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30/07/2024

Artículo: Un Humanismo integral


Un Humanismo integral

Pilato le dijo: —¿O sea, que tú eres Rey?

Jesús contestó: Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad…Pilato le dijo:

¿Qué es la verdad? (Jn. 18, 37-38)

Pilatos, el intelectual escéptico, trató de ser neutral, pero, precisamente así, se puso contra la justicia, por el conformismo de su carrera. El recurso al relativismo ha demostrado ser la táctica de quien es incapaz de dar una respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. En el nuevo mundo sin dogmas, o en el que el único dogma es el relativismo, según el cual, todas las opiniones son verdaderas (aunque sean contrapuestas), el gran desafío consiste en que «fe y razón se encuentren».

Y es la respuesta al sentido de la vida la que nos obliga ante el desarrollo de la biotecnología a descubrir la necesidad de establecer un matrimonio fe razón, pues como bien afirma la Encíclica Caritas in Veritate:

“hoy la cuestión biotecnológica se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica …los avances biotecnológicos lo que nos plantea es la cuestión de si el hombre es producto de sí mismo o si depende de Dios. Lo que está en juego es la aceptación de una razón abierta a la trascendencia o una razón encerrada en la inmanencia[1].

Ante esta realidad, pensamos que es necesario articular un humanismo abierto a la trascendencia, que obligue al hombre a abrir las fronteras del subjetivismo materialista, forjando un pensamiento nuevo y sacando nuevas energías al servicio de un humanismo íntegro y verdadero.

Es necesario realizar una llamada a la razón a descifrar el mensaje sobre la vida que está escrito de algún modo en el corazón mismo de cada varón y mujer, resuena en cada conciencia desde la misma creación, y puede ser conocido por la razón humana en sus aspectos esenciales.

De hecho, el concepto de creación no es sólo un anuncio espléndido de la Revelación, sino también una especie de presentimiento profundo del espíritu humano. De igual modo, la dignidad de la persona no es sólo una noción deducible de la afirmación bíblica según la cual el Hombre es creado “a imagen y semejanza” del Creador; es un concepto basado en su ser espiritual, gracias al cual se manifiesta como ser trascendente con respecto al mundo que lo rodea. La reivindicación de la dignidad del cuerpo como “sujeto”, y no simplemente como “objeto” material, se trata de una concepción unitaria del ser humano, que han enseñado muchas corrientes de pensamiento, desde la filosofía medieval hasta nuestro tiempo.

 Desde esta perspectiva, tenemos la obligación de reivindicar racionalmente que el respeto a la vida brota de ella misma, que se presenta como un bien personal y social. Como bien personal toda vida humana, además de su dimensión biológica, tiene un sentido más profundo, que se desarrolla más allá de lo estrictamente material y que la convierte en el bien más valioso y apreciado de todo ser humano. Como bien social la vida no es algo de propiedad individual y supera el ámbito de la pertenencia puesto que su contenido viene, en cada caso, producido y causado por algo ajeno a la propia voluntad.

Al mismo tiempo, el respeto a la verdad exige una ciencia que se guíe por la verdad de la racionalidad científica y filosófica. La ciencia no puede estar sometida a la opinión pública, y nadie osaría en calificarla como antidemocrática, fascista o políticamente incorrecta. Sería estúpido someter a votación la ley de la gravedad o el teorema de Pitágoras. La ciencia estudia, constata y demuestra; aceptarla o no supone convertirse en sabio o ignorante. La verdad no se convierte en falsedad, ni viceversa, aunque se empeñe la opinión pública.

Mirarán al que traspasaron (Jn 19,37)

Pero, desde nuestra fe, no sólo propondría un humanismo abierto a la trascendencia, sino un humanismo cristiano, ya que Cristo revela el hombre al hombre y, por tanto, me atrevo a reivindicar un humanismo iluminado por Jesús de Nazaret, que vivifique la caridad, la solidaridad con los más débiles y que se deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra como un don permanente de Dios. Un humanismo que suscite la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa.  Este es el humanismo integral que persiguió con empeño San Pablo VI.

Cuando miramos a las ciencias médicas y de la Biología en cuanto formulan una hipótesis de la realidad del ser humano y operan en ella, canalizan a su través una visión del hombre y de las cosas, exigiendo responder a muchos interrogantes axiológicos y ontológicos, ya que están en juego la vida y la dignidad de los seres humanos. La naturaleza del hombre, la verdad inherente a su realidad, se convierte así en el interrogante fundamental de la Bioética. A él podemos enfrentarnos con las solas fuerzas de la razón o ayudados por la luz de la Revelación. No se trata de contraponer fe y razón sino de advertir su mutua necesidad.

Desde la Iglesia católica se tiene claro que la razón necesita de la Revelación; la fe requiere la ayuda de la razón. La fe acoge y respeta lo que es humano, lo purifica, lo eleva y lo perfecciona.

En virtud de la Encarnación, el cristianismo apela siempre a la común condición humana y a la razón de todos aquellos que buscan la verdad. Pero a la vez, al considerar el ser humano a la luz de Cristo, esto es, orientado al fin nuevo, de la comunión con Dios en Cristo, supera el ámbito de la pura razón. La Revelación se comporta como la gran aliada de la razón.

Por otra parte, a la luz del Señor Resucitado tenemos la obligación no sólo de exigir respeto a los más débiles, sino de estar cerca del que sufre fragilidad de cualquier tipo, uniéndonos a Cristo en su ser Buen Samaritano.       

A la luz de estos datos de fe, adquiere mayor énfasis y queda más reforzado el respeto que, según la razón, se le debe al individuo humano: por eso no hay contrapo­sición entre la afirmación de la dignidad de la vida humana y el reconocimiento de su carácter sagrado.

“Los diversos modos con que Dios cuida del mundo y del hombre, no sólo no se excluyen entre sí, sino que se sostienen y se compenetran recíprocamente. Todos tienen su origen y confluyen en el eterno designio sabio y amoroso con el que Dios predestina a los hombres “a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8, 29)”[2]

 

+José Mazuelos Pérez

 Obispo de Canarias

 

 


[1] BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Caritas in Veritate, n. 74-75.

[2] JUAN PABLO II, Carta Encíclica Veritatis splendor, n. 45.

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