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11/06/2023

Homilía: Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor 2023


Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor

 

Santa Iglesia Catedral Santa Ana, 11 de junio de 2023

 

Excmo. Sr. Dean y Cabildo Catedral; Queridos sacerdotes, religiosos/as, diáconos, seminaristas;  Iltmos. Sres. Representantes del Excmo. Ayuntamiento, y demás Instituciones diocesanas: culturales y religiosas, hermanos todos:

Este es el Sacramento de nuestra fe”. Con esta expresión manifestamos nuestra admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana. Y es ese misterio de la fe el que la Iglesia nos invita a contemplar en esta festividad del Corpus Christi. Y no sólo a contemplarlo, sino a vivir el misterio de amor que encierra el sacramento de la Eucaristía, “pan del cielo” que “da la vida” a la Iglesia y a la humanidad. Cristo mismo que se dona a todos nosotros por puro amor.

  1. Corpus Christi.  Maná eucarístico

En la primera lectura Moisés le recuerda al pueblo todas las maravillas realizadas por el Señor para atravesar el desierto. “el Señor, tu Dios … para ponerte a prueba y conocer tus intenciones. te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná... para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre…”.

¡Cuánta sabiduría encierran esas palabras del Profeta! ¡Qué hermosa pedagogía de amor ha mostrado Dios conduciendo a Israel, para irlo llevando desde la esclavitud a la libertad! Un camino de liberación en el que ha sido sostenido por Dios con un alimento único, el “maná” –“pan bajado del cielo”.

Todo lo narrado en el libro del Éxodo acerca del camino en el desierto, se cumple de forma nueva con el nuevo Pueblo de Dios donde Jesús se proclama como “el verdadero pan bajado del cielo”. De ahí que cuanto aconteció al pueblo de Israel en su camino de la esclavitud a la libertad nos sirve a nosotros para profundizar en la Eucaristía. Ahora podemos hacer nuestra la enseñanza de Moisés cuando le recuerda al pueblo que su razón de existir está en Dios y, por tanto, no deben olvidar nunca que deben la libertad a la presencia operante del Señor. Y esa presencia de Dios sigue siendo necesaria para nosotros, pues no existen sólo las esclavitudes externas, las que impone el Faraón de Egipto y todos los regímenes totalitarios, sino que existen unas ataduras en el corazón que hacen esclavo al hombre –eso es el pecado-, encerrándolo como afirma el Papa Francisco en la cárcel del individualismo, necesitando alimentarse del nuevo Maná, Jesús, que es el alimento que sacia a todos, pues su amor es inagotable y nos posibilita para caminar en la verdad y la libertad de los hijos de Dios, nos ayuda a salir del individualismo y nos asiste para entrar en la tierra del amor.

2. Maná del Nuevo Pueblo de Dios

En segundo lugar, descubrimos que ahora el milagro eucarístico es mucho mayor que el del Éxodo porque está basado en una Alianza nueva y definitiva. Por eso la Eucaristía es maná, es el alimento de la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios. Como nos recuerda San Pablo

… Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamaréis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1ª Cor 11, 23-26).

Es en esa Nueva Alianza sellada con la sangre del Cordero inmaculado, sacrificado en el ara de la cruz, donde está cimentado este nuevo pueblo universal. De ahí que, como afirmaba el Santo Padre Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis.

“.. la fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. Por eso, el Sacramento del altar está siempre en el centro de la vida eclesial; «gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo». Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. La historia misma de la Iglesia es testigo de ello. Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo”. (Sacramentum Caritatis n. 15).

La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía construye la Iglesia.  Comulgar quiere decir entrar en ese dinamismo que nos lleva a llegar a ser un solo cuerpo con Cristo. Es identificarse con la donación de Nuestro Señor y participar en ese gran acto de amor que se realiza en el misterio de la cruz.

Ahora es posible la comunión entre Dios y la criatura pues el mismo Dios ha venido a nuestro encuentro y se ha donado hasta la muerte de cruz para derribar así el muro que nos separa; y otorgarle al hombre la fuerza y el poder de la divinidad, mediante el Sacramento del amor: su misma entrega a favor de todos los hombres.

3. Corpus Christi. Maná de fraternidad

Y es esa Nueva Alianza la que configura el Nuevo Pueblo de Dios que tiene sus cimientos en el Amor de Dios manifestado en la Pasión Muerte y Resurrección de Jesucristo. Por tanto, hablar de Eucaristía es hablar de fraternidad como nos recuerda la segunda lectura. Comulgar y adorar el Cuerpo de Cristo es hacer visible el sacramento de la fraternidad. Como nos decía San Pablo: “el pan que partimos”, el pan que comemos, “es la comunión con el Cuerpo de Cristo”, lo cual supone comunión de vida con Jesús, entrar en su seguimiento, participar de los sentimientos de su Corazón, de su opción por los más pobres, de su proyecto de vida en plenitud para todas las personas. Supone vivir en la unidad y en la fraternidad al igual que “el cuerpo es uno, aunque tenga muchos miembros”. Comulgar con los hermanos es estar dispuestos a compartir con ellos todo lo que somos y lo que tenemos.

Hablar de Eucaristía es hablar del “Día de la Caridad”. Es por ello que la Iglesia celebra también hoy lo que podemos llamar la fiesta de Caritas que este año nos propone el lema -“Tienes mucho que ver” alertándonos con él de la situación de las personas afectadas por la crisis en una sociedad desvinculada que descarta y excluye. Con ese lema somos invitados, no sólo a dar limosnas, sino a crecer en comunión en todas las realidades en las que vivimos, a cultivar una “espiritualidad de la comunión” en nuestra manera de mirar a los otros, a promover cauces para vivir una mayor comunión con los que sufren.

En esta fiesta del Corpus abramos nuestros corazones a la generosidad más grande; que nada nos sea indiferente; que nadie nos resulte extraño; que sepamos reconocernos y ayudarnos como hermanos; que hagamos de la vida una experiencia agradable para todas las personas, que hagamos “caritas” (amor) con todos ellos, como Dios quiere. La colecta que hoy se hace en todos los templos será a favor de Cáritas diocesana, hoy más que nunca necesitada de nuestra caridad. Porque no se puede entender un cristiano que “pase de largo” ante un hermano que sufre o que lo pasa mal (recordemos la parábola del “buen samaritano” …).

Desde aquí podemos entender que nuestro acompañar al Señor en la procesión del Corpus expresa lo que es nuestra vida: una peregrinación hacia la tierra prometida cuya dirección sólo puede mantenerse cuando se camina con Aquel que está en medio de nosotros como Presencia, como Palabra y como Pan.

En el Sacramento del altar, el Señor viene al encuentro del hombre, como “pan de vida”, como “alimento en el camino”. Por eso, con nuestra procesión, queremos hoy manifestar que Jesucristo es nuestra referencia en nuestra peregrinación por el mundo. Él es el que en los momentos de cansancio nos alienta a seguir construyendo la familia; el que sacia tantas veces esa sed de eternidad y de amor que nos produce el sol del materialismo.

Él es el consuelo y la esperanza que nos ayuda a vivir la cruz de la enfermedad. El que nos da la fortaleza para caminar por los senderos de la verdad, el servicio y la entrega; el que llena el vacío de nuestra soledad. Él es el mismo Dios presente en medio de nosotros que nos ama y nos abre las puertas de la vida eterna.

Por tanto, hermanos, que sepamos recordar todo lo bueno que Dios hace por nosotros, que eso nos llene de alegría y de agradecimiento, llevándonos a reconocer a cada persona como un hermano nuestro y a compartir con ellos el pan y la Palabra, la casa y el amor.

Y hablar de la casa, el pan y el amor es hacer referencia a la figura de la madre. Que la Virgen María, Nuestra Señora del Pino, acompañe hoy a todas las familias en este “seguimiento” que hacemos del Señor en la procesión, para que el amor a Jesús y a su Presencia Eucarística arraigue en los corazones de los niños y los jóvenes como una semilla ya, de libertad y de vida eterna. Que así sea.

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