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28/10/2022

Homilía: 50 aniversario de la Ciudad de San Juan de Dios


Homilía 50 aniversario

de la Ciudad de San Juan de Dios

Las Palmas de Gran Canarias 28 de Octubre 2022

 

Hermanos sacerdotes concelebrantes; Hermano Jesús Etayo, Superior General de la Orden Hospitalaria; Hermano Amador Fernández, Provincial de España; queridos Hermanos de San Juan de Dios, Religiosas; Excmo. Sr. Delegado del Gobierno, Excmo. Sr. Presidente del Cabildo de Gran Canaria; Consejeros del Gobierno de Canarias; Excmo. Sr. Alcalde de las Palmas de Gran Canaria y alcaldes de otros municipios; Autoridades Militares; Distinguidos representantes de Entidades e Instituciones, culturales y religiosas, queridos residentes, familiares, trabajadores hermanos/as que construís esta familia de la ciudad de San Juan de Dios.

La belleza de la Iglesia

Nos hemos reunido para celebrar esta Eucaristía de acción de gracias con motivo del 50 aniversario de la ciudad de San Juan de Dios en Las Palmas de Gran Canaria. 

Hoy celebramos a San Simón y San Judas Tadeo, Apóstoles que nos situan ante el misterio de la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios. Y parte de ese pueblo es la orden hospitalaria que nos acoge en esta ceebración. Pues bien, de la mano de los apóstoles, descubrimos que la Iglesia está cimentada en la fe de una Palabra que el Resucitado le dio a sus discípulos:

Id y haced discípulos de todos los pueblos…Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mt 28,16-20). Esas palabras hicieron posible que unas personas, que estaban muertas de miedo, se lanzaran con valentía a la predicación y se pudiera consolidar el nuevo Pueblo de Dios, que nos habla de hombres y mujeres que construyeron una civilización cimentada en el derecho romano, la democracia griega y el humanismo cristiano de la que aún nuestra sociedad se está beneficiando.

Es verdad que muchas veces, como dice Henry de Lubac, citando a alguno de los santos Padres, la Iglesia es como una mujer anciana y fea, y muchos sólo se fijan en las arrugas de esta ancianidad y fealdad. Sin embargo, y a pesar de todo, en esta Iglesia brilla la fuerza de María, concebida sin pecado original y llena de gracia. Esa plenitud de Gracia es lo que nos ayuda a contemplar a la Virgen en la Iglesia, en nuestra Iglesia de Canarias, en nuestra Diócesis, que tiene precisamente por celestial Patrona a la Virgen del Pino. En esa Iglesia concreta, tan atacada muchas veces, esa que definían los Santos Padres como casta et meretriz, esa en la que en su rostro materno aparecen arrugas y en la que se aprecia su ancianidad, en ella resplandece la Gracia y la luz del Espíritu. Y es esa luz la que me gustaría mostraros. De hecho os confieso que la riqueza más grande de ser obispo es tener la experiencia de  encontrarse frente al corazón de esa anciana vieja y fea,  para muchos muy fea y que, sin embargo, cuando uno entra en el corazón de esa Iglesia, es siempre joven.

Es el corazón de la Iglesia el que late gracias a tantas y tantas personas santas tan extraordinarios como San Juan Bosco y San José de Calasanz, entre otros, que cuando no tenían derecho los pobres de enseñanza, ellos se lanzaron a educar a jóvenes y niñas. O Santa Teresa de Jesús y la Madre Teresa de Calcuta, cuyas hijas han sido expulsadas de Nicaragua pues molesta al regimen totalitario que se atienda a los pobres.

De ese corazón nos hablan los misioneros que siempre están en esas tierras difíciles de misión,  llevando el tesoro del Evangelio a quienes no lo conocen, no huyendo cuándo viene la dificultad, permaneciendo allí, dispuestos a morir. Permitidme recordar a los hermanos de San Juan de Dios que murieron por cuidar a los enfermos del Ébola. De ese corazón nos hablan, asimismo, todos esos pobres atendidos por Cáritas, por las Hijas de la Caridad, las Oblatas y Adoratrices en su lucha contra la trata de mujeres, por la Obra social y por la Orden Hospitalaria. Y en esas parroquias en la que los párrocos unidos a tantos hombres y mujeres voluntarios dan su tiempo, prestando un servicio de urgencia de la caridad. O los que formais esta Ciudad que hace 50 años levantaron en este monte: una ciudad de la alegría y del amor.

Lo sabemos bien en los pueblos. Cuando llega alguien necesitado, o herido por la droga o desplazado de la sociedad del bienestar, no van a llamar a la puerta del alcalde, sino a la del cura, y allí son atendidos. Cuando hay un problema de fondo, difícil de resolver, bien saben los más débiles donde siempre tendrán acogida: en la parroquia, en la Iglesia y así preguntan: ¿dónde está el cura?, y ¿dónde está la iglesia?

Más allá de las apariencias o de la imagen que se da de Ella, esta es y, sigue siendo hoy, nuestra Iglesia la que sigue educando en valores a los niños en las catequesis o conservando un patrimonio que es para disfrute de todos. Un patrimonio que no se reduce a las obras grandes, tan costosas como necesarias e imposible de llevar adelante sin la ayuda de las autoridades civiles. Sino a las obras diarias que supone el mantenimiento de estructuras y cubiertas, arreglo de desperfectos, limpieza de fachadas e interiores, iluminación de edificios y monumentos.

Sintámonos orgullosos de este Pueblo de Dios. Basura tenemos tal y como no se cansan de propagar los medios de comunicación,pero no caigamos en la injusticia de dejar la mirada exclusivamente en el basurero, no olvidemos los reciclajes de la conversión y del perdón y sobre todo la belleza y la fuerza de tantos santos y santas que hacen bello este pueblo.

50 aniversario

Por otra parte, el cincuenta aniversario nos centra la mirada en este monte que podemos llamar de San Juan de Dios y descubrimos muchas luces que brillan y envian su resplandor a toda la isla de Gran Canaria y al mundo entero sumergido, como afirma el Papa Francisco, en una economia del descarte. En este aniversario celebramos entre otras cosas lo siguiente.

Cincuenta años iluminando esperanza

Esperanza a tantas familias que han experimentado la oscuridad de la cruz y el abismo del futuro. San Juan de Dios y sus hijos les han traido la esperanza al iluminar la cruz de la enfermedad, que si bien para muchos es un escándalo y para otros una necedad, en este monte es fuerza del amor de Dios. La esperanza de que ante la cruz no abandona a los pequeños y débiles y nos da a su Madre como una ayuda.

Cincuenta años brillando el consuelo

Consuelo ante el sufrimiento y la discapacidad. Consuelo que traen tantas personas que trabajan en esta Ciudad de San Juan de Dios, convertidos en cireneos que ayudan a los niños y a las familias a llevar la cruz y, como la Verónica, que frente a los latigazos del imperio del descarte y del consumismo están dispuestos a lavar el rostro del Señor que resplandece en todos los débiles y dar un agua viva de amor que salta hasta la vida eterna.

Cincuenta años resplandeciendo humanidad

Hoy se habla mucho de progreso y humanidad. Para muchos, el progreso es imponer el llamado darwinismo social donde los pobres, discapacitados, migrantes, moribundos y sin techo sobran, hay que elimianarlos en nombre del bienestar. Frente a esto, en este monte, se vive la humanidad y el progreso que es precisamente atender a los débiles. Ecce Homo, leemos en el evangelio. He ahí el hombre, he ahí el rostro desfigurado y ensangrentado que origina en el hombre de una sociedad cimentada en el individualismo, en la cultura del placer y del materialismo. Pero he ahí al hombre, la belleza del rostro ensangrentado para traer el amor y el perdón. He ahí la auténtica humanidad y progreso, la acogida de tantos seres humanos debiles e idefensos. Mira a tu alrededor y contempla en esta ciudad de San Juan de Dios la belleza de un rostro que se entrega y sirve a los pequeños. Ese es el verdadero progreso y el verdadero humanismo.

Cincuenta años alimentando la cultura del amor y la vida

Juan Pablo II durante su pontificado alertaba de la llegada de la cultura de la muerte que, día a día, se iba imponiendo en el pensamiento contemporáneo, constituyendo una seria amenaza para toda la humanidad. Así afirmaba Juan Pablo II:

“ si nuestro tiempo, el tiempo de nuestra generación, el tiempo que se está acercando al final del segundo milenio de nuestra era cristiana, se nos revela como tiempo de gran progreso, aparece también como tiempo de múltiples amenazas para el hombre, de las que la Iglesia debe hablar a todos los hombres de buena voluntad y en torno a las cuales debe mantener siempre un diálogo con ellos”.[1]

Dicha cultura ya está aquí, con todo su esplendor, cimentada en una “apostasía silenciosa”, proponiendo una humanidad atiborrada de bienestar, que vive como si Dios no existiese, y en el que la secularización asume forma institucional, convertida en un neopaganismo combatiente con dogmas propios y misioneros aguerridos. Es la aldea global del pluralismo sin límites y sin brújula, que renegando sus raíces humanitarias pierde cada vez más su identidad.

Ante esta cultura de la muerte que amenaza a la dignidad del hombre, es necesario afirmar que el ser humano es persona, es tener claro que no es una cosa o un objeto del que servirse, sino que el ser humano es el centro y vértice de todo lo que existe sobre la tierra. Es, por tanto, reconocer como bien recoge el Papa Francisco en su Encíclica Fratelli Tutti que todas las personas poseen una dignidad inherente afirmando que:

“El ser humano tiene la misma dignidad inviolable en todas las épocas de la historia y nadie puede considerarse autorizado por situaciones particulares para negar esta convicción o actuar contra ella”

Dicho esto, hoy viene en mi nombre toda la Diócesis no solo a felicitaros por los 50 años, sino a daros las gracias a todos vosotros Hermanos de San Juan de Dios, Religiosas, familiares, trabajadores y voluntarios en esta casa, que con vuestra entrega y trabajo sois una luz maravillosa de la civilización de la vida y del amor, donde el hombre puede encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad. 

Pido a la Virgen del Pino que esta ciudad siga cumpliendo años y que suscite hombres y mujeres dispuestos y capaces a promover una visión antropológica acorde con la realidad del hombre, que tenga en cuenta los dos pilares fundamentales del ser humano: la dimensión espiritual y la dimensión social que haga germinar la civilización de la vida. Hay que seguir fomentando la dimensión espiritual, trascendente y misteriosa que haga posible acercarse a toda persona con veneración y respeto. Y la dimensión ontológico-social que recuerde cada día que la vida humana no solo es un bien personal, sino también un bien de la comunidad, pues toda vida humana está siempre abierta a la trascendencia del otro, a la posibilidad de la comunión.

Por último, podemos terminar con las palabras de Juan Pablo II pronunciadas en la Asamblea General Pontificia para la vida el 3 de Marzo de 2001, afirmando: la vida vencerá: esta es para nosotros una segura esperanza. Sí, vencerá la vida, porque en el bando de la vida militan la verdad, el bien, la alegría, el progreso auténtico. De parte de la vida se encuentra Dios, que ama la vida y con abundancia la ofrece. Y es por ello que podemos gritar con fuerza el lema de estos 50 años Siempre Junto a ti. Que así sea.

 


[1] Redemptor hominis, n. 16.

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