05-10-2024 Témporas de acción de gracias y de petición
30/09/2024

Homilía: Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. TreceTV


Jornada mundial del Migrante y Refugiado

Catedral de Santa Ana,

 

Excmo. Obispo Auxiliar, Administrador diocesano de la Diócesis de San Cristóbal de la Laguna, Hermanos Sacerdotes, Religiosos, Religiosas, director y miembros del Secretariado de Migraciones de las dos diócesis del archipiélago canario, queridos todos en el Señor.

Nos hemos reunido en esta Catedral las dos diócesis hermanas de las Islas Canarias, para celebrar en este domingo la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que lleva por lema “Dios camina con su pueblo”.

Hoy, la Iglesia nos invita a reflexionar y orar por nuestros hermanos migrantes, aquellos que por diversas razones se han visto obligados a dejar su tierra, su hogar, su familia y su cultura, para buscar una vida mejor. En este Día del Migrante, recordamos que ellos no son solo cifras o estadísticas, sino personas con dignidad, historia y sueños. Son hijos e hijas de Dios, como cada uno de nosotros.

Y para ayudarnos en esta Jornada celebramos la Eucaristía donde Jesús nos invita a poner en el altar nuestros miedos, nuestras debilidades y nuestros gozos. Al mismo tiempo, como a sus discípulos, nos instruye a través de su Palabra, que viene a nuestro encuentro en esta Jornada como - agua viva.

Llamados a la comunión

“Se lo hemos querido impedir”, dicen los apóstoles a Jesús. ¿Y cuál es la razón para semejante «iniciativa»? -les contesta-. La respuesta de los discípulos es que “no es de los nuestros”. No forma parte de nuestro grupo, dice el apóstol. Literalmente traducido: «no nos sigue a nosotros». Así que lo que les inquieta no es si “está o no con Jesús”, sino que “no está con nosotros”. Que “no es de nuestro equipo”, “no es de nuestro partido”, “no es de nuestra mentalidad”, “no habla nuestra lengua”, “no es de nuestro color”, “no es de nuestra clase social”, “no tiene nuestra religión”.

Como podemos ver,  todos estamos metidos en esta fotografía. Estamos como los apóstoles, más preocupados por el crecimiento de nosotros como grupo y por la uniformidad. El punto de referencia no es Jesús, sino “nosotros”. No importa si esa persona hace el bien, lo que importa es que “no es de los nuestros”.

El reproche de Jesús quiere corregir la mirada de los suyos para que se fijen, no tanto en «quién» tiene esa autoridad, quién hace exorcismos, quién usa su nombre... sino en el servicio y el bien que se realiza con ella. Lo primero y más importante no es que crezca el pequeño grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo. Lo primero es liberar al ser humano de aquello que lo destruye y hace desdichado. Lo primero no es si tiene permiso, si está bautizado, si es creyente, si practica, si su vida está conforme a las prescripciones religiosas.... sino QUE HACE EL BIEN. Los discípulos no entendían bien la lógica de Jesús ya que pretendían monopolizar, no solo su enseñanza, sino sobre todo su acción salvífica. Esta actitud es rechazada radicalmente por Jesús porque lo más importante para Él es que la salvación de Dios llegue a todas las personas, incluso por medio de aquellas que no pertenecen al grupo de los doce: “El que no está contra nosotros, está con nosotros”. Hay muchas personas creyentes o no que hacen presente en el mundo la fuerza curadora y liberadora de Jesús quizás de manera anónima pero que aportan lo mejor de sí en la construcción de una sociedad donde reine verdaderamente Dios. En esto consiste el proyecto y el sueño de Jesús: en que cada uno de nosotros vivamos felices, que podamos encontrar el camino hacia la vida.

Jesús rechaza la postura sectaria y excluyente de sus discípulos y adopta una actitud abierta e inclusiva donde lo primero es liberar a las personas de aquello que les arruina y les destruye. Jesús nos llama a reconocerlo en el rostro del migrante, del refugiado, del extranjero. Nos desafía a ser una Iglesia abierta, una comunidad de puertas abiertas, dispuesta a acoger y acompañar a quienes sufren y nos invita a colaborar con alegría con todos los que viven de manera humana y se preocupan de los más pobres y necesitados.

Una fe coherente con la vida

En segundo lugar, el Señor nos invita a tener coherencia de vida. Por ello, a los católicos, nos obliga a defender a los más pequeños. Así vemos que Jesús usando expresiones judías nos invita a cortar la mano, el pie y sacar el ojo, invitándonos con ello a lo siguiente:

  • La mano: simboliza la actividad, lo que hacemos. Si nuestras obras nos hacen tropezar, es conveniente cortar con ellas por lo sano, para no acabar en el basurero. El mal obrar, el actuar con intenciones perversas o equivocadas, nos lleva al tropiezo, nos separa del Reino.

 • El pie hace alusión al camino, pues los senderos (metas) determinan a dónde vamos, como también a quién seguimos (modelos). El «camino», en la cultura semita y en muchas otras, simboliza el modo de vivir. Si nuestro estilo de vida nos hace tropezar, nos aparta de los caminos de Dios... es conveniente una buena poda.

 • El ojo: Varias citas del Antiguo Testamento relacionan el ojo con un estilo de vida altanero, egoísta y aferrado a las riquezas.  El ojo es símbolo de la relación con los bienes materiales; un ojo bueno/sano no es avaro ni envidioso; un ojo malo/enfermo es el que codicia y retiene para sí, desea desordenadamente. Si nuestra relación con las riquezas o bienes nos hace tropezar, si existimos para acumular y no compartir, si nuestras ambiciones y deseos no son adecuados, como nos ha dicho la Carta de Santiago en la segunda lectura, acabaremos en el «basurero», y perderemos el Reino, que es plenitud de la vida compartida.

Es decir: Si tu manera de actuar (mano) te pone en peligro –te hace vivir desde y para la ambición-, cámbiala. Si vas por un camino equivocado (pie), que no lleva a la entrega y al servicio, modifica el rumbo. Si tus deseos (ojo) no van en esa misma línea de amor servicial a todos, transfórmalos.

Y todo este cambio de vida tiene como fin no escandalizar. Impedir que su actuación dificulte la vida digna y humana de los demás. Por esa razón nosotros, los católicos, estamos obligados a facilitar una vida que acoja e integre a todas las personas.

Es esta palabra la que nos ayuda como Iglesia a dar respuesta al problema de la migración. Ni que decir que nuestras islas y nuestra Diócesis están en primera línea de este problema y es por ello que nos tiene que llevar a una reflexión.

Sabemos que la migración plantea muchos desafíos sociales y políticos y como cristianos, no podemos ser indiferentes. Recordemos siempre que detrás de cada migrante hay una historia de sufrimiento y esperanza. Nuestras acciones, nuestras políticas y nuestras actitudes deben reflejar el amor de Dios, que no conoce fronteras ni exclusiones.

La Palabra en este día del migrante nos lleva, también, a dar gracias a Dios al ver a nuestros voluntarios y nuestra Iglesia, trabajando codo con codo, buscando el bien de tantas personas necesitadas. Con el Papa Francisco podemos afirmar que Dios no sólo camina con Su pueblo, sino también en su pueblo identificándose con los hombres y las mujeres, especialmente con los últimos, los pobres, los marginados.

Debemos dar gracias a Dios porque siguen existiendo personas sensibles al dolor del prójimo, creyentes y no creyentes. Me ha maravillado la labor que realiza  el Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo, al que visité esta semana. Me admiró ver a tantos hombres y mujeres realizando su trabajo con gran honestidad y amor,  lo que les convierten en auténticos ángeles en medio de la peligrosa ruta del Atlántico.

Hay que seguir como Iglesia con esa misión de tender puentes y crear comunión. Tenemos que mantener las puertas abiertas y saber apreciar el bien, venga de donde venga; el bien que suma fuerzas, el que se alegra de la riqueza de lo diferente, sin pretender uniformar, imponer, silenciar, excluir... «Católico» significa espíritu universal, católico es el que sabe descubrir lo valioso en los otros, el que está siempre en búsqueda de la Verdad (1ª lectura), dialogando, porque de los otros siempre hay algo que aprender. Católico es el que busca el bien del otro y no busca al otro para su bien.

 Por ello reivindicamos que no se haga política con los inmigrantes sino que busquemos el bien común.

Ante la realidad poliédrica de la inmigración, vemos como cada uno toma una arista buscando sus propios intereses y como siempre quien sufre las consecuencias son los inmigrantes y refugiados.

Hay que intentar frenar la cantidad de muertos en el océano, fomentando entre todos la llamada “hospitalidad atlántica” que es la iniciativa de las 26 diócesis de 10 países diferentes informando, formando, protegiendo, acogiendo y sobre todo colaborando para apoyar proyectos locales de desarrollo que fijen a la población migrante. Hay que dar respuesta digna y humana a los menores que ya están entre nosotros. Hay que, entre todos, luchar contra las mafias y facilitar formación y ayudas en los países de origen para que el acceso al trabajo en Europa no sea a través de un cayuco.

María, Madre de los Migrantes

En este día, también encomendamos a los migrantes y refugiados a la protección maternal de la Virgen María en su advocación del Pino y la Candelaria. Ella, que conoció el dolor de ser desplazada y exiliada, intercede por todos aquellos que hoy se encuentran lejos de su hogar, buscando un espacio donde puedan vivir con dignidad y paz. Que María nos inspire a ser más compasivos, más acogedores y más solidarios con aquellos que, como ella, han tenido que huir en busca de seguridad.

Pidamos al Señor que nos dé un corazón compasivo, capaz de amar sin fronteras y de acoger con generosidad. Que nos ayude a trabajar por un mundo más justo, donde nadie tenga que huir de su tierra por necesidad, y donde todos puedan encontrar un lugar que les ofrezca seguridad, respeto y amor.

Que así sea.

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