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26/03/2022

Homilía: Ordenación Episcopal de Mons. Cristóbal Déniz Hernández, Obispo Auxiliar de Canarias


Homilía en la Ordenación Episcopal
de Mons. Cristóbal Déniz Hernández,
Obispo Auxiliar de Canarias

 

Santa. Iglesia Catedral, sábado 26 de marzo del 2022

 

Excmo. Sr. Nuncio Apostólico. Excmo. Sr. Arzobispo Metropolitano de nuestra Provincia Eclesiástica de Sevilla, Excmos. Sres. Obispos, Sacerdotes, Religiosos, Diáconos, Seminaristas. Excmas. e Ilmas. Autoridades civiles, académicas, militares y judiciales. Queridos fieles asistentes, familiares y amigos del Obispo auxiliar, especialmente saludo a sus padres y hermanos en este momento de tantas emociones.

Tengo presente especialmente a los enfermos y a todos los que nos estáis siguiendo por la TV Canaria, Trece TV, COPE, Radio María y por la emisora Diocesana. Queridos Hermanos todos en el Señor.           

Con gran gozo y alegría, acogemos en esta celebración, la consagración episcopal de nuestro hermano Cristóbal que, mediante la oración y la imposición de las manos, recibirá el ministerio episcopal para ser testigo del amor de Dios y enviado, como recoge el profeta Isaías en la primera lectura, a anunciar la Buena Noticia a los pobres.            

Es una gracia del Señor que esta Iglesia Diocesana tenga un obispo auxiliar, haciendo posible que el ministerio episcopal pueda estar más presente en nuestra Diócesis que, como sabéis, comprende las islas de Gran Canaria, Lanzarote, Fuerteventura y la Graciosa. Expreso públicamente por ello a su Santidad el Papa Francisco mi gratitud y adhesión. Igualmente mi reconocimiento agradecido a mis predecesores y especialmente a los más inmediatos, D. Ramón Echarren que en paz descanse y D. Francisco Cases, que me acompaña como consagrante. Hoy recogemos el fruto que ellos sembraron en el seminario y su apuesta por tener un clero formado.           

Querido Cristóbal, ha pasado casi un mes cuando me comunicaste la elección que el Santo Padre había hecho nombrándote obispo auxiliar. Y ya ha llegado el día en que vas a recibir plenamente el regalo de Dios de entrar en el episcopado, en esta tu catedral y en la Diócesis que te vio nacer. Casi doscientos años transcurre desde la última ordenación de un obispo en esta sede catedralicia. Esta circunstancia nos invita a realizar una mirada a la historia de nuestra Iglesia.            

Tres han sido los obispados instituidos en nuestra Diócesis. El 7 de noviembre de 1351, el papa Clemente VI erige el Obispado de la Fortuna o de Telde, designando como primer obispo al carmelita fray Bernardo Font. En este periodo llegarán los primeros misioneros mallorquines que llevaron a cabo una intensa labor evangelizadora. El 7 de Julio de 1404, festividad de San Marcial, el Papa Benedicto XIII crea la sede Canariense-Rubicense, con sede en Lanzarote, mediante la Bula Romanus Pontifex a petición de los conquistadores normandos y los misioneros Jean Leverrier y fray Pierre Boutier. La sede episcopal y catedral se establecieron en el castillo del Rubicón, al sur de la isla de Lanzarote. El 25 de agosto de 1435 el papa Eugenio IV aprobó el traslado de la sede a Gran Canaria mediante la Bula Romanus Pontificis Providentia, que lo formalizó el obispo D. Juan de Frías, una vez conquistada la isla en 1483.          

A lo largo de la historia, descubrimos que desde 1520 han sido ordenados 18 obispos nacidos en estas islas. De estos, 12 ejercieron su ministerio en Hispanoamérica (el último el recientemente fallecido Arzobispo de Sucre D. Jesús Pérez, natural de Juncalillo de Gáldar). Los otros 6 lo ejercieron en la Iglesia española y sólo uno de estos nació en la isla de Gran Canaria, Mons. Verdugo que ejerció el ministerio en el siglo XVIII (1796-1826). A partir de hoy te conviertes en el segundo obispo nacido en Gran Canaria, más concretamente de Valsequillo, que ejercerá su ministerio en la Iglesia española.

Tú, querido hermano, sabes que el protagonista de esta historia ha sido el Altísimo, que ha dado una impronta misionera al pueblo de Dios que camina en estas islas. El Señor es también el protagonista de tu historia. Él te ha elegido, aunque tú te veas frágil y débil. Habrás podido comprobar en este tiempo en la vida de oración y en el silencio de la contemplación, cómo Dios te ha respondido ante la misión que ponía ante ti diciéndote: “¡Te basta mi gracia!”, y has descansado confiado, sabiendo que El está contigo hasta el fin de los tiempos.           

Esta breve mirada a las raíces de ésta, tu Diócesis, te ayudará a tener siempre ardiendo la luz de la vocación. Nos hace bien, como tantas veces ha recordado el Papa Francisco, volver a los primeros amores. Es necesario, como muestras en tu escudo episcopal, donde con el símbolo de la flor del almendro aludes a tu iglesia domestica y a tu pueblo, representada hoy aquí por tus padres y hermanos, tu parroquia y autoridades de Valsequillo, no olvidarnos de nuestros orígenes, de nuestras raíces para no perder lo más valioso que un consagrado puede tener: la mirada del Señor. Hace bien recordar siempre esa hora de la llamada, ese día clave en el que nos dimos cuenta de que el Señor esperaba algo más. La memoria de esa hora en la que escuchamos su invitación a seguirle para hacernos pastores de su Iglesia.            

La mirada a la historia también abre ante nosotros una Iglesia con un gran dinamismo misionero. Situada en la ruta del nuevo mundo, esta Iglesia tuvo siempre clara la importancia del anuncio del Evangelio. Misión que es precisamente donde el Pueblo de Dios halla su identidad, como hemos podido escuchar en el Evangelio, con el envío de los Apóstoles por el Resucitado y donde está enmarcada tu llamada al episcopado. Por ello en esta celebración queremos afirmar, con fuerza, que también hoy es la hora de la misión.           

Es esa misión que de forma magistral puso en nuestros corazones el Concilio Vaticano II, en las constituciones Gadium et Spes y Lumen Gentium que sigue siendo esperanza para la humanidad. Es la misión que no solo se reduce a missio ad gentes sino, como afirmaba Juan Pablo II en Redemptoris Missio, una misión ad intra o una nueva evangelización. En esta línea nos alentaba Benedicto XVI en Spe Salvi a ser testigos del amor de Dios en medio de un mundo sin esperanza y que también el Papa Francisco ha continuado con Evangelli Gadium, afirmando que una nueva evangelización es la urgencia mayor y el mayor de los servicios que la Iglesia puede, y debe, prestar hoy a los hombres de nuestro tiempo.           

Hoy nuestra sociedad sumergida en «una cultura líquida», superficial e inconsistente, vive un cambio profundo antropológico y cultural. El hombre postmoderno es un gigante técnico, pero con los pies de barro, ya que intenta encontrar la salvación y calmar la sed de eternidad con meras realidades terrenas. Es ésta su pobreza y es ello lo que nos mueve a ir a su encuentro, para hacer resplandecer con fuerza el tesoro que tiene la Iglesia: Cristo, única fuente de agua viva, capaz de saciar la sed de eternidad y de amor que tiene el hombre de todos los tiempos, también hoy. Es éste el gran reto pastoral que tenemos.            

Duc in altum (Lc 5, 4): Remad mar adentro y echad vuestras redes para la pesca. Esto lo dijo Jesús a Pedro y a sus compañeros cuando los llamó a convertirse en “pescadores de hombres”. Duc in altum te dice a ti, Cristóbal, y a todos nosotros el Señor en esta hora. Estás llamado a echar la red del Evangelio en el mar agitado de este tiempo para obtener la adhesión de los hombres a Cristo; para sacarlos, por así decir, de las aguas de la muerte y de la oscuridad de las profundidades en la cual la luz del cielo no penetra. Debes llevarlos a la tierra de la vida, en la comunión con Jesucristo.           

Y para ser buen pescador es necesario que no olvides nunca tu identidad sacerdotal y episcopal, que expresaremos en la liturgia y que, siguiendo las palabras del Papa Francisco dirigidas a los obispos italianos, podemos sintetizar en tres notas fundamentales: Hombres de oración, de anuncio y de comunión.

 

Hombre de oración

Según la Tradición apostólica, este sacramento se confiere mediante la imposición de manos y la oración. La imposición de manos se realiza en silencio y sigue la oración consagratoria. La ordenación episcopal es un acontecimiento de oración. Ningún hombre puede hacer a otro sacerdote u obispo. Querido Cristóbal, es el Señor mismo quien, a través de la palabra de la oración y del gesto de la imposición de manos, te asume hoy a su servicio. Él mismo te ha elegido y te concede la participación en su sacerdocio, para que su Palabra y su obra estén presentes en todos los tiempos.

Será clave para ti, querido Cristóbal, tener una especial relación con el Señor en la intimidad de la oración. Como afirma el Papa Francisco “el obispo está llamado por Jesús para quedarse con Él y, por ello, delante del tabernáculo aprende a confiarse al Señor, porque allí encuentra su fortaleza y su confianza”. La oración no es para ti una devoción, sino necesidad; no es una tarea más entre muchas otras, sino un ministerio de intercesión indispensable para tu misión.

 

Hombre de anuncio

Durante la oración de ordenación se abre sobre ti el Evangeliario, el libro de la Palabra de Dios. Con este rito expresamos que el Evangelio debe penetrar en ti; la Palabra viva de Dios debe, por así decirlo, invadirte. Con la Palabra, la vida misma de Cristo debe invadir tu vida, de manera que te conviertas totalmente en una sola cosa con Él, que Cristo viva en ti y dé a tu vida forma y contenido. Es ese rito con el que expresamos que como obispo tienes que ser hombre de la Palabra y del anuncio. Como los Discípulos, debes llevar sanación, ayudar a curar la herida interior del hombre, su lejanía de Dios. Esto, como hemos escuchado en el Evangelio, reclama ir sin ningún miedo ni complejo, con plena libertad y valentía, con la alegría que viene de Dios y la dicha de saber que Cristo está con nosotros hasta el fin de los tiempos. En esta tarea estoy seguro que te enseñará y te ayudará la vida de nuestro co-patrón San Antonio Maria Claret, el Padrito, que junto con el obispo Codina, misionero Paúl, llegó a estas tierras, se entregó por completo a la misión anunciando a Cristo y pudo decir «estos canarios me han robado el corazón... No ceso nunca de dar gracias a Dios por haberme enviado a estas islas...» 

El envío implica salir de nosotros mismos y proclamar sin descanso el Evangelio, como afirmaba el Santo Padre a los obispos italianos “el Evangelio no se anuncia sentado, sino en camino… el auténtico pastor sale de sí mismo, no le gusta la comodidad, no le gusta la vida tranquila y no ahorra energías, sino que trabaja para los demás, abandonándose a la fidelidad de Dios. Si busca puestos y seguridades mundanas, no es un verdadero apóstol del Evangelio”. Hay que cuidarse de la mundanidad, porque corren el riesgo de diluir la Palabra de salvación, proponiendo un Evangelio sin cruz y sin resurrección.

         

Hombre de comunión

Hoy una de las promesas que tú haces es edificar la Iglesia Cuerpo de Cristo y permanecer en su unidad con el orden de los obispos, bajo la autoridad del sucesor de Pedro. Promesa que se expresa con la entrega del Anillo, la Mitra y del Báculo, signo de fidelidad, santidad y ministerio pastoral. Es esto lo que te hace ser hombre de comunión, porque como afirma el Papa Francisco “a pesar de que un obispo no cuente con todos los “dones” y “carismas”, está llamado a tener el carisma del todo, es decir, a mantenerse unido, a cimentar la comunión”.

La Iglesia necesita comunión, es lo que nos muestra el futuro sínodo en el que tú tan intensamente estas trabajando en nuestra Diócesis. Hacer crecer la comunión en nuestro presbiterio y entre todas las realidades eclesiales.

No debes nunca olvidar que Jesús sintetizó todos estos múltiples aspectos de su sacerdocio en la única frase: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 45). Ser, no para uno mismo, sino para los demás, de parte de Dios y con vista a Dios: este es el núcleo más profundo de la misión de Cristo y, a la vez, la verdadera esencia de su sacerdocio. Es esto lo que te recomienda la Primera Carta de San Pedro, llamándote a apacentar el rebaño que te ha sido confiado no por interés, sino con abnegación; no pretendiendo dominar a los que te han sido encomendados, sino siendo de corazón ejemplo para el rebaño (1ª Pe 5,2). Servir y donarse en y con este presbiterio, con tus queridos hermanos sacerdotes, con los que has ido creciendo en tu ministerio y trabajando en la nueva evangelización. Gracias a Dios cuentas con un buen número de presbíteros que, a pesar de las dificultades del número y de la edad, son un testimonio de entrega y siguen dispuestos a trabajar por hacer crecer el Reino de Dios. Aprovecho para daros las gracias a todos y también a los religiosos, religiosas y laicos que, día a día, trabajáis por esta Iglesia de Canarias, afrontando los graves problemas socioeconómicos y nadando tantas veces contra corriente en un mundo que quiere eliminar a Dios e imponer el individualismo, difuminando la fraternidad y la atención a los más pobres y necesitados.

Pedimos al Señor que te acompañe con su gracia y seas un siervo fiel y solícito, imagen del Buen Pastor. La mirada de la Virgen María, Madre de los Apóstoles te de fuerzas para seguir a su Hijo como Ella lo siguió, compartiendo su vida, su soledad, su oración, su entrega absoluta, su sacrificio hasta la muerte por la salvación de los hombres y como Ella ser un buen discípulo de su Hijo en la escucha de la Palabra. Que el Arcángel San Miguel, Patrón de Valsequillo, te proteja en la misión y la Santísima Virgen, Nuestra Señora del Pino, te acompañe siempre y llene de fecundidad tu ministerio para gloria de Dios. Así sea.

 

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