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02/10/2020

Homilía: Toma de Posesión como Obispo de Canarias


Toma de Posesión

como Obispo de Canarias

 

Santa Iglesia Catedral de Santa Ana,

 Viernes 2 de Octubre de 2020

Saludo con todo afecto al Señor Cardenal D. Carlos Amigo Vallejo, del que recibí la ordenación de diacono, de presbítero y obispo y al que mi familia estará siempre agradecida por todo el bien y la atención recibida siempre de él. Gracias D. Carlos por estar aquí.  Saludo particularmente al Sr. Nuncio al que le doy las gracias por su cercanía y comprensión, le anticipo que tiene aquí su casa y le pido que haga llegar al Santo Padre mi gratitud por la confianza que ha depositado en mí, a la vez que le manifiesto públicamente la adhesión y obediencia de mi propia persona y de esta emblemática Diócesis de Canarias.

Igualmente saludo a los arzobispos que nos acompañan, con especial afecto a mi arzobispo metropolitano Mons. Juan José Asenjo, que sé que ha hecho un gran esfuerzo para estar aquí. Mi agradecimiento a los hermanos obispos y en particular a mi inmediato predecesor Mons. Francisco Cases, al que le estaré siempre agradecido por su disponibilidad y su ayuda para comenzar en esta Diócesis, ni que decir que aquí tienes siempre tu casa. Queridos hermanos presbíteros, Diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles laicos.

Queridos familiares y amigos de Osuna y Sevilla. Con particular afecto, saludo a quienes han venido desde la Diócesis de Asidonia Jerez.

Excmo. Sr Presidente del Gobierno Autónomo de Canarias, Excmo. Sr. Delegado del Gobierno en la Comunidad Autónoma de Canarias, Excmo. Sr Teniente General Jefe del Mando y Zona Militar de Canarias, Excmo. Sr Jefe del Mando aéreo, Excmo. Sr Almirante Comandante del Mando Naval de Canarias,  Srs. Alcaldes y demás autoridades Académicas, civiles y militares, provinciales y autonómicas. Cuenten todos con mi lealtad para colaborar como obispo en todo lo que se refiera al bien común y al bienestar social, cultural y espiritual de nuestro pueblo.

 Para este primer encuentro, en el que vengo enviado por el Santo Padre como vuestro obispo y pastor, he querido que sea la Palabra de Dios la que ilumine todo lo que tengo que compartir con vosotros en esta ya, mi muy querida Diócesis de Canarias, a la que vengo a ejercer el ministerio apostólico, como “Apóstol de Jesucristo” (1ªCor. 1,1), para actuar en su nombre y con la impronta de su corazón.

Los caminos de Dios

La Palabra de Isaías la escuchamos en todas las vigilias pascuales y para mí tiene un significado especial, pues cuando al final de mi servicio militar en la Armada y dispuesto a comenzar mi ejercicio de la medicina, sentí que Dios me llamaba para seguirlo en el sacerdocio.  Yo escuchaba la llamada y, podemos decir que, por un lado, como Jacob, me resistía a entrar en su voluntad, por otro aparecía ante mí un posible horizonte sacerdotal, pero surgían en mí muchas dudas. En ese diálogo vocacional llegó un momento que le dije: “está bien estoy dispuesto a hacer tu voluntad, pero muéstrame que es el sacerdocio mi camino”. Fue entonces cuando me sorprendió con esta Palabra del profeta Isaías, donde con paciencia me invitaba a confiar en Él, en su Palabra y seguirle a entrar en sus caminos y planes. Fue entonces cuando se me iluminó el sentido de mi vida y descubrí lo necio que había sido intentando eludir la llamada del Señor, descubrí la misericordia y el amor de Dios, que a pesar de las vacilaciones de mi espíritu seguía invitándome a la alegría de anunciar el evangelio. Y hoy puedo decir que Dios es fiel, pues me ha llevado por caminos maravillosos mostrándome su amor gratuito y sus planes salvadores para toda la humanidad.

Y esa experiencia es la que me trae aquí con alegría, sabiendo desde que el Señor Nuncio me transmitió el deseo del Santo Padre de venir a esta Diócesis, que Jesucristo me estaba esperando en esta Iglesia de Canarias para seguir con vosotros caminando por los caminos del Señor y decir con San Francisco Solano: «Mi buen Jesús, mi Redentor y mi amigo. ¿Qué tengo yo que tú no me hayas dado? ¿Qué sé yo que tú no me hayas enseñado?».

La llamada de Isaías a comprar trigo, comer sin pagar vino y leche de balde y a no gastar dinero en lo que no alimenta, y la invitación del Señor: “Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis” (Is. 55, 1-3), también me llevan a tener presente la constante apelación, que el Papa Francisco nos hace a los sacerdotes, de no olvidar nunca los primeros amores. Es por ello que deseo poner junto a vosotros sacerdotes, diáconos y consagrados la frescura, la valentía y la disponibilidad que reinaba en nuestra vida cuando nos llamó el Señor. Hoy puedo deciros que estoy dispuesto a ofrecer mi vida y ofrecerle al Señor aquel «sí» entusiasta, alegre y generoso que le di el día de mi ordenación. Hoy puedo hacer memorial del momento en que fui tocado por el Espíritu Santo para recibir aquella caricia que el Señor nos hizo por medio de su Gracia.

Y vivir esos primeros amores nos obliga a pedir por todos aquellos que nos acompañaron y nos guiaron en nuestra formación sacerdotal. Tengamos presente a tantas personas que, con su oración y testimonio nos apoyaron y animaron en el camino al sacerdocio y aquí me vais a permitir darle las gracias a D. Mariano Pizarro, mi párroco, amigo y tantas veces director espiritual y que es para mí una gracia que pueda estar en esta celebración.

No dudar del amor de Dios

El apóstol Pablo en su Carta a los Romanos, nos señala cual debe ser el motor que impulse nuestra vida: “no dudar del amor de Dios” (Rm 8,37-39). Es ese el gran antídoto para combatir uno de los grandes males que padece nuestra sociedad y nuestra Iglesia: el Desánimo.

El desánimo que es fruto de querer ganar exclusivamente esta tierra o pretender entrar insistentemente en una dinámica de éxitos y de eficacia. Ese desánimo también puede surgir al ver que después de tanto trabajo no obtenemos el fruto que deseamos. O bien, cuando nos miramos a nosotros mismos y, como Pedro, al dejar de mirar a Cristo que va caminando sobre las aguas nos hundimos. Incluso el desánimo puede brotar cuando los acontecimientos de la vida no son como esperamos y nos encontramos con la enfermedad o la incapacidad.

Ante este desánimo nada mejor que abrir los ojos del corazón y poder mirar con los ojos de Dios. Debemos tener claro que Dios no nos prometió el éxito aquí abajo. Ni siquiera Él mismo quiso salvar el mundo con el resplandor de una victoria manifiesta, sino a través de la ocultación y soledad de una muerte humanamente absurda, pero con la certeza de que si el grano de trigo no cae en tierra y muere de nada sirve (Jn. 12,24). Y como decía Benedicto XVI :

“Ante todo tenemos la certeza: Dios no fracasa. Fracasa continuamente, pero en realidad no fracasa, pues de ello saca nuevas oportunidades de una misericordia mayor. Su creatividad es inagotable. No fracasa porque siempre encuentra modos nuevos de llegar a los hombres y abrir más su gran casa con el fin de que se llene del todo. (Benedicto XVI Homilía a los obispos de Suiza (7-11-2006)”.

En definitiva, hermanos hagamos nuestras las Palabras de Pablo para no caer en la mentalidad de eficacia del mundo pragmático. Tengamos siempre presente que es en la entrega en donde está nuestro triunfo, ya que nuestro éxito no es fruto de nuestras programaciones, sino que es siempre un milagro de la Gracia que nos lleva a vivir sabiendo que, pase lo que pase, salud o enfermedad, hambre o desnudez, nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Esa es nuestra fuerza y eso es lo que a lo largo de los siglos ha confundido a los sabios de este mundo y ha fortalecido la vida de los santos y de los mártires.

Duc in altum

A la luz del evangelio que hemos escuchado y, como os decía en el primer saludo, siento cómo el Señor me dirige aquella palabra: ¡¡¡Rema mar adentro¡¡¡, y con la certeza de que la Iglesia es del Señor y nosotros instrumentos en sus manos, llamados a entregarnos para ser testigos de su amor entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo, con gran ilusión le contesto al Señor en esta celebración “Aquí me tienes para echar las redes en tu nombre y desde esta barca de la Iglesia que camina en las islas de Gran Canaria, Fuerteventura, Lanzarote y La Graciosa.”

Cuando contemplo la historia y la realidad de esta gran Diócesis, donde la Iglesia de Dios peregrina ininterrumpidamente desde hace más de 600 años de la mano de San Marcial el Rubicón, de San Buenaventura y del Copatrono San Antonio María Claret, y ver que soy el obispo sexagésimo noveno, por un lado, me da respeto y, por otro, tranquilidad de saber que vengo a una Iglesia que tiene una larga historia, un gran dinamismo apostólico y mucha experiencia echando redes. Es por ello que entre vosotros es más fácil escuchar una vez más esa voz de Cristo que nos invita a lanzarnos a vivir la Alegría del Evangelio y afrontar la nueva evangelización.

Duc in altum!, nos decía la Iglesia a las puertas del tercer milenio por boca de San Juan Pablo II. Hoy sigue siendo actual esa llamada, como nos ha afirmado el Papa Francisco en Evangelii Gadium. Hoy es necesario afrontar el reto antropológico que supone la imposición de una antropología tecnolíquida, que cierra la puerta de la trascendencia, sumerge al ser humano en el mundo de las ideologías y lo encierra en la esclavitud del individualismo. Como nos indica la exhortación Gaudete et Exultate, el hombre de hoy esta (o estamos) aquejados de una «tristeza individualista» debido a la ausencia de Dios, que niega toda trascendencia y reduce al hombre a pura materia terrena, introduciéndolo en la economía del descarte, en la búsqueda constante de la satisfacción superficial e inmediata,  y sometiéndolo a la maldición del tiempo, que origina un miedo al futuro que se presenta como destrucción absoluta del yo.

Y esta visión del hombre no nos tiene que llevar ni a temerlo ni a condenarlo, sino que nos tiene que ayudar a ver en el hombre de hoy al ciego de Jericó, al Hijo Pródigo o al herido recogido por el Buen Samaritano. Y es esa mirada de Cristo a estos personajes lo que debe regir nuestro corazón para poder amarlos y poderlos llevar ante el Médico capaz de curar la ceguera, perdonar sus pecados y sanar sus heridas.

Esa antropología nos obliga a mostrar y vivir el tesoro antropológico revelado en Cristo, para que el hombre no termine sus días ahogado en la economía del descarte y en la destrucción de la casa común. Es eso lo que recojo en mi lema episcopal inspirado en la primera Encíclica de Juan Pablo II: “Jesucristo Redentor de los hombres”, mostrando que es Cristo quien revela plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Él es la medida del verdadero humanismo que tanto necesita nuestra sociedad para no seguir avanzando hacia la dictadura del relativismo.

Ante ese desafío, seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera! nos dirá Francisco en Evangelii Gadium (EG, 109). Y para ello nos aconseja dos cosas: 

La primera saber que la misión es de todos. Todos estamos llamados a poner nuestro granito de arena en la tarea evangelizadora de la Iglesia. Todos somos necesarios. No es la obra del obispo o del cura o del catequista. Es la misión de toda la Iglesia. Y esto me tranquiliza y me anima cuando descubro en esta Diócesis una Iglesia viva. Qué decir de la labor que realizáis vosotros religiosos y religiosas, tan necesaria para llevar adelante toda la pastoral que hay que realizar en los distintos campos o el trabajo que realizan los colegios cristianos, afrontando todas las dificultades que origina el relativismo reinante y el pensamiento único e ideologizado que se va imponiendo. La labor de Caritas dispuesta a trabajar por la dignidad de los más débiles y a dar respuesta a las dificultades que plantea el problema de la inmigración y la crisis provocada por el coronavirus. Cómo no tener presente a las parroquias, los catequistas, los movimientos, hermandades, las nuevas realidades y comunidades eclesiales. En definitiva, es una tranquilidad saber que no estoy solo, sino que cuento con una iglesia viva que trabaja en la nueva evangelización.

Y al hablar de misión, cómo no dirigir mi mirada al presbiterio. Queridos sacerdotes sin vosotros no es posible la labor del obispo. Quiero en esta tarde hacer mío el consejo del Papa a los obispos que nos dice que los sacerdotes deben ser para el obispo los prójimos más próximos. Por ello os digo que tendréis siempre abiertas para vosotros las puertas de mi corazón y de mi persona. Quiero conoceros a cada uno, personalmente, escucharos y caminar a vuestro lado, evangelizar juntos y con vosotros echar las redes. Permitidme recordar las palabras de Pedro en el Evangelio: “Señor llevamos toda la noche pescando”. Es verdad que muchas veces, como Pedro, parece que no merece la pena seguir pescando, pero como él, tenemos que entrar en la humildad y escuchando la Palabra de Dios entrar en la obediencia a Jesús. Espero que hoy esta celebración nos haga presente la misa Crismal y podamos renovar con alegría nuestro ministerio para echar las redes, pidiéndole a Dios que derrame sobre nosotros el Espíritu Santo que nos ilumine para afrontar la misión y nos ayude a vivir la comunión.

La segunda recomendación del Santo Padre es afrontar la pastoral en clave de misión, lo que supone abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. (EG, 33). Es algo que el Papa reclama continuamente: “Busquemos más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se marchó de ella, hacia el indiferente. El que abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y valor”.

Y esa nueva evangelización necesita de hombres y mujeres que vivan la humildad, la gratuidad de la gracia y la disponibilidad a salir de sí mismos e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria. Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, al que se quedó al costado del camino. A veces es como el Padre del Hijo Pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad.

Quiero dirigirme a los jóvenes. Cuando se habla de valentía y creatividad os necesitamos, pues como afirma el Papa Francisco en su exhortación Christus Vivit: ustedes sois el ahora de Dios. Confío en vosotros y en la fuerza de la Gracia. Una inmensa multitud de jóvenes de nuestra Diócesis, cansados de esta cultura superficial y tecnolíquida, caminan como ovejas sin pastor y están esperando, e incluso deseando en lo profundo de su corazón, que lancéis las redes de vuestro testimonio y entrega para poder encontrarse con Aquel que dará sentido y consistencia a sus vidas. 

Quiero también mostrar mi cercanía a las familias. Sois vosotras, queridas familias, claves para mostrar la belleza del amor de Dios y mostrar al hombre de hoy que es posible un nido donde poder aprender la ecología integrada y humana. Es necesario, como nos dice el Papa Francisco en Amoris Laetitia, traducir al lenguaje de hoy la belleza del matrimonio cristiano. Os necesitamos y contad con mi compañía y comprensión, así como con mi entrega para ayudaros a construir día a día la Iglesia doméstica.

 Por último, destacar la fuerza de la vida consagrada y contemplativa. Muchos en un mundo materialista no os entienden, pero sabemos que sois el pulmón de la Iglesia. Como afirmaba San Juan Pablo II sois esenciales para la Iglesia. Es una alegría saber que en esta Iglesia de Canarias con la presencia de los Benedictinos y las Cistercienses hay un ejército extendiendo las manos como Moisés para sostener al Pueblo de Dios en su combate de la fe. Sé que no nos faltaran vuestras oraciones y sobre todo me alegra que vuestros monasterios sigan siendo faros que hagan brillar la luz de Cristo resucitado, que muestren al mundo que sólo Dios basta, y que puertas del cielo están abiertas para todos los cansados y agobiados.

Permitidme concluir diciendo que es verdad que no tenemos la "varita mágica" para todo, pero poseemos la confianza en el Señor que nos acompaña y no nos abandona nunca. La fuerza evangelizadora, no son las armas, las riquezas, sino que nuestra gloria, como nos muestra el evangelio está en la Palabra de Dios, en la oración, en el amor y la comunión de sentirse pueblo de Dios que navega en la misma barca, escuchando la voz del Buen Pastor.

Pongo en las manos de la Virgen María, Nuestra Señora del Pino el futuro de nuestra Diócesis. A Ella quiero consagrar mi ministerio y la vida de todos los que formamos la Iglesia que camina en las Islas de Gran Canaria, Fuerteventura, Lanzarote y La Graciosa. Que así sea.

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