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05/11/2022

Homilía: Ordenación diaconal Alejandro


Ordenación diaconal Alejandro

San Ginés. 25 de noviembre de 2022

Querido Juan Carlos, Párroco de esta Parroquia de San Ginés, Sres. Vicarios, Sr. Rector del Seminario, Formadores, Seminaristas; Querido Alejandro; familiares y amigos.

Antes de nada bendecimos a Dios que una vez más se muestra grande y generoso para con esta Iglesia suya de Canarias, consagrando un nuevo diácono para asistir al Obispo y ayudar a los Presbíteros en el ministerio de la Palabra, en el servicio del Altar y en la atención a los más necesitados.

A su vez, querido Alejandro,  agradecemos el servicio que te han prestado muchas personas: los formadores del Seminario, los profesores; los compañeros; los sacerdotes y religiosas, que te acompañan esta mañana; la familia y amigos que te quieren y los feligreses de las distintas parroquias en la que has desarrollado la pastoral. Gracias a todos y felicidades porque todos tenéis parte en esta ordenación.

Consagración

Bien sabes, que, como en tantos otros casos, en todo este proceso de tu vocación no hay aparentemente nada de extraordinario, salvo la acción amorosa de Dios y de su amor misericordioso. Amor que comenzó el día de tu consagración en el bautismo en la que tuvieron mucho que ver tu familia aquí presente, que te incorporaron a la Iglesia domestica consagrándote a Dios. Es el bautismo el que te habla no sólo de Iglesia Doméstica sino de Iglesia local representada aquí por los fieles de esta parroquia y de otras parroquias de Lanzarote y es el Bautismo el que te habla de la Renovación Carismática donde has ido creciendo en la fe.

Por el bautismo todos hemos recibido el perdón del pecado original y sobre todo hemos recibido la gracia del Espíritu Santo que nos hace gritar Abbâ Padre. Es esa paternidad la que debemos vivir cada día. Ese saber que por nuestro bautismo, nuestras vidas han sido puestas en las manos de Dios y hemos sido configurados con Cristo para ser alabanza de su Gloria. Y aquí radica  la fuente de nuestra vida espiritual que tiene que venir marcada por la intimidad con el Señor.

Por tanto, como afirmaba San Agustín con vosotros cristianos y para vosotros obispo. Es decir, que para ser un buen cura y un buen diácono no podemos olvidar que lo primero es el bautismo que nos habla de redención, rescate, conversión, fe o encuentro personal e intimidad con Cristo. Es por ello que tenemos que renovar cada día nuestro encuentro personal con Jesucristo y dejarnos encontrar por Él, ya que es de ese encuentro de donde nace la certeza de ser amados. Y esa certeza de la presencia de Jesús debe ser el motor de nuestra donación y la que nos preservará como afirma el Papa Francisco del "alzheimer espiritual", que sufren aquellos que “han perdido la memoria de su encuentro con el Señor”.

El camino de Dios     

En segundo lugar esa consagración bautismal se concretiza en la vocación al ministerio sacerdotal y que hoy das un paso importante para alcanzarlo con la ordenación de diácono, por lo que le damos gracias a Dios, ya que toda vocación es un don de lo alto. Una llamada para estar siempre con Él a través de un camino muy concreto que el Señor tiene previsto desde el seno materno, como afirma el libro de Jeremías, y que habéis podido experimentar a lo largo de vuestra vida “Antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno de tu madre, te consagré”. De hecho, un día Jesús, como a los apóstoles, te vio al borde del lago, echando las redes, es decir, en vuestra realidad familiar y social, se detuvo, se acercó y diciendo tu nombre te dijo “Ven en pos de mí y te haré pescador de hombres”. Paulatinamente fuiste siguiendo a Jesús y Él te ha ido mostrando su amor misericordioso, su amor transformador.

 No debes olvidarte nunca que la vocación no es una elección como si se tratara de una carrera profesional, sino que es siempre y, en primer término, una llamada de lo alto fruto del designio amoroso de Dios sobre cada uno de sus hijos, designio que proviene desde antes de todos los siglos.

Y esta certeza es motivo para entrar en la humildad y en la contemplación ante el misterio del amor de Dios que supone la llamada y la elección que te ha hecho el Buen Pastor, que hoy pronuncia tu nombre y te llama a una misión muy singular: Sígueme en el ministerio del orden diaconal y en el sacerdocio.

Al mismo tiempo, si la vocación no es algo privado, sino que es un don de lo alto, tendremos claro que la iniciativa viene siempre de Dios. El hecho de subrayar la iniciativa divina, afirma el Papa Francisco, coloca al presbítero en la dimensión de elegido-enviado, es decir dentro de un horizonte, permítaseme la palabra, “pasivo”, en el cual el protagonista principal es el Señor.

A  partir  de  ahora,  tu  plenitud  debes  alcanzarla  recorriendo  con sus discípulos el  camino  de  la  configuración  con  Cristo. Y es esta configuración lo que te dona el Señor con el sacramento del orden mediante el cual configura tu ser, injertando tu “yo” en el Corazón de Cristo, de una forma definitiva y con un ministerio particular.

La misión            

Por último, todo ministerio en la Iglesia está instituido para la misión y no para engrandecer mi ego. Es ese servicio o misión lo que ahora quiero profundizar con vosotros.

En la ordenación al diaconado, solo el obispo impone las manos, significando así que el diácono está especialmente vinculado al obispo en las tareas de su “diaconía” (Cf. San Hipólito Romano, Traditio apostolica 8) (nº 1569). Y esa vinculación se traduce en la llamada a desarrollar en su vida por medio del Espíritu Santo una triple función. En primer lugar tiene el oficio de enseñar, pues está llamado a proclamar la Escritura, la Palabra de Dios, e instruir y exhortar al pueblo. Por otra parte tiene el oficio de santificar, ya que su ministerio se desarrolla por medio de la oración y en la administración del sacramento del bautismo, en la distribución de la Eucaristía, en la asistencia y bendición de los matrimonios, en presidir el rito de los funerales y de la sepultura y en la administración de los sacramentales. Y, por último, el Diácono tiene el oficio de regir, que se manifiesta particularmente en el servicio, pues se ejerce de forma especial en las obras de caridad y de asistencia, así como en la animación de comunidades a vivir la caridad (cfr. Normas Básicas, 9).

Al hablar de sus funciones el mismo Catecismo afirma: “Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad (cf LG 29; cf. SC 35,4; AG 16)” (nº 1970).

Y para llevar adelante este empeño hay que vivir de forma permanente la Diaconía de la Palabra de Dios, invitando a todos a la conversión y a la santidad. Esto implica, como tantas veces nos repite el Papa Francisco, que debes tener un contacto íntimo con Cristo a través de su Palabra para que la comuniques de manera eficaz y de forma integral en la comunidad a la que vas a servir. De manera especial deberás predicar la Palabra de Dios con el ejemplo en el ambiente en el que te desenvuelves, en tu familia, en tu trabajo, en todo lugar (cfr. Directorio, 23-27). Este es el mandato de Jesús antes de su Ascensión “Id al mundo entero y anunciad el evangelio”.        

También debes de vivir la Diaconía de la Liturgia. Debes ayudar a que el pueblo se santifique, sabiendo que la liturgia es fuente de gracia y de santificación. Asímismo, debes familiarizarte con el rezo de la liturgia de las horas, ya que a través de ella te unes a la oración de la Iglesia y pides por ella (cfr. Directorio, 28-36).

Y por último deberás vivir la Diaconía de la Caridad, asemejándote a Cristo el pastor que ve las necesidades de los que le rodean. Es, por eso, que estás llamado a servir a todos sin discriminaciones y prestando particular atención a los que más sufren y a los pecadores (cfr. Directorio, 37-38). La práctica de las obras de caridad deberá ser tu punto de referencia y tu itinerario de vida como Diácono Permanente, buscando realizar lo que Jesús declaró de su misión “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc. 10, 45; Mt. 20, 28). 

Esta vocación en la que, al igual que Mateo, comienza hoy, significa el seguimiento de Jesús en actitud de humilde servicio que no se manifiesta sólo en las obras de caridad, sino que afecta y modela toda tu manera de pensar, de vivir y de actuar. Por lo tanto, si tu ministerio es coherente con este servicio, pondrás más claramente de manifiesto el rasgo distintivo del rostro de Cristo: el servicio, para ser no sólo “siervos de Dios”, sino el de ser siervos de Dios en los propios hermanos (cfr. Directorio, 45).

Es el Espíritu el que te concederá poder tomar tu propia vida y, por amor y con amor, ponerla a disposición de quien la pueda necesitar. Es esa la auténtica libertad: hacerse esclavo unos de otros por amor; que te concederá vivir el celibato, afirmando ante el mundo que Solo Dios basta y mostrando que es posible integrar la sexualidad en el amor de donación y en el proyecto existencial de una vida personal que se entrega por amor y en la libertad que sólo Dios puede inspirar y verificar, pues sólo Cristo nos puede dar esa libertad. Ánimo que Cristo está Resucitado, Él te acompañará y te entrega a su Madre, La Virgen de Los Dolores que como buena Madre te acompañará y te ayudará en los momentos de mayor dificultad.

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