Homilía celebración día San Josemaría Escrivá de Balaguer
Santa Iglesia Catedral Santa Ana,
Canarias 26 de Junio de 2024
Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y laicos consagrados/as; queridas familias y hermanos todos en el Señor devotos de San Josemaría:
Celebramos con alegría la fiesta litúrgica de San Josemaría Escrivá. Es un día de alegría para la familia del Opus Dei a los que nos unimos para darle gracias a Dios por habernos concedido a este santo sacerdote como amigo y protector.
Hablar de santo es hablar de modelo a imitar o mejor de camino de fe reconocido por la Iglesia. Y es en sus enseñanzas donde podemos encontrar un camino para nosotros hoy.
Mirando la realidad que nos toca vivir, me atrevo a decir que uno de los grandes retos que como iglesia tenemos es el secularismo y la desacralización de nuestra sociedad, que se va instaurando como una carcoma especialmente entre nuestros jóvenes. Vivimos tiempos de secularización, de desvinculación, de fragmentación y liquidez; tiempos recios, como definía santa Teresa, tiempos difíciles y apasionantes, en los que somos llamados a participar en los “duros trabajos del Evangelio” (2Tm 1,8). Y es en ese trabajo donde podemos acudir a San Josemaría, que nos dice que frente a la secularización hay que proponer un modo más profundo de entender la relación entre la fe y la vida ordinaria: la secularidad cristiana.
Es de esa misión de lo que nos habla el evangelio previsto para la fiesta de san Josemaría, que nos recuerda que todos somos misioneros y hemos sido invitados a seguir a Cristo de cerca; la mayoría de vosotros sin abandonar la familia, el trabajo, la propia situación en la sociedad. No hemos de tener miedo a navegar mar adentro en todas nuestras actividades, a ser verdaderos apóstoles de Cristo, a dejar que Jesús suba a nuestra barca —entre verdaderamente en nuestra vida— y que sea Él quien la gobierne. Y echar las redes que podemos decir, siguiendo las enseñanzas de nuestro fundador, es vivir nuestra santidad.
La santidad
Cuando recordamos la figura de San Josemaría, viene a nuestra mente el tema de la santidad.
¿Qué es la santidad? Debemos comenzar indicando, como repetía San Josemaría, que la santidad no es el privilegio de unos pocos, sino la obligación de todos, recordando a San Pablo, que nos dice: “Él (Dios) nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor” (Ef 1, 4). Y habla de todos nosotros, no de un grupo selecto. Y la santidad, tengamos claro esto, no consiste en realizar cosas extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en vivir sus misterios, en hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos, hasta poder decir con San Pablo: “ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi”. La santidad, por tanto, se mide por nuestra semejanza a Cristo, que es nuestro modelo.
Es precisamente esa santidad a la que llamaba el Papa Francisco en Gaudete et Exultate donde nos indicaba la necesidad del mundo de hoy de la presencia de santos y nos invitaba a no pensar solo en los santos «ya beatificados o canonizados», «Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo […] Esa es muchas veces la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, “la clase media de la santidad”»
Es por ello que hoy le pedimos a San Josemaría que suscite en nosotros el deseo de alcanzar la santidad en la vida de cada día. También alzamos hoy nuestra gratitud al cielo, porque San Josemaría nos ha enseñado a buscar a Dios con sencillez, en las situaciones ordinarias y normales de la existencia cotidiana. Es por ello que frente a este mundo secularizado no nos dejemos apagar la llamada a la santidad.
La fuerza de la gracia
Otro elemento vinculado a la santidad que pregonaba San Josemaría es la gracia que, descubierta y desplegada con coherencia, puede convertirse en algo radiante (luz del mundo y sal de la tierra). San Josemaría estaba profundamente convencido: todo ser humano, por muy poco vistosa que pueda parecer su vida a los ojos de este mundo, y por muy obstaculizada que esté su vida por todo tipo de adversidades y limitaciones, está tocado por la gracia. Solo hay que reconocer y despertar esta gracia, fomentarla constantemente y hacerla fructificar.
La gracia no suple a la naturaleza. Un mal médico no se convierte en uno bueno por acudir a la Misa diaria. Nunca el manto de la piedad va a cubrir la incompetencia o la incapacidad. La piedad no es un sustituto de la falta de competencia. Pero, por ejemplo, un médico que entiende su trabajo como un regalo de Cristo a sus pacientes, se esforzará al mismo tiempo al máximo. Eso es la santidad: la santificación del trabajo con la gracia de Dios.
Ser hijos en el Hijo
Otro elemento de la santidad propuesta por San Josemaría podemos decir que es la filiación divina. Como podemos leer en su meditación del Viacrucis, donde afirma: “Parece que el mundo se te viene encima. A tu alrededor no se vislumbra una salida. Imposible, esta vez, superar las dificultades. Pero, ¿te has vuelto olvidar que Dios es tu Padre? Omnipotente, infinitamente sabio, misericordioso. Él no puede enviarte nada malo. Eso que te preocupa, te conviene, aunque los ojos tuyos de carne estén ahora ciegos. Todo para bien. ¡Señor, que se cumpla tu sapientísima Voluntad”! (Vía Crucis, IX, 4).
Saberse hijo de Dios nos ayuda a ver con nuevos ojos la realidad que nos circunda, y las experiencias negativas que el Señor por nuestro bien nos permite vivir. La certeza de que Dios es Padre y Providente nos da la seguridad de que el mal, el pecado y la muerte no tendrán la última palabra, y que en todo momento el Espíritu de Dios nos guía y nos fortalece. Por tanto, para afrontar con fuerza la misión en nuestro mundo secularizado nada mejor que tener siempre presente nuestro ser hijos en el Hijo que nos lleva a gritar Abbà Padre, nos recuerda que nada podrá apartarnos del amor de Dios y ante las dificultades de la vida afirmar con fe todo lo puedo en aquel que me conforta.
La eucaristía
Y como alimento para la santidad y la gracia nada mejor que la eucaristía. San Josemaría no tenía duda de que la Eucaristía es el “lugar” donde Dios desde el momento de su institución en la Última Cena se hace presente con la máxima intensidad en el curso de la historia. Es así porque, bajo los velos de las especies eucarísticas, está Jesús entero, con su Humanidad y su Divinidad.
La Eucaristía es una síntesis admirable de nuestra fe. Haciendo presente y actual el misterio de la muerte y resurrección del Señor, contiene bajo las apariencias del pan y del vino al mismo Jesús que nació de la Virgen María, que trabajó treinta años en Nazaret, que predicó e hizo milagros, que fundó la Iglesia, que padeció bajo Poncio Pilatos, que murió y resucitó al tercer día, que subió al cielo, que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos para instaurar definitivamente su reino.
Con palabras de San Josemaría, “tenemos que agradecer especialmente al Señor que instituyera el Santo Sacramento de la Eucaristía, por el que se ha quedado entre nosotros. Es una maravilla: tenía que marcharse, y quería quedarse con nosotros; y como es Todopoderoso, hizo este gran milagro de amor. Nosotros no podemos hacer lo que queremos: nuestro poder no llega hasta donde alcanza nuestro querer; en cambio, nuestro Señor, sí: se marchó al cielo y, al mismo tiempo, se ha quedado escondido bajo las especies de pan y de vino”.
Por tanto, hermanos pongamos hoy en este altar nuestra comunión con San Josemaría, con la Iglesia, con nuestra Diócesis y pidámosle al Señor que nos bendiga con vocaciones al sacerdocio. Confiemos a la Virgen, Nuestra Señora del Pino, por la intercesión de San Josemaría, que nos ayude a ser testigos del amor de Dios en medio de este mundo y sobre todo que el Señor siga bendiciendo al Opus Dei. Que así sea.
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