FIESTA DE LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN MARÍA NTRA. SRA. DEL PINO, PATRONA DE LA DIÓCESIS DE CANARIAS
Domingo 8 de Septiembre de 2024
Excmo. Obispo auxiliar, Excmos. Vicarios episcopales, Cabildo Catedral, Sr. Párroco de esta Parroquia y Basílica de Nuestra Señora del Pino, Sacerdotes Concelebrantes, Diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas. Excmo. Sr. Presidente del Gobierno de Canarias que ostenta la representación de su Majestad el Rey Felipe VI, Excmo. Sr. Ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Excma. Sra. Presidenta del Parlamento, Sr. Delegado del Gobierno, Excmo. Teniente General de la zona militar de Canarias; Excmo. Sr. Presidente del Cabildo, Sr Alcalde y Corporación Municipal de Teror; Sra. Alcaldesa de Candelaria en la isla de Tenerife, Sres. alcaldes y alcaldesas de la Isla de Gran Canaria, dignísimas Autoridades civiles y militares; Representantes de diversas Instituciones locales; devotos y hermanos todos, especialmente a los que no podéis estar presente y seguís esta celebración por los medios de comunicación a los que agradecemos su presencia y su servicio. “Dichosa eres, Santa Virgen María, y muy digna de alabanza: de ti ha salido el sol de justicia, Cristo nuestro Dios”. Estas palabras, tomadas de la Liturgia de la misa, explican el sentido de la fiesta que estamos celebrando, una fiesta muy antigua, que arranca del siglo V: el nacimiento de la Virgen, a quien Gran Canaria venera bajo el hermoso título de Nuestra Señora del Pino. Recordar la Fiesta de la Madre es siempre motivo de honda alegría para cualquier hijo. Nosotros, que como herencia al pie de la Cruz (cf. Jn 19, 26-27), recibimos de Jesús a su Madre como Madre nuestra, tenemos a la Virgen María como verdadera Madre que cuida de nosotros desde el cielo. Ella nos guía para que vivamos la vida como verdaderos cristianos y para ser capaces de llevar la Palabra y el amor de Dios a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Pero también la Virgen María fue la mejor discípula de Jesús, de ahí que hoy, en el día de su cumpleaños, nada mejor que contemplarla para que nos enseñe el camino de la verdad y la vida. Y esa contemplación la hacemos de la mano del Evangelio de San Lucas, que fue uno de los evangelistas que conoció y trató mucho a la Virgen. El nos da muchas enseñanzas de esas cosas buenas que hizo María con Jesús. En ese Evangelio se nos presenta María como una joven sencilla, pobre, humilde, poco conocida en su pueblo, pero como una mujer que rezaba y hablaba con Dios. Y así, cuando un día en su oración se le apareció un ángel que le hizo una propuesta, Ella responde con un “sí” absoluto, total, sin reservas: Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra. Da un “sí” a Dios y a su vida; desde aquel entonces su vida se establece en un cumplir el “sí” que ha dado a Dios. Entrando en esa escena de la Anunciación, recibimos varias enseñanzas de nuestra Madre, que podemos sintetizar con tres palabras: escuchar, creer y acoger. Estas actitudes y estos comportamientos de la Virgen nos indican el camino a todos nosotros: el camino que el Señor nos pide seguir en nuestra vocación de bautizados y el camino que pide también a nuestras parroquias y a nuestra Iglesia diocesana. María escucha a Dios. Escucha con atención la Palabra de Dios, que le habla por medio del ángel. María acoge la Palabra de Dios, está abierta a la novedad de Dios, a la sorpresa de Dios en su vida. Ella sabe y hace suyas las Palabras del Ángel “porque no hay nada imposible para Dios” (Lc. 1,37). Esto también vale en nuestra vida: escuchar a Dios que nos habla en su Palabra, Jesucristo, y también escuchar la realidad cotidiana; hemos de prestar atención a las personas y a los hechos, porque el Señor está en la puerta de nuestra vida y llama de muchos modos, pone señales en nuestro camino; de nosotros depende verlos y leerlos desde Dios como lo hizo María. María cree a Dios. “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). Grande fue la fe de la Virgen que creyó el mensaje del Arcángel Gabriel. Ella cree que será la Madre del Salvador sin perder su virginidad; ella, la mujer humilde que se sabe deudora de Dios en todo su ser, cree que será verdadera Madre de Dios; cree que el fruto de su seno es realmente el Hijo del Altísimo. María se adhiere desde el primer instante con toda su persona al plan de Dios sobre ella, que trastorna el orden natural de las cosas: una virgen madre, y una criatura madre del Creador y Redentor. María acoge a Dios en su seno, en su corazón. María contestó al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Como ninguna otra persona humana vivió la alegría y la libertad de su donación a Dios para realizar con Él lo que va más allá de toda expectativa y de todo sueño humano, para abrir con su gracia el espacio interior de la nueva y eterna alianza, alianza de vida, de amor y de paz. Ella pone toda su confianza en el Señor y le deja a Él que resuelva los posibles problemas, entre otros, como hemos escuchado en el Evangelio, el de estar desposada con José. Ella sabe que Dios también se mostrará a san José y lo llamará a ser custodio de su Hijo. Siguiendo adelante de la mano de María, podemos preguntarnos ¿Dónde llevó a María el “sí” dado a Dios”? El “sí” la conduce a Belén, a experimentar la pobreza, no la miseria, a buscar la fuerza en Dios y en sus planes, y no en los medios materiales. Por eso va a Belén y su Niño, nuestro Redentor, no nace en un palacio sino en una gruta. María, en Belén, nos invita a poner nuestra vida en Dios. Frente a la secularización, Belén nos muestra la alegría de poder descansar en Dios cuando los avatares de la vida nos superan. Nada ni nadie -nos dice- puede sustituir a Dios ni suplantarlo. La sed de eternidad que todos tenemos en nuestro corazón no se puede llenar ni con poder, ni con afectos, ni con riqueza. No hay sucedáneos de Dios. Dios es único. Absolutizar las demás realidades es convertir el mundo en una gran mentira. El “sí” dado a Dios lleva a proteger y defender la familia de los ataques, incluso si esos ataques provienen de la legislación pública. Herodes, rey y legislador, decreta eliminar a los niños menores de dos años de Belén y alrededores, y María y José salvan al Niño que Dios le ha confiado, aunque ello suponga la dureza de un exilio en Egipto. En este gesto, María nos muestra su amor y piedad de Madre especialmente a los que sufren, a los marginados, a los indefensos, a los más necesitados. A Ella tenemos que pedirle que nos ayude a defender la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, a servir a los más pobres, los enfermos, los ancianos que están solos; a los niños y jóvenes desfavorecidos, a los que sufren en medio de situaciones familiares rotas; a los inmigrantes, a las personas que no tienen trabajo. Enséñanos, Madre, a trabajar por una sociedad más justa y fraterna, danos fuerza para trabajar por la paz, para construir un mundo en paz. El “sí” dado a Dios le lleva a decir “haced lo que Él diga” (Jn 2,5) y a anunciarlo así a los demás. En Caná de Galilea, María, mujer llena de caridad, de atención hacia los demás no se queda parada, pues está acostumbrada a resolver los problemas. Se dirige a su Hijo y dice a los encargados: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). Son éstas las últimas palabras de María que nos dice el Evangelio, las palabras de una súplica, una súplica que nos hace a nosotros para que seamos no sólo seguidores de Jesucristo, sino también anunciadores de su Reino. Hoy, ante el drama que supone el problema de la migración también tenemos que escuchar la voz de Jesús y tener presente que esa agua amarga y salada del Atlántico se puede convertir en el vino de la fraternidad y la comunión cuando se respete la dignidad de todas las personas. Es ese respeto el que nos lleva a denunciar las políticas populistas y alarmistas que alimentan temores entre la gente. Es esa dignidad la que obliga a no usar a las personas migrantes y a los menores como armas reivindicativas. Como nos decía el cardenal Cobos “La dignidad de cada persona debe prevalecer por encima de discursos económicos, ideológicos o intereses regionales excluyentes”. Es el amor a los pobres el que nos obliga a buscar soluciones entre todos para que el desierto y el océano atlántico dejen de ser cementerios para tantos. Es por ello que hay que favorecer ayudas y conciertos con los países de origen para facilitar una inmigración ordenada, solidaria y justa. Como afirma el papa Francisco, “el problema de la migración empezará a tener solución cuando se amplíen las rutas de acceso seguras y las vías de acceso legales para los migrantes, cuando se facilite el refugio a quienes huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución y de tantas calamidades. Lo conseguiremos” – nos dice- fomentando por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad".
Finalmente, el “Sí” de María a Dios la lleva a estar en la hora del amor. Respetando el “sí” dado, siguiendo a Jesús, María se encontró a los pies de la Cruz: ese es el camino de la fe. María escuchó el grito: “Crucifícale” (Jn 19,15). Pensemos bien en eso. María vio las burlas, los insultos y los maltratamientos; vio la cruz preparada, oyó los golpes del martillo y vio a su Hijo retorcerse de dolor en la Cruz, pero Ella no perdió la confianza en el Señor, se abandonó en sus manos y supo esperar con serenidad un mañana mejor que se hizo realidad con la Resurrección de Cristo, con su triunfo sobre el pecado y sobre la muerte. No tengamos miedo ante las dificultades y problemas que se nos presenten en la vida. Lo pasamos mal mientras estamos en el torbellino de la dificultad, pero Dios nos espera siempre al final del túnel para abrazarnos y darnos la vida, la felicidad, la libertad y la paz. La Virgen del Pino está aquí en su casa dispuesta a acoger a todos, a escuchar a todos, a repartir amor a todos. No excluye a nadie. Vosotros, los canarios, venís muchas veces a estar con Ella, a visitarla, a contarle cómo os van las cosas materiales y espirituales, y siempre encontráis consuelo y paz. La Virgen os acoge y os protege. No tengamos pudor en contarle a la Virgen todo lo que llevamos en el corazón, no tengas miedo en descansar tu corazón en su corazón de madre. Eso aliviará tus penas y tus miedos. Concluyamos pidiéndole a nuestra Madre y Patrona Nuestra Señora del Pino que nos enseñe a mantenernos firmes cuando llegue el momento de la cruz, y que cuando el sufrimiento y la oscuridad se hagan presentes en el camino nos dé la fuerza para no caer en el desánimo. Pidámosle que nos ayude a todos a ser constructores de esperanza en medio de nuestro mundo y de forma especial encomendémosle el eterno descanso de nuestros familiares y amigos, así como el de tantas personas que han fallecido en la llamada ruta atlántica. Que así sea.
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