17-09-2024 Martes, XXIV semana - tiempo ordinario
30/07/2024

Artículo: La situación actual de la familia


La situación actual de la familia

En el marco de este encuentro “De nuevo la familia cristiana. El primer anuncio a las familias” me toca a mí abordar la situación en el que se encuentra la familia.

Hasta hace poco tiempo hablar de familia en nuestra realidad de cristiandad, era algo unívoco y se correspondía exclusivamente con la llamada familia tradicional, que a su vez se identificaba con la familia cristiana. Hoy hablar de familia abre un largo abanico de situaciones que nada tienen que ver con la familia tradicional y que nos llevan no sólo a hablar de nuevas realidades, sino a buscar respuestas pastorales a las mismas. Para abordar el tema, tendremos presente el segundo capítulo de Amoris Laetitia donde el Papa francisco nos introduce en la realidad de la familia y los grandes desafíos culturales, sociales, políticos y económicos a los que debe responder con creatividad y audacia. Con gran lucidez levanta acta de la situación y podemos destacar entre otras, tres  causas responsables de los desafíos actuales:

1.- Se vive en un cambio profundo antropológico y cultural (AL. 32). Estamos en la cultura del individualismo exasperado de un sujeto que se construye según sus propios deseos (n. 33).

2.- Su voz se alza también a algunas derivas que parecen avanzar sin impedimentos como derechos de ciudadanía, favoreciendo la deconstrucción de la familia. Entre otras señala el descenso demográfico y la mentalidad antinatalista, promovida por políticas mundiales de salud reproductiva (AL. 42). Con la paradoja de nacimientos fuera del matrimonio (AL. 45). Falta de vivienda digna (AL. 44), familias emigrantes (AL. 46), personas con discapacidad (AL. 47), desatención de los ancianos (AL. 48), y familias sumidas en la miseria (AL. 49).

Entre los desafíos más importantes se cuentan: la ansiedad por el futuro (AL. 50), las drogodependencias (n. 51), la familia no fundada en el matrimonio (AL. 52), la poligamia (AL. 53), la falta de protagonismo de la mujer (AL. 54), el machismo (AL. 55), y la ideología de género (AL. 56).

Igualmente “La eutanasia y el suicidio asistido son graves amenazas para las familias en todo el mundo” (AL. 48). Entre otras cosas, afirma que “las uniones de hecho o entre personas del mismo sexo no pueden equipararse sin más al matrimonio” (AL. 52), y añade que “avanza en muchos países una deconstrucción jurídica de la familia que tiende a adoptar formas basadas exclusivamente en el paradigma de la autonomía de la voluntad” (AL. 53).

Hablando luego de la dignidad de la mujer, recuerda “la práctica del vientre de alquiler o la instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual cultura mediática” (AL. 54), mientras, a propósito de la ideología de género, que niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. (…) Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad” (AL. 56).

3.- El Santo Padre abre además la puerta de la autocrítica y afirma que “La familia no ha sido debidamente acompañada desde las claves cristianas (o por abandono o por idealización), habiendo insistido más en cuestiones doctrinales y morales” (AL 36-37).

Ante estos desafíos, el Papa advierte que “nadie puede pensar que debilitar a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio es algo que favorece a la sociedad. Ocurre lo contrario: perjudica la madurez de las personas, el cultivo de los valores comunitarios y el desarrollo ético de las ciudades y pueblos. Ya no se advierte con claridad que sólo la unión exclusiva e indisoluble entre un varón y una mujer cumple una función social plena, por ser un compromiso estable y hacer posible la fecundidad” (AL. 52). Y luego recuerda que “el matrimonio va más allá de cualquier moda pasajera y persiste. Su esencia está arraigada en la naturaleza misma de la persona humana y de su carácter social” (AL. 131).

Profundizaremos en estos cambios ya que la realidad pastoral de la familia tiene que ser contemplada teniendo en cuenta los aspectos sociales, antropológicos, culturales y económicos que inciden en ella.

Ambiente cultural

Es esta visión del ambiente cultural el que aborda el segundo capítulo de Amoris Laetitia. En él se expone la realidad del matrimonio y la familia y los grandes desafíos culturales, sociales, políticos y económicos a los que debe responder con creatividad y audacia.    

            Dentro de los cambios culturales se observa que la crisis de la modernidad ilustrada – con sus diversas variaciones en cada lugar del mundo – se ha profundizado y al mismo tiempo las reacciones autodenominadas “post-modernas” no logran realmente construir una alternativa, sino que al paso del tiempo evidencian más y más sus muchas deudas con la propia modernidad que pretenden superar.

            Las nuevas generaciones, los nuevos jóvenes en casi cualquier parte del mundo, utilizan nuevos signos, lenguajes y perspectivas para mirar la propia vida y la de los demás. Esta transformación en la cosmovisión de las personas, este cambio lingüístico y semiótico, es manifestación de una mutación antropológica que posee indicadores variados, entre otros, el relativo a la transformación de la vida afectiva y familiar.

            Desde el punto de vista pastoral se necesita tener claro el cambio cultural que se ha producido en cuestión de pocos años, ya que supone un gran reto para responder a matrimonio fracasados y para ayudar a los nuevos matrimonios a crecer en la fe y a fortalecer sus vínculos en uno medios adversos.

            Siguiendo la Exhortación los factores que originan dicho cambio los podemos sintetizar en los siguientes puntos:

1.- Estamos en la cultura del individualismo exasperado, caracterizado por la sobrevaloración del hedonismo y del narcisismo. Este individualismo influye fuertemente en las personas, bautizado y no bautizados y se traduce en la creación de un sujeto que se construye según sus propios deseos (AL. 33), que conlleva un cambio en las relaciones afectivas (AL. 38-39), generando una afectividad narcisista, inestable y cambiante, que no ayuda a la madurez (n. 41), hasta tal punto que los jóvenes ven la familia como “privación de oportunidades de futuro”. Esta visión acaba por considerar a cada componente de la familia como una isla, haciendo que prevalezca la idea de un sujeto que se construye según sus propios deseos asumidos con carácter absoluto, desvirtuando así los vínculos familiares (AL 33). De hecho quien se mueve con una mentalidad individualista lo somete todo a los deseos de su voluntad individual (Cf. AL 33. 38-41).

Todo esto afecta a la familia, ya que como afirma Francisco: “Si estos riesgos se trasladan al modo de entender la familia, esta puede convertirse en un lugar de paso, al que uno acude cuando le parece conveniente para sí mismo, o donde uno va a reclamar derechos, mientras los vínculos quedan abandonados a la precariedad voluble de los deseos y las circunstancias.” (AL 34).

2.- Es también una cultura en la que rige lo que Benedicto XVI llamó la “dictadura del relativismo” ¿En qué consiste dicha dictadura? En el fondo se trata de un fenómeno paradójico y, en gran medida, contradictorio que tiende a presentar la verdad como la mayor enemiga de la libertad.  Defiende que no es posible conocer una verdad objetiva, no es posible conocer unos valores y no es posible establecer unos principios éticos universales. No existe la verdad absoluta, sólo existe la verdad de cada uno: subjetivismo; o bien, el escepticismo que dirá que, si existe la verdad absoluta, el hombre no puede conocerla; o bien, el convencionalismo: los valores, las normas y el ser de la sociedad no pertenecen a la naturaleza de las cosas, sino que son sólo producto de un acuerdo humano, una pura convención.

La verdad, como el bien, deja de tener consistencia propia para convertirse en el fruto del consenso social, de la conveniencia histórica o de la opinión subjetiva de cada individuo o grupo.

Por otra parte, el relativismo mostrará un rechazo radical a todo lo revelado de modo sobrenatural, ya que ello supone una ofensa contra la racionalidad o la autonomía humanas. Es más  se reivindica la negación de Dios como algo imprescindible para que el hombre pueda realizarse y alcanzar la plenitud; o, en otras palabras, considera que el progreso como movimiento irrenunciable e inevitable consiste en ir afirmando lo humano a costa de eliminar a Dios y su supremacía sobre todo lo que existe.

Sin Dios y sin verdad el ser humano no es nada previamente dado, sino lo que cada uno decide ser libremente. No tiene naturaleza ni esencia. Estas se van labrando al filo de sus actos libres y, por consiguiente, son posteriores al hecho de existir. Son una consecuencia. Por eso el hombre es todo él elección radical y necesaria. Y si el hombre es libertad radical, debe entenderse como proyecto de sí mismo, en el sentido de que construye su ser siguiendo el camino libremente elegido por él.

Podemos hablar entonces de un concepto perverso de libertad. No nos estamos refiriendo sólo a un error antropológico, sino a una forma de entender la existencia humana con unas consecuencias profundamente negativas en la vida personal y social[1]. La libertad viene entendida como el derecho y la posibilidad de hacer todo lo que deseamos en ese momento y no tener que hacer lo que no nos gusta. Libertad significa, por tanto, que la voluntad propia es la única norma de nuestra acción, que la voluntad puede querer todo y tiene la posibilidad de poner en práctica todo lo que quiere.

Libre significa que en línea de principio el hombre no asume más los límites de la naturaleza. La ciencia está al servicio de hacer libre del hombre, poniendo en sus manos la técnica que es el instrumento que le da el poder para la realización de los propios deseos, de tal forma que: “si deseo y aquello que deseo es técnicamente posible, lo puedo exigir”. El poder hacer es el criterio de lícito e ilícito. Lo deseable tengo derecho a realizarlo si es técnicamente.

La libertad del hombre se agota al responder sólo por sí mismo. No tiene sentido una responsabilidad religiosa ante Dios y no tiene sentido una responsabilidad social ante los otros. La libertad aparece decididamente como el verdadero valor fundamental y como el derecho humano básico. De hecho algunos reivindican una libertad sin límites para la investigación en función de los objetivos a alcanzar, dejando ver una idea de ciencia como fin en sí misma independiente de la exigencia de un auténtico progreso humano.

Todo esto da lugar a una antropología individualista y subjetivista en la que el ser humano existe para sí mismo, busca siempre y en todo lugar nada más que su propia felicidad.  El ser humano viene concebido como un individuo que tiene como centro el cuerpo, concebido como fuente del deseo, de las pulsiones y, sobre todo, como templo del placer.

En el fondo, hoy es fácil confundir la genuina libertad con la idea de que cada uno juzga como le parece, como si más allá de los individuos no hubiera verdades, valores, principios que nos orienten, como si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse. En ese contexto, el matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier  manera y modificarse de acuerdo con la  sensibilidad de cada uno[2]. El ideal matrimonial ya no se relaciona con un compromiso de exclusividad y de estabilidad y termina siendo arrasado por las conveniencias circunstanciales o por los caprichos de la sensibilidad. Cada vez más se impone el “yo” sobre el “nosotros”, el individuo sobre la sociedad.

Como podemos ver los lazos conyugales y familiares están sometidos a prueba no sólo por el individualismo narcisista, sino también por una concepción de la libertad desligada de la responsabilidad por el otro lo que conlleva el aumento de la indiferencia hacia el bien común y la imposición de ideologías que agreden directamente el proyecto familiar.

Al mismo tiempo, una sociedad plural habitada por múltiples ideologías y tendencias de vida, que sostiene que no hay verdad y que la pretensión de verdad lleva al totalitarismo y a la barbarie, que como mucho hay verdades, pero todas ellas carente de carácter absoluto. La verdad ha quedado envuelta por el positivismo y el subjetivismo. Así en nombre del pluralismo cultural se postulan nuevas formas de familia. Se plantean modos diversos de vivir y vivir socialmente los vínculos afectivos entre las personas. Están presentes visiones diferentes sobre la sexualidad humana y su significado para la vida de las personas, así como diversas concepciones sobre el sentido y el valor del cuerpo humano, que no siempre reflejan la dignidad de la carne propia de la persona. Por distintos medios, se proyectan múltiples paradigmas de lo masculino y de lo femenino (AL 56) existiendo movimientos que oscurecen la dignidad de la diferencia sexual (varón y mujer) y tienden a suprimirla. Se introducen también concepciones éticas distintas con respecto de cuestiones ligadas a las relaciones personales, a la fecundidad humana ya a la transmisión de la vida (divorcio, aborto, anticoncepción, fecundación artificial, relaciones sexuales). Están presentes ideologías que agreden directamente al proyecto familiar. Nos encontramos en sociedades que ya no son homogéneas con relación al matrimonio y la familia.

            3.-La ideología de género Otro elemento clave del ambiente cultural que afecta a la esencia de la familia es la ideología de Género, que como toda ideología intenta crear la realidad e imponerla de forma irracional. Pues bien, la ideología de género impone, cimentada en la auto-creación, una antropología virtual que responde a la visión del hombre exclusivamente como cultura anulando para ello la natura. Para dar una pinceladas sobre la misma nada mejor que acudir a la Exhortación Amoris Laetitia.

            En la Exhortación el Papa Francisco se enfrenta a la ideología de género afirmando que, con el fin de rescatar a la mujer de su posición previa e inferior respecto al varón, ha pretendido igualarla a él, aniquilando toda diferencia. Confiesa su dilección hacia los movimientos feministas, pero rechaza aquellos que contienen en su acervo estas pretensiones igualitarias, que obvian la distinción entre un sexo y otro (AL 55-56).

Afirma sobre dicha ideología que esta “presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativos que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. (...) procuran imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que « el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar». Por otra parte, «la revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. (...) Somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada”. (AL 56).

Con esta visión de la ideología de género, la identidad del hombre se fundamenta no en la totalidad bio-psico-espiritual, de la que el sexo, como condición natural es un elemento imprescindible, sino en la elección de la persona, y por lo tanto, en la libertad. El sexo no es algo natural, sino una imposición cultural que recorta la libertad, y de lo cual hay que liberarse. Así, ser varón o ser mujer es algo que viene impuesto por la sociedad, la familia y la cultura y no responde a la dimensión del ser humano como persona. El género, en cambio, es lo que uno decide ser, por sí mismo, independientemente de la imposición de la naturaleza. Ante la dualidad sexual (masculino-femenino/ varón y mujer) se propone cinco géneros: homosexual masculino; homosexual femenino; heterosexual masculino; heterosexual femenino y bisexual, entre otros que puedan surgir.

Ahora, mediante la ideología de género es posible afirmar que el ser sexuado de una forma concreta no es algo constitutivo para establecer una diferencia entre un hombre y una mujer, sino que la identidad sexual del ser humano viene definida por el resultado de su propia voluntad, el de su propia elección, al margen, e incluso en contra, de su propia conformación morfológica. Ahora es posible disociar lo que biológica y constitutivamente se es en realidad por lo que libremente se decide ser, por aquello que se construye cultural y socialmente. Ahora es posible determinar el ser a partir del existir[3].

Como afirmaba Benedicto XVI, desde esta “antropología atea” que presenta un hombre privado de su alma, y por tanto de una relación personal con el Creador, lo que es técnicamente posible se convierte en moralmente lícito, todo experimento resulta aceptable, toda política demográfica consentida, toda manipulación legitimada”[4]. Desde esta perspectiva se comprende la reciente legislación que, como una plaga, se extiende por el mundo actual totalmente contraria a la razón, a la naturaleza y a la vida: aborto, divorcio, matrimonio homosexual, experimentación con embriones humanos, gestación subrogada (y todo lo que surja, ya que estamos “jugando” a ser DIOS) y que desde poderosos organismos financieros globales se imponen a los gobiernos[5].

Ahora sí podemos señalar que el trasfondo de dicha ideología es la primacía del deseo y su justificación. La ideología del género es en realidad la voluntad de construir una antropología del deseo, sobre todo en su dimensión sexual, que justificará la aplicación de la biotecnología como medio para satisfacer los deseos[6].

            Por último señalar la valentía del Santo Padre de dialogar con los postulados de la ideología de género, toda una novedad en el Magisterio de la Iglesia, reconociendo que en aquello que llamamos “varón” y “mujer” concurren dos elementos, uno inmutable y precedente que es el dato biológico (sexo) y otro cultural y mutable (género). En relación a la dimensión biológica dirá que “Más allá de las comprensibles dificultades que cada uno pueda vivir, hay que ayudar a aceptar el propio cuerpo tal como ha sido creado, porque «una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación [...] También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente” ( AL 285).

            Con respecto a la dimensión cultural señalará la necesidad de evitar la rigidez en el modo de ser masculino y femenino y que no es algo rígido. Es verdad que no podemos separar lo que es masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible ignorar. Pero también es verdad que lo masculino y lo femenino no son algo rígido. Por eso es posible, por ejemplo, que el modo de ser masculino del esposo pueda adaptarse de manera flexible a la situación laboral de la esposa. Asumir tareas domésticas o algunos aspectos de la crianza de los hijos no lo vuelven menos masculino ni significan un fracaso, una claudicación o una vergüenza. Hay que ayudar a los niños a aceptar con normalidad estos sanos «intercambios», que no quitan dignidad alguna a la figura paterna. La rigidez se convierte en una sobreactuación de lo masculino o femenino, y no educa a los niños y jóvenes para la reciprocidad encarnada en las condiciones reales del matrimonio. Esa rigidez, a su vez, puede impedir el desarrollo de las capacidades de cada uno, hasta el punto de llevar a considerar como poco masculino dedicarse al arte o a la danza y poco femenino desarrollar alguna tarea de conducción (AL 286).

            Tal es la concepción del Papa, hasta el punto de que, hablando de la maternidad, dirá “Valoro el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad. Porque la grandeza de la mujer implica todos los derechos que emanan de su inalienable dignidad humana, pero también de su genio femenino, indispensable para la sociedad. Sus capacidades específicamente femeninas —en particular la maternidad— le otorgan también deberes, porque su ser mujer implica también una misión peculiar en esta tierra, que la sociedad necesita proteger y preservar para bien de todos” (AL 173).

4.- Otro elemento es la cultura de lo provisorio, fruto de una cultura emotivista. La persona suele quedarse en los estadios primarios de la vida emocional y sexual dentro de sus relaciones, sin llegar a establecer una comunidad interpersonal (AL 41). Como por ósmosis se extiende la idea de que la realidad del amor nada tiene que ver con la verdad, difundiéndose la concepción de que el amor constituye una experiencia que pertenece al mundo de los sentimientos volubles y no a la verdad, que se trata sólo de una emoción afectiva que espontáneamente aparece y desaparece (EG 66).

5.-  Otra característica que baña la cultura actual es el materialismo que la convierte en una cultura del consumo y del mercado, que inclina a ver a las personas como clientes, productores o consumidores. Cada día es más difícil la experiencia de la gratuidad tan necesaria para el amor y la familia. También las relaciones humanas tiene un precio y se introducen en las coordenadas del consumo de satisfacción, coste. Como afirma Francisco es este un factor en el que se apoya cierta mentalidad antinatalista (AL 43).

6.- Otro dato a destacar es una pérdida de la relevancia del cristianismo en la cultura actual. Hay una mayor ausencia de Dios en la vida de las personas y un debilitamiento de la fe y la práctica religiosa que deja a las familias más solas con sus dificultades (AL 43). Dios es un gran desconocido para muchos lo que supone una gran pobreza y un obstáculo para reconocer la dignidad inviolable de la vida humana. Esto origina también una dificultad a la conciencia de ser hijo y, por tanto, a una inexperiencia del don, de lo gratuito, del haber recibido y a la ruptura con aquellos lazos que nos unen con la historia (AL 193).

Las carencias eclesiales

Junto al ambiente cultural descubrimos también la necesidad de hacer un análisis desde nuestro ser iglesia para completar la visión de la realidad del matrimonio hoy. Podemos señalar algunas causas extra-eclesiales o mejor la constatación de la inundación del ambiente en el ámbito eclesial y las intra-eclesiales o errores cometidos a la hora de presentar el matrimonio.

Causas extra eclesiales

La complejidad cultural de la época actual hace que haya muchas personas carentes de una conciencia clara sobre el matrimonio cristiano, la familia fundada en el matrimonio y el sentido de la sexualidad humana. Esto sucede también entre los bautizados. Muchos de ellos, no suficientemente evangelizados o ampliamente influenciados por la cultura postcristiana, ya no tienen conciencia de su propia identidad de cristianos, ni tampoco una conciencia cristiana sobre la realidad sexuada del varón y de la mujer, o sobre el matrimonio y la familia. O bien si la poseen se encuentra en ellos oscurecida y deformada.

Cada vez hay más bautizados que han asumido formas de vida en el ámbito de las relaciones humanas, afectivas y sexuales diversas a las cristianas. Esto se debe a diferentes causa, bien por conciencia de alejamiento de lo cristiano, bien por fragilidad humana que se ve incapaz de ir contra la cultura postmoderna, otras veces son fruto de que aunque bautizados no han llegado a ser creyente, a vivir la fe y a edificar la vida sobre ella. Así, en nuestro contexto actual, aumentan las situaciones en la que los jóvenes no contraen matrimonio, ni civil ni canónico, creciendo el número de lo que denominamos habitualmente como parejas de hecho. Así mismo, quienes contraen matrimonio, optan por el enlace civil y no canónico; en el último decenio se ha invertido la proporción entre matrimonios civiles y canónicos. Crecen las relaciones afectivas temporales o las convivencias esporádicas, las personas unidas sólo civilmente o divorciados casados de nuevo son fenómenos frecuentes en los grupos humano también en gran medida entre los bautizados. También somos conscientes de que muchas parejas que se acercan a contraer matrimonio a las parroquias, ya conviven desde hace tiempo, y muchas de ellas mantienen habitualmente relaciones sexuales completas. Además, se percibe una débil iniciación cristiana que dificulta el conocimiento profundo de la belleza, verdad y bondad del matrimonio cristiano. (AL 52.193.124). 

A este respecto, la exhortación potsinodal afirma: “La mirada de Cristo, cuya luz alumbra a todo hombre inspira el cuidado pastoral de la Iglesia hacia los fieles que simplemente conviven, quienes han contraído matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a casar. Con el enfoque de la pedagogía divina, la Iglesia mira con amor a quienes participan en su vida de modo imperfecto: pide para ellos la gracia de la conversión; les infunde valor para hacer el bien, para hacerse cargo con amor el uno del otro y para estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan. Cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público, puede ser vista como una oportunidad para acompañar hacia el sacramento del matrimonio, allí donde sea posible” (AL 78).

 

Causas intra-eclesiales

Dentro de estas causas es fundamental como afirma Francisco reconocer que la Iglesia no siempre ha logrado estar a la altura de las circunstancias a través de su respuesta pastoral. Por ejemplo, léase con cuidado el siguiente parágrafo:

“Al mismo tiempo tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable reacción de autocrítica. Por otra parte, con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación. Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los nuevos matrimonios en sus primeros años, con propuestas que se adapten a sus horarios, a sus lenguajes, a sus inquietudes más concretas. Otras veces, hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo lo contrario”. (AL 36)

Igualmente se ha olvidado que el matrimonio cristiano está cimentado en la fuerza del Espíritu Santo que se recibe en el sacramento y posibilita que el amor humano se complemente con el amor divino. En este sentido la Exhortación afirma: “Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas. (AL 37)

Al mismo tiempo vivimos en un contexto social en el que hay un rechazo a los formalismos institucionales y jurídicos, que son visto como alejados de la vida y trasnochados. Esto hay que tenerlo en cuenta en la Iglesia a la hora de abordar la canonicidad de matrimonio para superar los formalismos o la visión exclusivamente jurisdiccionista en la que hemos podido caer y que ha supuesto un impedimento a la hora de comunicar el evangelio del matrimonio y la familia. Hay que superar una visión absolutamente normativa del matrimonio.

Consecuencias ambientales al matrimonio y la familia

Todo este ambiente cultural y antropológico ha originado un cambio profundo en la relación que hasta ahora existía entre el sexo, el amor y el matrimonio. De hecho cuando nos acercamos a los medios de comunicación social,  el mundo de la publicidad o bien todo lo que gira en torno a la problemática juvenil, descubrimos que estamos anegados de sexo mediante una propaganda erótica casi continua. Es difícil, si uno se deja llevar por esos derroteros, ver la sexualidad con unos ojos limpios, sanos, normales. Permanentemente somos invitados al sexo por la propaganda de una industria que mueve una ingente cantidad de intereses económicos utilizando como reclamo la atracción del cuerpo humano como objeto de placer y de una forma despersonalizada.

Y esta convocatoria se hace de una forma inconsecuente, superficial y epidérmica, incluso lúdica y divertida, como una liberación que da plenitud y conduce a la maduración de la personalidad. Todo ese mensaje, apretado, sintético, englobado y envuelto en sus mejores aderezos, lleva al que aún no tiene las ideas claras –porque no ha tenido tiempo ni circunstancias propicias para madurar- a pensar que ésa es la verdadera condición humana. La sociedad  y  los mass-media ofrecen a menudo una información despersonalizada, lúdica, frecuentemente  utilitarista, algunas  veces pesimista, pero siempre vista desde el deseo y el placer e integrado en lo que podemos llamar la civilización técnico-hedonista, en la que observamos tres datos en forma de tres rupturas: la ruptura amor-sexo-matrimonio, fruto de la negación de toda trascendencia, la ruptura con la verdad de la corporalidad mediante la imposición de la ideología de género fruto del relativismo y la ruptura de la procreación con el sexo y la familia, como consecuencia de una actitud que no valora la vida humana en toda su dignidad.

Ruptura amor -sexo –matrimonio.

            Para descubrir la ruptura entre matrimonio, amor y sexo nada mejor que adentrarnos en la “reconstrucción” social que vivimos de forma intensa en España,  donde se impone por ley una ruptura entre sexualidad y matrimonio, con el supuesto “amor libre”  sin compromiso institucional alguno; y una ruptura entre sexualidad y amor, siendo el sexo un deseo o un juego de placer en el cual el amor puede aparecer o no.  De esta forma se consigue normalizar una vida sexual plena desligada de compromisos y de cualquier relación con la familia tradicional que conlleve una responsabilidad en este sentido.  Por ejemplo: se facilita el acceso de los adolescentes (menores de 18 años) a la vida sexual libre y sin represiones, podríamos decir que hasta se recomienda; e incluso se llega a permitir el aborto libre sin el permiso de sus padres.  Se promueven igualmente las “parejas de hecho” (convivir “maritalmente” pero sin ningún compromiso matrimonial), se defiende un presunto derecho a que la unión sentimental de dos homosexuales sea llamada “matrimonio” y tratada como tal, en todos los sentidos y ámbitos sociales por una legislación cambiada expresamente para conseguir dicho objetivo; por último, se agiliza el divorcio con el llamado “divorcio express”, es decir, con la simple petición de uno de los contrayentes, y sin necesidad de ofrecer un motivo válido para tal solicitud, legalizando así el repudio, algo que el mundo occidental había considerado siempre como un acto gravemente injusto, y que ahora está siendo presentado como una forma rápida de divorcio.

            Dichas rupturas conllevan, por un lado, la degradación de la dignidad del matrimonio, que viene equiparado con uniones que nada tiene en común con él, como es la libre convivencia o el matrimonio entre personas del mismo sexo. Por otro, la introducción en la conciencia social de un desprestigio de la relación conyugal entre un hombre y una mujer.

Ruptura de la sexualidad

de todo proyecto existencial de la persona.

Promoción de la ideología de género          

Como hemos visto la llamada “ideología de género” intenta alcanzar la igualdad plena entre el hombre y la mujer a través de la desaparición de cualquier diferencia, sustituyendo la naturaleza sexuada del ser humano por la tendencia sexual, realizando así una obra de ingeniería social y cultural. Sin embargo, no es ése el camino de la igualdad, pues hunde a ambos en una “guerra” de sexos, que en la práctica desemboca en un “feminismo” tan rechazable como el “machismo” que pretendidamente intenta superar).  La dimensión sexuada del ser humano viene negada y combatida, intentando así obtener una ruptura de la sexualidad de todo proyecto existencial de la persona. Ya no se habla de sexo, sino de género, que es una construcción cultural en cierto sentido distinta del sexo. No se habla de hombre y mujer, sino de masculino, femenino y neutro.

Ahora, mediante la ideología de género es posible afirmar que el ser sexuado de una forma concreta no es algo constitutivo para establecer una diferencia entre un hombre y una mujer, sino que la identidad sexual del ser humano viene definida por el resultado de su propia voluntad, el de su propia elección, al margen, e incluso en contra, de su propia conformación morfológica. Ahora es posible disociar lo que biológica y constitutivamente se es en realidad por lo que libremente se decide ser, por aquello que se construye cultural y socialmente. Ahora es posible determinar el ser a partir del existir.

Después de lo dicho, es claro que tal ideología parte de dos supuestos abstractos e irreales: el primero consiste en la idea de que el ser humano no tiene una naturaleza como tal fijamente estructurada, o si la tiene, ésta es irrelevante para ser considerada como definitorio de lo humano y por supuesto como intangible o definitiva; el segundo, en la afirmación de que la relación entre hombre y mujer –con clara inspiración en la ideología marxista y su tesis central de la “lucha de clases” como clave que explica el devenir de la sociedad- es expresión de un conflicto por el poder. Ambos supuestos llevan a la confusión entre identidad sexual y preferencias sexuales.

Ruptura amor –sexo- procreación

El ataque a la procreación viene especialmente concretizado contra la maternidad mediante el derecho al aborto o el desarrollo de técnicas de reproducción artificial, donde la maternidad se identifica cada vez más con “producir un niño” o simplemente criarlo, una vez obtenido el hijo mediante un “vientre de alquiler”, práctica que está aumentando en el entorno de parejas homosexuales, lo cual lleva consigo –además del problema de educación del niño/a así adoptado-la perversión del instinto materno en la mujer que se presta, llevada por intereses económicos  a “alquilar” su mismo seno, manteniendo una relación falsa con el ser que ha engendrado, al que después abandona cediéndolo a otros.

 Si la revolución sexual quería promover el sexo desligado del hijo, cada vez es más posible obtener (podríamos decir “producir”) un hijo sin sexo. Esto está originando una mayor conciencia de la separación entre sexualidad y procreación, y tiene como consecuencia a la vez, una creciente tendencia a la selección del hijo según los deseos de los padres (o de los “compradores”).

La separación entre procreación y sexualidad representa una herida profunda a la naturaleza humana y a la familia. A la naturaleza, porque transforma al hijo en un producto, insinuando la idea de que la vida pueda ser una producción humana. A la sociedad, porque la nueva vida presupone sólo una capacidad técnica y no un contexto de amor de pareja. De hecho, la fecundación “in vitro” se puede realizar también mediante “donantes” de espermatozoides o de ovocitos externos a la pareja; puede ser satisfecho el deseo de tener un hijo por parte de dos mujeres o de dos hombres; se puede implantar el embrión en el útero de una tercera mujer que puede hacerlo por dinero, haciendo de madre de alquiler.

La familia natural es así des-construida y reconstruida artificialmente de muchas formas, siguiendo los deseos de cada individuo. La maternidad y la paternidad se multiplican: está la genética, la biológica y la social. Desde el punto de vista técnico, hoy un niño puede tener hasta seis padres. De la misma forma, también la filiación se multiplica y asume muchas facetas.

Los derechos del niño a una familia compuesta por un hombre y una mujer unidos por un pacto duradero de amor recíproco son negados, con innumerables consecuencias negativas en el plano psicológico y de la maduración personal; y con nuevas formas de malestar y de inadaptación, que además supone ingentes costes para la comunidad.

En resumen, los ataques sufridos por la familia están dando lugar a una transformación social plena en la que el papel de la familia tradicional, transmisora de un proyecto de vida en  común, de la complementariedad de hombre y mujer, el don de los hijos y los valores de la vida se consideran trasnochados y hay que combatir  en pro de unos pretendidos derechos de colectivos minoritarios, cuya resolución incide negativamente en el conjunto de la sociedad a través de la desvirtuación de la imagen familiar.

Pero ante dicha transformación surge irremediablemente la pregunta sobre el hombre. Es decir, ¿responde realmente el ser del hombre a ese programa o todo él está cimentado en una verdad a medias sobre el mismo y por tanto, está en peligro la humanización de la sociedad?

El matrimonio cristiano una esperanza social

Como cristianos la respuesta al reto antropológico que nos plantea nuestra sociedad será buscar caminos que muestren la verdad de la persona humana. La ideología de género no se vence “multiplicando los ataques al mundo decadente”, sino proponiendo caminos de verdad, coherencia, racionalidad, plenitud y felicidad. No caigamos en la trampa de desgastarnos en lamentos autodefensivos, en lugar de despertar una creatividad misionera. Y para ello nada mejor que seguir el espíritu de Amoris Laetitia, donde el Papa Francisco nos invita a dar una respuesta a los desafíos actuales, afirmando que en todas las situaciones, “la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza [...] Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la búsqueda que impregna la existencia humana” (AL 57) Es por ello necesario hacer resonar siempre el primer anuncio, que es «lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario», y «debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora» Es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra.  Y lógicamente el mejor kerigma ante la ideología de género sigue siendo la encarnación del amor cristiano.

Por otra parte a nivel pastoral es imprescindible tener presentes esta nueva realidad para poder comprender y tener en cuenta las limitaciones y condicionamiento que padecen las personas para vivir el matrimonio y la familia. Es esta realidad la que lleva a Francisco en el capítulo VIII a discernir las condiciones subjetivas, las circunstancias personales y las situaciones complejas en las que se encuentran las personas; porque es sumamente importante para valorar su responsabilidad, que puede quedar atenuada o disminuida en no poca medida a causa de ellas. Al mismo tiempo hay que tener presente que la misión de la Iglesia consiste, entre otras cosas, que los heridos, cansados o frustrados en sus relaciones humanas y afectivas puedan volver a sentir la belleza el matrimonio y a experimentar la alegría del amor que da vida y se vive en la familia (AL 1; 165).  Es necesaria una Iglesia cimentada fuertemente en la misericordia.

Igualmente debemos agradecer que la mayor parte de la gente valora las relaciones familiares que quieren permanecer en el tiempo y que aseguran el respeto al otro. Por eso, se aprecia que la Iglesia ofrezca espacios de acompañamiento y asesoramiento sobre cuestiones relacionadas con el crecimiento del amor, la superación de los conflictos o la educación de los hijos. Muchos estiman la fuerza de la gracia que experimentan en la Reconciliación sacramental y en la Eucaristía, que les permite sobrellevar los desafíos del matrimonio y la familia (AL.38).

Podemos señalar dos líneas de actuación pastoral. Una destinada a fortalecer el matrimonio y la otra a dar respuesta a las nuevas situaciones.

Fortalecer el matrimonio.

            En primer lugar, más que centrarnos como prioritario en las dificultades familiares hay que fortalecer a la familia cristiana. Así el Papa remarca que “hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas” (AL 307).           

Partiendo de que la familia hay que construirla día a día, la exhortación propondrá una primera línea cuyo objetivo es la de estimular el crecimiento del amor de los esposos. Francisco insiste a diestra y siniestra que “todo esto se realiza en un camino de permanente crecimiento. Esta forma tan particular de amor que es el matrimonio, está llamada a una constante maduración”. Nos recuerda que “el amor que no crece comienza a correr riesgos, y sólo podemos crecer respondiendo a la gracia divina con más actos de amor, con actos de cariño más frecuentes, más intensos, más generosos, más tiernos, más alegres (AL 134).           

El amor matrimonial no se cuida ante todo hablando de la indisolubilidad como una obligación, o repitiendo una doctrina, sino afianzándolo gracias a un crecimiento constante bajo el impulso de la gracia. Nunca “podremos alentar un camino de fidelidad y de entrega recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la profundización del amor conyugal y familiar” (AL 89). El Papa remarca que “hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas” (AL 307). Entonces el gran objetivo es alentar acciones pastorales orientadas a ayudar a los matrimonios a crecer en el amor, desarrollar ante todo una pastoral del vínculo, donde se aporten elementos que ayuden tanto a madurar el amor como a superar los momentos duros" (AL 208-211). Del mismo modo, “la espiritualidad matrimonial es una espiritualidad del vínculo habitado por el amor divino” (AL 315).           

Partiendo de que la familia hay que construirla día a día, la exhortación propondrá una primera línea cuyo objetivo es la de estimular el crecimiento del amor de los esposos. Francisco insiste a diestra y siniestra que todo esto se realiza en un camino de permanente crecimiento. Esta forma tan particular de amor que es el matrimonio, está llamada a una constante maduración . Nos recuerda que “el amor que no crece comienza a correr riesgos, y sólo podemos crecer respondiendo a la gracia divina con más actos de amor, con actos de cariño más frecuentes, más intensos, más generosos, más tiernos, más alegres” (AL 134).

En ese camino del amor no se excluyen la sexualidad y el erotismo, ya que Dios mismo creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso y la dimensión erótica del amor es un don de Dios que embellece el encuentro de los esposos. Francisco asombra a muchos al decir que la unión sexual es “camino de crecimiento en la vida de la gracia para los esposos” (AL 74). Por lo tanto, la educación y maduración de la sexualidad conyugal no es la negación o destrucción del deseo sino su dilatación y su perfeccionamiento. (AL 149-152).

El documento destaca la necesidad de presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de ayudar a los jóvenes a descubrir el valor y la riqueza del matrimonio y de tocar las fibras más íntimas de los jóvenes, allí donde son más capaces de generosidad, de compromiso, de amor e incluso de heroísmo, para invitarles a aceptar con entusiasmo y valentía el desafío del matrimonio. Pero concreta esta propuesta como una pedagogía del amor que no puede ignorar la sensibilidad actual de los jóvenes, en orden a movilizarlos interiormente (Cf. AL 35-40 y 205-211).

Pastoral ante las nuevas situaciones

            Por último, Amoris Laetitia ofrece esperanza y esperanza en abundancia. No es una lista de reglas o de condenas sino un llamamiento a la aceptación y al acompañamiento, a la participación y a la integración. Incluso cuando las personas – por muchas razones diferentes – no han sido capaces de cumplir con las exigencias de la enseñanza de Cristo, la Iglesia y sus ministros quieren estar a su lado para ayudarlas en su camino. “El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero.”(AL 296).

            Se alienta un movimiento de acercamiento a las diversas situaciones con una perspectiva realista y cuidadosa de las personas. Se propone claramente un camino: “Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar… El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración… El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero… Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita” (AL 296). Son numerosísimas las exhortaciones a recorrer este camino: inclusión, misericordia, compasión, amor, cuidado, ternura (Cf AL 47, 52, 128, 58, 59, 243, 246, 291, 294, 297, 299, 308,). “Comprendo –dice el papa- a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad” (308).

Son varias las nuevas situaciones que señala el Papa, que afirma que hay que iluminar, en todos los estadios de la vida, las crisis, las angustias, las dificultades, el curar las viejas heridas y el saber acompañar rupturas y divorcios (AL 231- 241).

           Hay que prestar especial atención a algunas situaciones complejas: matrimonios mixtos (católicos y otros bautizados cristianos), de disparidad de cultos (católicos y otras religiones), casos en los que se celebró el matrimonio antes de la conversión de un cónyuge, uniones de personas del mismo sexo (n. 251), familias monoparentales (Cf AL 247-252). Sólo una aproximación madura y seriamente ponderada a tales estados de vida permite formular, en definitiva, juicios morales correctos sobre los sujetos que tienen tales tendencias y procurarles un apoyo concreto para aceptar su condición y expresar, dentro de ella, posibilidades positivas de crecimiento.

Conclusión

            Ante la realidad cultural y antropológica en que nos encontramos Francisco, mirando a la Iglesia la invita a no tener miedo a proponer el matrimonio con toda su verdad. La Iglesia no puede renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad. Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece (Cf. AL 35).

            Concluyendo, podemos decir que el gran reto de la familia es en primer lugar iluminar desde la fe y la verdad revelada la aventura maravillosa del matrimonio y la familia cristiana. Dejar claro que desde la fe no se defiende un matrimonio tradicional, sino cristiano. Un matrimonio que va creciendo en gracia.

           La propuesta de Francisco es muy exigente. Sería más fácil o cómodo aplicar normas de modo rígido y universal, pretender que todo sea blanco o negro, o partir de algunas convicciones generales y derivar conclusiones inamovibles sin tener en cuenta la complejidad de la realidad y la vida concreta de las personas. Pero esa rigidez cómoda puede ser una traición al corazón del Evangelio: “A veces nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa es la peor manera de licuar el Evangelio” (311). En esta visión propuesta por AL resulta lógicamente importante el acompañar las situaciones irregulares y promover los valores tanto en el caso en que puedan progresar hacia el matrimonio, como en aquellos en que, aun siendo esto último imposible, exista la posibilidad de un crecimiento en el amor. Muchas gracias.


[1] CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Instrucción Pastoral La Familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, 2001, n. 21.

[2] CF. Evangelii Gaudium, 66.

[3] Cf. TREVIJANO, P., Relativismo e Ideología de Género, Voz de Papel 2015.

[4] BENEDICTO XVI, Discurso a la plenaria de Cor Unum, Vaticano 19-1-2013.

[5]MARGUERITE A. PEETERS, Marion-ética. Los expertos de la ONU imponen su ley, Rialp 2011.

[6] El problema de convertir al hombre al deseo es saber si realmente esto conlleva la libertad o a la esclavitud de los medios de comunicación. De hecho, esa antropología del deseo plantea los siguientes interrogantes e incoherencias relativas a la libertad:

1.- Hasta qué punto el hombre es libre ante el poder de la ciencia de la comunicación, que es capaz de poner en las manos de quien los controla el inducir los deseos funcionales. Es decir, no se producen bienes para satisfacer los deseos, sino que se producen deseos para satisfacer las exigencias de producción, llegándose así a poder afirmar que el hombre de hoy se encuentra realmente amenazado por la potencia que él mismo ha creado para ser más libre.

2.- Hasta qué punto la biotecnología es una ayuda para el hombre y no una amenaza. Si en la modernidad se podía hablar de la ciencia como una construcción, en la postmodernidad ésta se ha convertido en una empresa, manejada con la lógica de la eficiencia y ordenada a una lógica de lucro. La tecnociencia ha devenido en una empresa para la empresa. El productivismo pone a nuestra disposición de modo directo o encubierto una serie de artificios y tecnologías sin que nosotros podamos verificar si son necesarias para vivir mejor o para sufrir menos y sin que podamos cuestionar la ganancia o la pérdida social que resulta de ellas. Más allá de las simples necesidades, se demanda a la ciencia y a la sociedad para que atienda los deseos más fantasmagóricos que nunca logran ser satisfechos, convirtiendo así la medicina en una amenaza para el hombre en vez de un servicio. El hombre o al menos una de sus dimensiones constitutivas vienen expuestos y disponibles al poder de la técnica.

3.- Hasta qué punto la antropología del género no es una amenaza a la dignidad. De hecho la visión antropológica defendida por la ideología de género, nos lleva a negar la dignidad a aquellos seres humanos que dependen totalmente de otros y que no pueden manifestar su individualismo entendido como capacidad de elegir. Lógicamente, los embriones no son personas, ni los que sufren una grave invalidez mental o los que sufren demencia senil en los asilos. Por tanto, todos esos grupos humanos, en principio, pueden ser entregados a la muerte, así como también otros, cuando concurran motivos de carácter sociopolítico o de higiene social.

 

¡Está usted usando un navegador desfasado!

Hemos detectado que está usando Internet Explorer en su ordenador para navegar en esta web. Internet Explorer es un antiguo navegador que no es compatible con nuestra página web y Microsoft aconseja dejar de usarlo ya que presenta diversas vulnerabilidades. Para el uso adecuado de esta web tiene que usar alguno de los navegadores seguros y que se siguen actualizando a día de hoy como por ejemplo: