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12/01/2023

Homilía: Misa por el eterno descanso del Papa Emérito Benedicto XVI


Homilía en la Misa por el eterno descanso del Papa Emérito

Benedicto XVI

 

Santa Iglesia Catedral, 12 de Enero de 2023

 

Excmo. Obispo auxiliar, Illmos. Vicarios episcopales, Cabildo Catedral, Sacerdotes concelebrantes, religiosos, religiosas, seminaristas.

Excmo. Sr. General del Mando Aéreo, Excmo. Sr Almirante, Excmo. Sr Rector Magnifico de la Universidad de las Palmas, Ilmos. Sres. Alcaldes y Representaciones de diversas Corporaciones Municipales de la Isla de Gran Canaria; Representantes de diversas Instituciones locales; queridos hermanos todos, especialmente a los que no podéis estar presente y seguís esta celebración por los medios de comunicación a los que agradecemos su presencia y su servicio.

El jueves pasado pudimos unirnos a la Misa exequial en la plaza de San Pedro en el Vaticano para orar por el Papa emérito Benedicto XVI. En esta tarde, celebramos y ofrecemos en nuestra catedral el santo Sacrificio de la Misa para pedir al Señor por el eterno descanso de su alma y para agradecer el don que el Señor nos ha regalado con la vida, la obra y el magisterio del que ha sido viva imagen del Buen Pastor.

Si tuviéramos que usar un calificativo para definir al Santo Padre emérito yo me inclinaría por llamarlo el Papa sabio.

Su sabiduría, como veremos, tiene muchos aspectos, uno de ellos nos la define el libro de la sabiduría: “la vida de los justos está en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará. Los insensatos pensaban que habían muerto, y consideraban su tránsito como una desgracia, y su salida de entre nosotros, una ruina, pero ellos están en paz. Aunque la gente pensaba que cumplían una pena, su esperanza estaba llena de inmortalidad. 5Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él” (Sab 3, 1-5).

Benedicto XVI tenía claro que este es el destino de quienes han vivido sus días con esa entrega sin doblez ni mentira, sino dejando que Dios pusiera en sus labios la verdad anunciada y con sus manos repartiera la bondad y la alegría. Es esa sabiduría la que brilla en su texto del pasado 8 de febrero en la que podemos leer lo siguiente: «Muy pronto me presentaré ante al juez definitivo de mi vida. Aunque pueda tener muchos motivos de temor y miedo cuando miro hacia atrás en mi larga vida, me siento, sin embargo, feliz porque creo firmemente que el Señor no solo es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya padeció Él mismo mis deficiencias y por eso, como juez, es también mi abogado (Paráclito) […] Ser cristiano me da el conocimiento y, más aún, la amistad con el juez de mi vida y me permite atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte”. 

Es esa certeza la que le llevó a hacer suyas las palabras de Pedro y decir en sus últimos momentos: “Jesús, te amo”. Y fue ese amor el motor profundo de todo su ministerio, también en las responsabilidades más delicadas y complejas, a veces incomprendidas y criticadas, como la desempeñada durante su servicio al Dicasterio para la Doctrina de la fe. No dudó en afrontar con valentía los dolorosos problemas de la Iglesia en relación a la secularización interna, los problemas financieros en la Santa Sede y los abusos sexuales a menores promulgando una normativa contundente, que el Papa Francisco ha seguido profundizando y desarrollando.

Su sabiduría también queda reflejada en su amor a la verdad, denunciando la dictadura del relativismo y el rechazo a la verdad del ser humano impuesto en nuestro mundo que se plasma, como estamos viendo en nuestro país, con esas leyes bien recientes que atentan contra la verdad del ser humano, contra su dignidad y contra la razón. Ante esta realidad por él profetizada y sufrida, se consagró especialmente a servir y seguir a la verdad. Así lo recoge en el propio lema de su pontificado que lo fue también de su episcopado: “Colaborador de la verdad”. Sin duda, nada mejor le puede definir. Porque la verdad hay que desvelarla, colaborar con ella para que brille y guíe a nuestro mundo: la verdad no se puede esconder, no la podemos ocultar, sino que hay que acogerla. Y es que la verdad no se posee nunca plenamente, la verdad se recibe, se admira, se contempla… nos interroga. Por eso, la verdad cristiana no puede asustar, ni atemorizar, sino que se vive siempre como un encuentro gozoso que nos libera y nos llena de paz.

El papa Benedicto nos recordó siempre la importancia y la necesidad de anunciar a este mundo que existe una verdad, que nos permite convivir juntos en la pluralidad, que nos ayuda a descifrar los misterios de nuestro propio ser y que nos posibilita el tratarnos unos a otros con dignidad. Es desde estos presupuestos donde se encuentra el poder del diálogo. Dialogar, nos decía, significa tener un juicio sobre las cosas y entrar en lo que éstas tengan de verdad plena, de media verdad o de manifiesta mentira. Ni el servilismo de quien acríticamente se rinde, ni la beligerancia de quien todo lo maldice y contradice, sino la sabia y serena libertad de quien, sin renunciar con humildad a su posición razonable, sabe dialogar con todos los demás.

Cuanto bien nos haría a todos si nuestros políticos aprendieran a dialogar y a saber que dialogar no es imponer tu parte de verdad como un todo. Benedicto XVI lo explicaba muy bien con una pequeña parábola que utilizó en una conferencia. «El hombre contemporáneo se encuentra reflejado muy bien en la parábola del elefante y de los ciegos. Una vez, un rey del norte de la India reunió en un puesto a todos los habitantes ciegos de la ciudad. Después, frente a los allí reunidos, hizo pasar a un elefante. Dejó que uno tocara la cabeza, y dijo ‘un elefante es así’; otros pudieron tocar las orejas, y así sucesivamente el colmillo, la trompa, el lomo, la pata, la parte de atrás, los pelos de la cola. Posteriormente el rey preguntó a cada uno: ‘¿cómo es un elefante?’. Y según la parte que habían tocado, cada uno de ellos respondió: ‘es como un cesto trenzado…’, ‘es como un jarrón…’, ‘es como un asta de un arado…’, ‘es como un almacén…’, ‘es como un pilastro…’, ‘es como un mortero…’, ‘es como una escoba…’. Entonces, continúa la parábola, se pusieron a discutir a gritos: ‘el elefante es así’, ‘no, es así’, se precipitaron unos con otros y se tomaron a golpes de puño, lo cual divirtió mucho al rey». El hombre de hoy cree que las disputas sobre la verdad y más concretamente ante el «misterio de Dios» es semejante a la de estos ciegos del cuento. Nadie tiene toda la verdad y, en cambio, considera que la parte que tiene es la totalidad. Esta historia reflejaría la actitud del hombre de hoy frente al misterio. Podría decirse que en la fábula los ciegos lo son porque sólo quieren ver con los ojos y no con el entendimiento. Si el ser humano sólo confía en lo que ven sus ojos, en realidad está ciego…porque limita su horizonte de manera que se le escapa precisamente lo esencial. Porque tampoco tiene en cuenta su inteligencia. Las cosas realmente importantes no las ve con los ojos de los sentidos, y en esa medida aún no se apercibe bien de que es capaz de ver más allá de lo directamente perceptible».

La sabiduría de Ratzinger se manifestaba también en la reclamación del diálogo fe-razón. Frente a la crisis de la razón y de la fe, ambas tienen que ir unidas como dos alas que llevan al auténtico conocimiento de la única verdad. Así lo afirmaba en sus célebres diálogos con Habermas: que se presentan como un auténtico tratado de diálogo hoy en nuestro mundo tan necesitado de él. Decía: «En la religión existen patologías sumamente peligrosas, que hacen necesario contar con la luz de la razón como una especie de órgano de control encargado de depurar y ordenar una y otra vez la religión, algo que, por cierto, ya habían previsto los Padres de la Iglesia. Pero a lo largo de nuestras reflexiones hemos visto igualmente que también existen patologías de la razón (de las que la humanidad hoy en día no es consciente, por lo general), una desmesurada arrogancia de la razón, que resulta más peligrosa todavía por su potencial eficiencia. Por eso, también la razón debe inversamente, ser consciente de sus límites y aprender a prestar oído a las grandes tradiciones religiosas de la humanidad. Cuando se emancipa por completo y pierde esa disposición al aprendizaje y esa relación correlativa, se vuelve destructiva». Porque la fe sin razón lleva al fundamentalismo; la razón sin fe lleva al laicismo. Hoy me atrevo a pedir en su nombre no sólo el dialogo fe-razón, sino al menos el uso de la razón para desistir de una vez que el existir puede crear el ser.

Por último, la sabiduría de Benedicto XVI resplandece en su bondad y humildad de la que todos tenemos que aprender. Humildad que quedó reflejada en su primera homilía como sucesor de Pedro donde afirmaba: «En este momento no necesito presentar un programa de gobierno… Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia» y que coronó con su renuncia.

Muchas más cosas podríamos decir de su sabiduría pues el Papa emérito ha sido un verdadero maestro y doctor en la fe con sus escritos, nos ha dejado un rico y extenso magisterio al que os invito a profundizar especialmente en su primera encíclica, su encíclica programática, que es un canto al amor de Dios y de su Iglesia: «Deus caritas est». Y la encíclica social que escribió lleva por título «Caritas in Veritate». Y es que, precisamente en esta situación de enfriamiento ante la ausencia del amor es urgente presentar la buena noticia de un Dios que es amor y que nos atrae hacia él para ser en medio de nuestro mundo testigos amorosos. La experiencia cristiana es la experiencia de un amor acogido y un amor ofrecido: amor que se recibe y amor que se entrega. Por eso, la vida cristiana es una experiencia de amor: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

Por tanto, hermanos, acojamos en nuestro corazón hoy esa sabiduría que la sintetizó en su testamento espiritual, que escribió el 29 de agosto de 2006, en el cual nos dice: A todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!… Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología… he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis… Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias es verdaderamente su cuerpo.

Que el papa Benedicto siga iluminando el camino de la Iglesia con su Magisterio y acompañándolo con su intercesión, para que nos mantengamos firmes en la fe. ¡Qué el Señor Resucitado, acoja a su siervo fiel y solícito por toda la eternidad en la asamblea de los Ángeles y de los Santos! Así se lo confiamos a María, Madre del Señor y Madre nuestra, que le ha guiado cada día y le guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén

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