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14/04/2022

Homilía: Jueves Santo 2022


Homilía en la Misa en la Cena del Señor

 

Santa Iglesia Catedral, Jueves Santo 14 de abril de 2022

 

Sr. Dean y Ilmo. Cabildo Catedral, Hermanos Sacerdotes, Religiosos, Religiosas, representaciones de las Hermandades queridos todos en el Señor.

Con esta celebración vespertina del Jueves Santo entramos en un tiempo sagrado. La Iglesia comienza el Triduo Pascual evocando aquella Cena en la cual el Señor, “la noche en que iba a ser entregado”, se ofreció a Sí mismo a Dios Padre “en rescate por muchos” (Mc 10, 45) y nos dejó el “memorial de su Pasión” -su Cuerpo y su Sangre- como “sacramento permanente” de su “sacrificio redentor”.

La liturgia del Jueves Santo es una invitación a profundizar en el misterio de la Eucaristía, ya que quien desee seguirle tiene que sentarse a su mesa y, con máximo recogimiento, vivir de todo lo que aconteció 'en la noche en que iban a entregarlo.

La primera lectura nos ha recordado que esta noche era la más importante del año para el pueblo de Israel. Así estaba escrito y lo mandaba la Escritura. Todo estaba bien especificado para celebrarlo como correspondía. Porque no era un día cualquiera, “porque es la Pascua, el Paso del Señor”. Efectivamente, Dios pasó. Pero también hoy Dios pasa. Aquella noche Dios pasó “hiriendo a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados” y todo para salvar a su pueblo. Dios intervino en la historia para salvar a su pueblo.

Por eso aquella noche también fue especial para Jesús y para sus discípulos. Hacía falta restaurar la alianza rota y Jesús lo iba a hacer, entregando su vida, para nuestra salvación. Pero antes, Jesús quiso celebrar su Pascua nueva, el paso de la muerte a la vida, con sus discípulos, para mostrarles que Dios volvía a pasar, y que se iba a quedar para siempre con ellos en aquel gesto de la fracción del pan.

En aquella noche podemos decir que Jesús nos hace tres regalos. Instituye la Eucaristía, nos deja el testamento del mandamiento nuevo del amor e instituye el ministerio sacerdotal. Es la Eucaristía la que centra nuestra atención en esta celebración de la cena del Señor.

Es curioso que los tres evangelistas que narran la institución de la eucaristía no hablen del lavatorio de los pies, y Juan, que narra el lavatorio de los pies, no dice nada de la institución de la eucaristía. La verdad es que los dos signos expresan exactamente la misma realidad significada: la entrega total de sí mismo. Por eso El Jueves Santo recordamos las dos tradiciones de la Última Cena.

La tradición cultual, narración de la institución, de Pablo, Lucas, Mateo y Marcos, que nos ha narrado San pablo y la tradición testamento de Juan 13,17.

Ambas tradiciones son necesarias. "Haced esto"… en el culto, en el sacrificio de alabanza y "Ejemplo os he dado"… en el diario sacrificio de la vida, en el servicio, en el lavatorio de los pies.

 

Tomad  y comed

Podemos decir a la luz de las dos tradiciones que es inmenso el Misterio de Jueves Santo y es por ello que la Iglesia nos invita a profundizar en él. ¡Es tanto lo que encierra esta celebración , como bien se preguntaba el santo Cura de Ars:

“¿Podremos hallar en nuestra santa religión un momento más precioso, una circunstancia más feliz, que aquel instante en que Jesucristo instituyó el adorable Sacramento de los altares? -No, no, puesto que esta circunstancia nos recuerda y atestigua el inmenso amor de un Dios a las criaturas”.

Ya no se trata de la cena de Israel que -como hemos escuchado en la primera lectura-, era un memorial de la liberación de Egipto. Ahora celebramos una liberación más plena: de la esclavitud del pecado, pues Cristo ha establecido en su Sangre la “Nueva Alianza” entre Dios y el hombre. En ella el hombre ha recibido el perdón de sus pecados y ha sido constituido amigo de Dios.

Ya no hablamos del maná, de un alimento corporal que se come y se vuelve a tener hambre, sino que Jesús nos da su Cuerpo y su Sangre, “verdadera comida y verdadera bebida”, que sacia el espíritu y nos permite realizar “obras de vida eterna”. Quien “come de este pan” puede entrar en el acto de amor de Cristo y en el dinamismo de su donación. Es esa otra gran dimensión de la Eucaristía: el Señor abre la posibilidad a todo hombre para “amar hasta el extremo” de dar su vida por los enemigos.

Hasta el extremo nos amó El queriéndose quedar entre nosotros. Conociendo que “se acercaba el momento de volver al Padre” no pudo resignarse a dejarnos solos en la tierra en medio de tantos peligros como a El le amenazaron: “orad para no caer en tentación”. La Eucaristía es un alimento de fortaleza y de vida eterna.

 

Como Yo os he amado

Hoy es también es el día de la comunión fraterna. Jesús nos invita a vivir su amor en comunidad, fraternalmente, con las manos unidas a las de nuestros hermanos, a los que están a nuestro lado en este momento. Nos llama a afrontar solidariamente los retos de la vida, a ser Iglesia viva en el corazón del mundo, haciendo parroquia, haciendo Iglesia, haciendo comunidad.

Y esta invitación nos la hace mediante el “lavatorio de los pies”. En él Jesús se hace el último, el esclavo, el más pequeño de la casa, que en definitiva son los encargados de los oficios más humildes. Pues bien, es con ese gesto con el que nuestro Señor nos sugiere el camino para ser como El, y hacer de nuestra vida una ofrenda: la humildad. Así nos lo dijo:

“Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. (Jn 13, 13-15)

Hoy Cáritas nos enseña que la fraternidad se consigue a base de compartir lo que uno tiene con el que lo necesita, a base de generosidad y solidaridad, especialmente con los más pobres de este mundo, donde Dios se nos acerca de manera especial. Es por eso que en este día del Jueves Santo, de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, Cáritas está presente para decirnos que nada sirve si no hay amor entre nosotros, que es falso nuestro amor a Dios si no pasa por la fraternidad, la generosidad y la solidaridad con el hermano, especialmente con el que sufre y lo pasa mal.

Vivamos profundamente todo el Misterio Pascual de Jesucristo. Y vivámoslo también con la Virgen María. Ella nos dio de su cuerpo y de su sangre al mismo Señor que la Iglesia nos da en el Sacramento de su Presencia. Ella lo acompañó hasta la Cruz. Allí nos encontraremos mañana para continuar esta celebración. Así sea.

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