción de nuestra fe se convierta en persuasión profunda, sentida, capaz de pacificar nuestras alarmas excesivas y de devolvernos la alegría de ser lo que somos. El Espíritu Santo conduce a su Iglesia, espacio y camino para la salvación. Él nos precede. No somos conquistadores ni salvadores, sino sus colaboradores. Reconocer al Espíritu, descubrir los signos de su presencia y discernir con Él con docilidad, fidelidad y humildad es mucho más saludable que agobiarnos.

Pidamos al Señor la gracia de ser verdaderos hombres de comunión, que viven el misterio de la unión con Dios y con los hermanos como un don divino, desde la diversidad de carismas que supone un enriquecimiento y una complementariedad dentro de una unidad en la que todos los dones del Espíritu son importantes para la vitalidad de la Iglesia; pero asimismo desde el convencimiento de que la unidad es la condición indispensable para ser creíbles en el anuncio del Evangelio de Jesucristo. Por eso hemos de curar las heridas, tender puentes de diálogo, promover el perdón en las relaciones humanas, hacer de cada parroquia, de cada comunidad cristiana, una casa y escuela de comunión y sinodalidad.

Que el Señor nos conceda un profundo amor y devoción a María Santísima, como san Juan de Ávila. Ella es, especialmente, Madre de los sacerdotes. Ella es, en todo momento, nuestro consuelo y fortaleza, la Madre y Maestra que nos enseña y nos ayuda a vivir unidos a su Hijo Jesús. Que así sea.

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