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09/09/2023

Homilía: Ordenación Sacerdotal de Alejandro Carmona


Homilía en la Ordenación Sacerdotal de

Alejandro Jesús Carmona Arrocha

 

Santa Iglesia Catedral, Sábado 9 de septiembre de 2023

 

Excmo. Obispo Auxiliar, Excmo. Sr. Deán y Cabildo Catedral, Sres. Vicarios, Sr. Rector del Seminario, Formadores, Diáconos, Religiosos, Religiosas, Seminaristas. Queridos todos en el Señor.

Hemos sido convocados en nuestra Santa Iglesia Catedral para vivir este acontecimiento de la fe, que supone la ordenación sacerdotal de nuestro hermano Alejandro.

En esta mañana, nos unimos a tu alegría y alabamos y damos gracias al Señor por su gran amor hacia esta Iglesia que camina en la Diócesis de Canarias. Especialmente mi gratitud reiterada al Seminario, a todo el equipo de formadores, profesores y bienhechores, a tu familia, a tus hermanos y a vosotros queridos padres Miguel Ángel y Eva por todo lo que habéis aportado a esa Iglesia doméstica que hoy viene reconocida de forma especial por esta ordenación. Igualmente, mi gratitud a las comunidades cristianas, parroquias y movimientos, que te han ayudado a crecer en la fe y en el amor a Jesucristo. Una mención especial a las parroquias de San Ginés de Arrecife de Lanzarote y de Jesús de Nazaret en Siete Palmas de Las Palmas de G.C., así como al Movimiento Carismático que tanto ha tenido que ver con tu vocación, querido Alejandro.

Elegidos por Dios

A la luz de las lecturas que hemos escuchado lo primero que tenemos que hacer es dar gracias a Dios por tu vocación, ya que toda vocación es un don de lo alto. Como hemos escuchado en la segunda lectura todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación.

Por eso, entremos todos en el misterio del amor de Dios que supone la vocación de Alejandro y tú, querido hermano, no te olvides nunca que esta llamada no la has recibido por mérito propio. Ella es fruto del amor de Dios, así que no dejes de maravillarte y sobrecogerte por ello. Saber dar gracias educa muchísimo en la auténtica humildad y nos hace conscientes de nuestra profunda dependencia de Dios, pues no somos nosotros quienes lo hemos elegido; es Él quien nos ha elegido y nos ha enviado para que demos fruto y que nuestro fruto perdure. Pues no podemos olvidar como nos ha recordado San Pablo en la segunda lectura que si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Y es precisamente de ser una criatura nueva de lo que nos habla la ordenación y su rito central: la imposición de manos.        

Ser criaturas nuevas

Mediante la imposición de las manos y la oración consagratoria, tu vida va a quedar configurada en Cristo, Único Sacerdote y Pastor, como presbítero suyo. A partir de ahora perteneces a Dios, eres propiedad de Dios y a Él te debes porque ha sido Él quien te ha formado.

Es la mano de Cristo la que se posa sobre ti adquiriéndote como “propiedad exclusivamente suya”. Así lo afirmaba Benedicto XVI en una misa Crismal:

La imposición de manos es como si el Señor dijese: Tú me perteneces (...) Tú estás bajo la protección de mis manos. Tú estás bajo la protección de mi corazón. Tú quedas custodiado en el hueco de mis manos y precisamente así te encuentras dentro de la inmensidad de mi amor. Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas. (Homilía en la Misa Crismal, 13-IV-2006.)

Ya nadie, ni nada, te podrá quitar lo que hace Dios en ti. El Obispo te indicará el lugar de la misión e, incluso, prioridades apostólicas a tener en cuenta. Pero es el Señor quien te configura más con Él para que participes de su sacerdocio ministerial que no es sólo envío para trabajar, sino transformación de tu ser.

Es ese el milagro que se realiza esta mañana en esta Catedral, así que no tengas miedo en este paso que vas a dar, que nunca te faltará la ayuda de Dios, pues como nos recordaba el nuevo Arzobispo de Madrid, Mons. José Cobo: “Dios no elige a los capacitados, sino que capacita a los que elige”.

Ser sacerdotal

Es tener siempre presente esa pertenencia a Dios donde encontramos los cimientos de nuestro ser sacerdotal y el eje para configurar nuestra vida.

Celibato

Dicha pertenencia la manifestamos y la vivimos especialmente mediante el celibato con el que experimentamos cada día que Cristo está resucitado, mostramos que las puertas del cielo están abiertas, que esta vida terrena es pasajera y que, como afirmaba Santa Teresa, “sólo Dios basta”.

Oración

Al mismo tiempo ese ser propiedad de Dios nos llevará cada día a celebrar la liturgia de las horas, ya que ella nos proporcionará vivir la intimidad con el Señor que exige nuestra consagración y nos facilitará ejercer nuestro ministerio de intercesión por toda la Iglesia y la humanidad.

No podemos decir que somos propiedad de Dios si no encontramos momentos de oración e intimidad con Él, tan necesarios para mantener encendida la llama de la vocación, pues cuando nos olvidamos de la oración y caemos en el activismo descubrimos que nos fatigamos más de la cuenta en nuestro ministerio. Sin la oración, nuestra fe se marchita y nuestra vida apostólica languidece y pierde su vigor. Así que, ya sabes, hoy entras en una relación única con el Señor y hoy se abre una puerta especial para la vida de oración tan necesaria para el presbítero.

De hecho, la oración es una ayuda única para reconocer nuestra impotencia y pobreza y será la que nos ayude a comprender a los demás y a no creernos los Mesías de nadie. Por la oración, reconocemos a Cristo como el Señor de nuestra vida, como quien nos sostiene y nos mantiene en el cumplimiento de la misión. La oración es el espacio privilegiado para llenarnos de Dios y poder así llevarlo a los demás. La oración nos hace entender y vivir que el Señor camina a nuestro lado y que es Él quien hace fructificar nuestro trabajo pastoral. En definitiva, es la intimidad con Jesús tu garantía y tu fuerza para ejercer bien tu ministerio presbiteral. El Espíritu Santo te ayudará y te dará fuerzas para buscar momentos de oración e intimidad.

Ser pastor

La pertenencia a Dios te tiene que llevar, también, a configurar tu vida con Cristo Pastor. Ser pastor supone estar dispuestos a que Jesucristo pueda ejercer “su” sacerdocio por medio de nosotros. Implica renunciar a imponer nuestro rumbo y nuestra voluntad; renunciar a nuestros deseos de llegar a ser esto o lo otro y en abandonarnos a Él, para ir donde sea y del modo que Él quiera servirse de nosotros. Ser Pastor es estar dispuesto a decir con fuerza AQUÍ ESTOY, indicando con ello que estamos abiertos a que Cristo disponga de nosotros. Consiste en aspirar a poder decir como San Pablo: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (cf Gál 2,20). Ser pastor conlleva dejarse sorprender cada día por el Señor y tener muy presente que nuestra consagración sacerdotal nos hizo instrumentos del Señor y, por tanto, es Él, quien nos va hablando a través de los acontecimientos y de las personas que nos visitan cada día.

Así que, como todos los sacerdotes y obispos, hay que estar atento a no caer en la tentación de aburguesarnos en nuestros destinos y a tener siempre abierta la puerta a la disponibilidad. Hay que evitar, como recientemente ha dicho el Papa Francisco a los sacerdotes de Roma, “la mundanidad espiritual, que es peligrosa porque es un modo de vida que reduce la espiritualidad a una apariencia: nos lleva a ser «mercaderes del espíritu», hombres revestidos de formas sagradas que en realidad siguen pensando y actuando según las modas del mundo. Esto sucede cuando nos dejamos fascinar por las seducciones de lo efímero, por la mediocridad y la costumbre, por las tentaciones del poder y la influencia social. Y, de nuevo, por la vanagloria y el narcisismo, por la intransigencia doctrinal y el esteticismo litúrgico, formas y modos en que la mundanidad "se esconde tras apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia", pero en realidad "consiste en buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (Evangelii gaudium, 93).

Ser sacerdote

También en el rito de ordenación tus manos, Alejandro, serán ungidas con el óleo, que es el signo del Espíritu Santo y de su fuerza. El Señor te unge las manos porque quiere que, en medio del mundo, se transformen en las suyas. Quiere que tus manos transmitan su toque divino, poniéndose al servicio de su amor. Quiere configurarte con Él para participar de forma especial de su misión salvífica de dar la Buena Noticia a los que sufren, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; proclamar el año de gracia del Señor (…) para consolar a los afligidos”.

Tu pertenencia a Dios conllevará servir a los hermanos en muchos ámbitos de la vida, pero especialmente en la oferta de los sacramentos, signos eficaces de la gracia, “in persona Christi”, anunciarás la palabra divina, celebrarás la Eucaristía y difundirás el amor misericordioso de Dios que perdona, convirtiéndote así en instrumento de vida, de renovación y de progreso auténtico de la humanidad y llevarás el bálsamo a los enfermos. Como afirmaba Benedicto XVI: “El sacerdote hace lo que ningún ser humano puede hacer por sí mismo: pronunciar en nombre de Cristo la palabra de absolución de nuestros pecados, cambiando así, a partir de Dios, la situación de nuestra vida. Pronuncia sobre las ofrendas del pan y el vino las palabras de acción de gracias de Cristo, que son palabras de transustanciación, palabras que lo hacen presente a Él mismo, el Resucitado, su Cuerpo y su Sangre, transformando así los elementos del mundo; son palabras que abren el mundo a Dios y lo unen a Él. Por tanto, el sacerdocio no es un simple «oficio», sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor (Homilía 11-VI-10).

La Eucaristía debe ser el centro de tu vida sacerdotal y apostólica. Hoy te vinculas a la Eucaristía de una manera especial. Desde el punto de vista sacramental a partir de hoy, representas a Cristo quien, a través de su misterio pascual, se convirtió en Eucaristía y sigue alimentando a su Iglesia con su cuerpo glorioso. Ten siempre presente, como hemos escuchado en el Evangelio, que en la Eucaristía actualizamos el sacerdocio de Cristo que ofrece su vida entera al Padre en el sacrificio de la cruz y, en ella, los sacerdotes ofrecemos nuestra propia vida, al tiempo que presentamos a Dios la ofrenda de la vida de los miembros de la comunidad. Igualmente debes ser un gran adorador de Cristo presente en el sagrario. Allí podrás acudir para poner ante Jesús tus logros, tus dificultades, tus tristezas y alegrías.

Otro pilar importante en tu ministerio será el Sacramento de la Penitencia. Viviéndolo alimentarás tu fe y experimentarás que los sacerdotes no somos superhéroes. Somos pobres y débiles y nos equivocamos y necesitamos seguir sintiendo cercano al Señor que nos ofrece su perdón. Es muy importante que, como creyentes, experimentemos la misericordia y el perdón de Dios con nosotros para que, como ministros del perdón de Dios, nos sintamos llamados a ser misericordiosos con los demás, como el Señor lo es con nosotros.

En el ejercicio de tu ministerio perdonarás los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia. Y aquí me quiero detener y hacer mías las palabras del Papa Francisco y decirte “Por el amor de Jesucristo, no se cansen nunca de ser misericordiosos. Por favor, tengan esa capacidad de perdón que tuvo el Señor, que ¡no vino a condenar sino para perdonar! ¡Tengan misericordia, tanta misericordia! Y si les viene el escrúpulo de ser demasiado «perdonadores» piensen en el santo cura del que les hablé que iba delante del Santísimo y decía: «Señor, perdóname si he perdonado demasiado, pero eres tú el que me ha dado el mal ejemplo de perdonar tanto»” (Homilía en la ordenación de 13 sacerdotes en la Basílica de San Pedro, 11 de Mayo de 2014).                

Misión

Por último, no podemos olvidar que todos los dones de la Iglesia están regidos por la ley del servicio y del amor y tienen como fin la salvación de todos los hombres. Es decir, la ordenación sacerdotal tiene también por finalidad y destino una misión. Una misión que, como bien muestra la liturgia, no es otra sino la misma del Señor Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote. Es decir, es a través de nosotros, sacerdotes, como el Señor quiere hacer presentes sus misterios de gracia: bautizará, perdonará, actualizará el sacrificio de su muerte y su resurrección en la Eucaristía, bendecirá, reunirá a su pueblo, servirá, manifestará su predilección por los más pequeños y más pobres.

Es por ello que el Papa no se cansa de advertirnos la necesidad de estar prevenidos para evitar el clericalismo. Es esa advertencia, la que hace Jesús hoy también en el Evangelio a sus discípulos preocupados por quien era el mayor. Francisco nos dirá que cuando la mundanidad entra en el corazón de los pastores adopta una forma específica, la del clericalismo; cuando, quizá sin darnos cuenta, mostramos a la gente que somos superiores, privilegiados, colocados "por encima" y, por tanto, separados del resto del pueblo santo de Dios. Como me escribió una vez un buen sacerdote, “el clericalismo es un síntoma de una vida sacerdotal y laical tentada de vivir en el papel y no en el vínculo real con Dios y los hermanos”. En definitiva, denota una enfermedad que nos hace perder la memoria del Bautismo que hemos recibido, dejando en segundo plano nuestra pertenencia al mismo Pueblo Santo y llevándonos a vivir la autoridad en las diversas formas de poder más preocupados por el “yo”, por nuestras necesidades y nuestras alabanzas que buscar la gloria de Dios.

Para evitar esto, nada mejor que la humildad de tener presente siempre la gratuidad con que Dios nos ama, la sencillez confiada del corazón que nos hace tender las manos al Señor, esperando de Él el alimento en el momento oportuno (cf. Sal 104, 27), sabiendo que sin Él nada podemos hacer (cf. Jn 15,5). Sólo viviendo esta gratuidad podremos vivir el ministerio y las relaciones pastorales con espíritu de servicio, según las palabras de Jesús: “Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis” (Mt 10, 8).

No te olvides que el clericalismo es incompatible con la nueva evangelización. No es posible la nueva evangelización si se vive el ministerio como una aventura individual encerrado en mi yo, en mi poder y mis proyectos. Por ello otro antídoto especial para el clericalismo y un elemento imprescindible para la nueva evangelización es la caridad pastoral o fraternidad.  

Es necesario un compromiso eclesial y una vivencia de la fraternidad sacerdotal que implica valorar a todos y estar contentos de la pluralidad de la Iglesia. Es tener claro que todos somos necesarios y todos tenemos un puesto en la labor de cuidar y engrandecer la “viña del Señor”.

Es la fraternidad la que exige vivir nuestro sacerdocio en esta Iglesia que camina en la Diócesis de Canarias. Es a este presbiterio al que tenemos que unirnos y al que tenemos que aceptar. Es verdad que el obispo no da la talla tantas veces, ni el compañero te comprende. Pero, a pesar de todo, si tenemos claro que el sacerdocio no es algo de nuestra propiedad, sino que es propiedad del Señor y tanto nuestro ministerio, como el del obispo o del hermano, son propiedad del Señor, si tenemos esto claro entonces sí que es posible vivir la fraternidad en Cristo Jesús.

Y, por último quiero dirigirme de forma especial a todos los jóvenes que estáis hoy aquí. Esta mañana podéis descubrir dos formas de vivir vuestra estupenda capacidad de amar: el amor conyugal y el celibato o la virginidad.

Si ya tienes novia o estás casado deja que Cristo te hable de la belleza del amor conyugal y no reduzcas el amor a una experiencia provisional o a mero placer sexual. Si el Señor te llama que lo sigas más de cerca, no tengas miedo de responder. Ten el valor de decirle a Él un generoso “sí”. No hay cosa más bella que consagrar la vida a Dios cuando el Señor así lo quiere. Si no tienes decidido por dónde va a ir tu vida, te pido que no excluyas ninguna posibilidad.

Queridos hermanos encomendémonos a la Santísima Virgen María. Recordemos las palabras del Santo cura de Ars que solía repetir “Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir, de su santa Madre” (B. Nodet, Il pensiero e l´anima del Curato d´Ars, Turín 1967, p. 305). Y pidámosle a Nuestra Madre Nuestra Señora del Pino que nos ayude a buscar el perdón en las caídas, a ser fuerte en la debilidad, a soportar la incomprensión y el rechazo, a perseverar en el camino de la santidad y que te enseñe a ti querido Alejandro a vivir al estilo de Cristo Sacerdote y según los sentimientos de su Corazón. Que así sea.

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