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05/03/2022

Homilía: Ordenación de Diácono Permanente de Francisco Javier López Armas


Homilía

en la Ordenación de Diácono Permanente de
Francisco Javier López Armas

 

Sta. Iglesia Catedral, sábado 5 de marzo de 2022

 

Excmo. Obispo auxiliar electo y Vicario General; Ilmo. Sr. Dean y Cabildo Catedral; Vicarios Episcopales; Delegado para el Clero y responsable del Diaconado permanente; Sr. Rector del Seminario y Formadores; hermanos sacerdotes, Diácono, religiosos/as; querida Rocío e hijas, familiares y amigo de Franciscos, queridos todos en el Señor.

Es una gran bendición de parte de Dios y una gran alegría para nuestra Iglesia diocesana poder celebrar esta ordenación al diaconado permanente. Es por ello que lo primero que hemos de hacer, querido Paco, es dar gracias a Dios por el don de tu vocación al ministerio ordenado, que es un auténtico y precioso regalo del Espíritu a su Iglesia. Al mismo tiempo, la Iglesia, por medio de este sacramento te llama y te capacita para la misión específica del servicio.

Dos ideas centrarán mi atención: la esencia del diaconado permanente y la misión eclesial a la que estás llamados.

Una vocación antigua para tiempos nuevos

Es importante resaltar que la figura del Diacono permanente no es algo innovador que la Iglesia ha instituido recientemente. La Sagrada Escritura y la Tradición nos dan testimonio de este servicio.

            Como vemos en los Hechos de los Apóstoles, el diaconado existió en la Iglesia desde los primeros tiempos. Los Discípulos escogieron siete varones y los ordenaron, como auxiliares en el ministerio de la caridad (cfr. Hch. 6,1-6). De este modo, los apóstoles reservaban su tiempo para la oración y el ministerio de la Palabra (cfr. Hch 6,1-6).

Estos primeros diáconos no se limitaron al servicio de distribuir alimentos a los pobres, servicio que hacían con diligencia y caridad. Eran hombres “llenos de Espíritu y sabiduría” (6,3) y pronto encontramos a Esteban, anunciando el Evangelio de Jesucristo y siendo el primero de los mártires (Hch 6,8 – 7,60). Desde entonces, el ministerio de los diáconos continuó presente en la Iglesia durante siglos. Es recordado especialmente San Lorenzo, que sufrió el martirio en Roma, en el siglo III, el 10 de agosto de 258.

En la Iglesia latina, por diversas causas, el diaconado cayó en desuso como grado permanente durante más de un milenio. Sin embargo se conservó como paso previo al sacerdocio. Es el Concilio Vaticano II el que volvió a abrir la posibilidad de conferir el Orden del diaconado a hombres, incluso casados, que habrán de permanecer siempre en este grado del ministerio. Es por ello que podemos decir que es una vocación antigua para tiempos nuevos.

El ser diaconal

Y esa vocación conlleva ser configurado por los sacramentos del Matrimonio y del Orden, que tienen mucho que ver, pues si un sacramento te llama a ser servidor de la Iglesia universal el otro te ha hecho servidor de una Iglesia doméstica.

Es por ello querido Paco que podemos afirmar que eres un hombre abierto al Espíritu, pues ha sido Él, el que te ha ayudado a construir, junto a Rocío, la Iglesia domestica y, te ha dado las fuerzas para amar, sirviendo en tu hogar, dinamizando tu amor esponsal y tu amor paternal. Es dicha acción del Espíritu lo que evidencia la presencia aquí de tu esposa e hijas y lo que conlleva que la Iglesia exija el consentimiento de la esposa para que su marido pueda acceder a este ministerio.

Al mismo tiempo, hoy resuena con fuerza y de un modo nuevo en tu vida las Palabras de Evangelio en donde de forma concisa nos describe la vocación del apóstol S. Mateo. "Vio Jesús a un hombre llamado Mateo (…) y le dijo: sígueme. Él se levantó y lo siguió" (Mt 9,9). Así de sencilla es la vocación: una mirada del Señor, una invitación a seguirle y una respuesta inmediata. Mirada, invitación y respuesta que comenzó con el bautismo, se repitió en tu vocación a la vida matrimonial y hoy en esta asamblea resuena de forma especial llamándote al diaconado permanente.

El sacramento del orden diaconal te infundirá el Espíritu Santo que te invitará como a Abraham a salir de tu tierra y emprender un nuevo camino para ejercer ese servicio, que ya no se reduce a la Iglesia domestica, sino que sus fronteras se verán ampliadas en la Iglesia universal, subiendo así, junto con tu esposa, un escalón en el servicio y en la humildad.

Podemos decir que la ordenación que vas a recibir te comunicará la gracia del Espíritu Santo para amar a la Iglesia desde y con amor diaconal, que se traduce en crecer en la vivencia de tu doble sacramentalidad: marital y diaconal.

No olvides que los diáconos permanentes son también “permanentemente diáconos”. No son unas personas diferentes cuando están sirviendo al altar o cuando están en su casa, cuando prestan un servicio pastoral en la parroquia o cuando están en su trabajo. Son la misma persona: el discípulo de Jesús, hombre de fe, ministro ordenado, que da testimonio de Cristo con su palabra, pero también con sus gestos, con la manera en que se conduce ante los hombres.

Por tanto, querido Francisco, como diacono permanente tienes que presentarte ante Dios como hombre que quiere crecer en su ser esposo y servidor de la Iglesia. Al mismo tiempo tu familia, especialmente tú, Rocío, que por el sacramento del Matrimonio te hace “una sola carne”, participas también, en cierta forma, en el ministerio del diácono y lo haces especialmente con tu comprensión, apoyo y aliento; y otras veces, también colaborando directamente en el servicio.

 Y para poder vivir de acuerdo con vuestro ser matrimonial y diaconal es imprescindible la oración. Y yo diría más: la necesidad que tenéis como esposo y esposa de ejercer el ministerio diaconal en comunión con la oración de la Iglesia, esto es, el oficio divino. Y me atrevería a decir que si para los esposos el rezo del oficio divino es una mera invitación, para vosotros matrimonios que desempeñáis el ministerio diaconal es como una obligación que brota de vuestro ministerio.

La misión

Por último todo ministerio en la Iglesia está instituido para la misión y no para engrandecer mi ego. Es ese servicio o misión lo que ahora quiero profundizar con vosotros.

En la ordenación al diaconado, sólo el obispo impone las manos, significando así que el diácono está especialmente vinculado al obispo en las tareas de su “diaconía” (Cf. San Hipólito Romano, Traditio apostolica 8) (nº 1569). Y esa vinculación se traduce en la llamada a desarrollar en su vida por medio del Espíritu Santo una triple función. En primer lugar tiene el oficio de enseñar, pues está llamado a proclamar la Escritura, la Palabra de Dios, e instruir y exhortar al pueblo. Por otra parte tiene el oficio de santificar, ya que su ministerio se desarrolla por medio de la oración y en la administración del sacramento del bautismo, en la distribución de la Eucaristía, en la asistencia y bendición de los matrimonios, en presidir el rito de los funerales y de la sepultura y en la administración de los sacramentales. Y por último el Diacono tiene el oficio de regir, que se manifiesta particularmente en el servicio, pues se ejerce de forma especial en las obras de caridad y de asistencia, así como en la animación de comunidades a vivir la caridad (cfr. Normas Básicas, 9).

Al hablar de sus funciones el mismo Catecismo afirma: “Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad (cf LG 29; cf. SC 35,4; AG 16)” (nº 1970).

Y para llevar adelante este empeño hay que vivir de forma permanente la Diaconía de la Palabra de Dios, invitando a todos a la conversión y a la santidad. Esto implica, como tantas veces nos repite el Papa Francisco, que debes tener un contacto íntimo con Cristo a través de su Palabra para que la comuniques de manera eficaz y de forma integral en la comunidad a la que vas a servir. De manera especial deberás predicar la Palabra de Dios con el ejemplo en el ambiente en el que te desenvuelves, en tu familia, en tu trabajo, en todo lugar (cfr. Directorio, 23-27). Este es el mandato de Jesús antes de su Ascensión “Id al mundo entero y anunciad el evangelio”.

También debes de vivir la Diaconía de la Liturgia. Debes ayudar a que el pueblo se santifique, sabiendo que la liturgia es fuente de gracia y de santificación. Así mismo, debes familiarizarte con el rezo de la liturgia de las horas, ya que a través de ella te unes a la oración de la Iglesia y pides por ella (cfr. Directorio, 28-36).

Y por último deberás vivir la Diaconía de la Caridad, asemejándote a Cristo el pastor que ve las necesidades de los que le rodean, es por eso que estás llamado a servir a todos sin discriminaciones y prestando particular atención a los que más sufren y a los pecadores (cfr. Directorio, 37-38). La práctica de las obras de caridad deberá ser tu punto de referencia y tu itinerario de vida como Diácono Permanente, buscando realizar lo que Jesús declaró de su misión “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc. 10, 45; Mt. 20, 28).

Esta vocación en la que al igual que Mateo comienza hoy, significa el seguimiento de Jesús en actitud de humilde servicio que no se manifiesta sólo en las obras de caridad, sino que afecta y modela toda tu manera de pensar, de vivir y de actuar, por lo tanto, si tu ministerio es coherente con este servicio, pondrás más claramente de manifiesto el rasgo distintivo del rostro de Cristo: el servicio, para ser no sólo “siervos de Dios”, sino el de ser siervos de Dios en los propios hermanos” (cfr. Directorio, 45).

Es el Espíritu el que te concederá poder tomar tu propia vida y, por amor y con amor, ponerla a disposición de quien la pueda necesitar. Es ésa la auténtica libertad: hacerse esclavo unos de otros por amor; libertad que sólo Dios puede inspirar y verificar, pues sólo Cristo nos puede dar esa libertad.

Pues bien querido Francisco y Rocío, ánimo y abrid de par en par las puertas del corazón para recibir la gracia del Espíritu Santo que os ayudará a vivir con fuerza vuestra vocación marital y diaconal. Pido a la Sagrada Familia de Nazaret por vosotros para que os ayude en vuestra misión de servir a todas las personas y especialmente a los más pobres. Que así sea.

  

         

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