19-09-2024 Jueves, XXIV semana - tiempo ordinario
30/07/2024

Artículo: Orientaciones para una Bioética humanista


Orientaciones para una Bioética humanista

Es para mí una alegría poder participar en esta obra en honor del Cardenal Osoro con motivo de haber recibido el premio humanidades de la paz y la concordia. Al proponerme un tema libre he visto bien abordar el avance biotecnológico y dar unas pinceladas que esboce un camino de humanización de la misma.

El avance biotecnológico ha puesto sobre la mesa nuevos horizontes de conocimientos y de aplicaciones en el campo de la biomedicina que, sin duda, contribuyen al bienestar de la humanidad. Pero, al mismo tiempo, ha abierto la posibilidad de poder manipular el ecosistema e incluso la propia vida humana, originando una amenaza para la dignidad y los derechos del hombre, planteando el problema no de la bondad de los avances biomédicos y de la investigación científica, sino de la forma de acercarse y venerar a esa realidad que es el ser humano. Ante esta situación es necesario reflexionar seriamente si el límite debe estar marcado por lo técnicamente posible.

Es decir, el hombre necesita de una reflexión ética que ayude a defender su dignidad. Necesita saber: ¿cuáles son los límites sobre la vida tanto humana como no humana? Y si ¿Se debe o no hacer todo lo técnicamente posible? Es responder a estas preguntas el cometido de la Bioética. A su vez, la respuesta a las mismas supone identificar los valores y principios que orienten la conducta humana en el campo de la vida y de la salud. Es fundamental determinar los fundamentos antropológicos y las concepciones filosóficas de la Ética, ya que ellos, como veremos, serán claves para responder a los nuevos problemas que suscitan los avances biotecnológicos, pues como bien afirmaba la Encíclica Caritas in Veritate,

“hoy la cuestión biotecnológica se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica, en el sentido de que implica no sólo el modo mismo de concebir, sino también de manipular la vida, cada día más expuesta por la biotecnología a la intervención del hombre”[1]

Serán dichos fundamentos el objetivo de nuestro estudio en el que intentaremos realizar una mirada rápida sobre el marco en el que se sitúa el debate bioético actual y, a partir de los mismos, proponer algunas orientaciones que ayuden a construir una ciencia biomédica capaz de respetar la dignidad y la igualdad de todos los seres humanos.

I.- Los cimientos filosóficos y antropológicos

de la Bioética

Teniendo claro que no hay neutralidad de la ciencia, podemos afirmar que a la hora de abordar los problemas que suscitan los avances biotecnológicos son claves los fundamentos metafísicos, antropológicos y éticos en los que se construye la respuesta bioética. Es esto lo que deja claro la instrucción Dignitas Personae cuando afirma:

“En el variado panorama filosófico y científico actual es posible constatar de hecho una amplia y calificada presencia de científicos y filósofos que, en el espíritu del juramento de Hipócrates, ven en la ciencia médica un servicio a la fragilidad del hombre, para curar las enfermedades, aliviar el sufrimiento y extender los cuidados necesarios de modo equitativo a toda la humanidad. Pero no faltan representantes de los campos de la filosofía y de la ciencia que consideran el creciente desarrollo de las tecnologías biomédicas desde un punto de vista sustancialmente eugenésico”[2].

Como podemos ver no es el avance científico el problema, sino más concretamente el marco científico- filosófico que da lugar a una aplicación eugenésica de la biotecnología.

1.-   Una bioética eugenésica

Denominamos así la Bioética que encuentra sus cimientos en un marco de pensamiento ateo-materialista, que aborda las cuestiones sobre el ser y el sentido de la vida humana exclusivamente desde el método científico, negando toda antropología existencial y metafísica, reduciendo a al hombre al mero sustrato material del mismo y negándole toda trascendencia. Esto da lugar a una antropología individualista, materialista y subjetivista que conlleva hacer reposar la dignidad del ser humano exclusivamente en las manifestaciones corporales visibles, olvidando la dimensión espiritual del ser humano. La vida, por tanto, viene reducida a una mera propiedad inmanente de ciertos seres, sin un valor especial, y sobre el que deben prevalecer la libertad y el bienestar de los adultos o la salud de otras personas. La vida no vale más que para gozarla sensitivamente o para librarse de ella si el placer es imposible o improbable, cayendo así en la tentación de negar la trascendencia del ser humano. Y por tanto, la exclusión de toda referencia a la espiritualidad de la persona.

Lógicamente en este marco hay una gran dificultad para concebir al cuerpo humano en sus primeros momentos como cuerpo personal y, por tanto, para reconocer la dignidad a todos los seres humanos. Esto conlleva la necesidad de demostrar que todo ser humano es persona.

Las consecuencias de esto en el campo relacionado con la Bioética son múltiples. Así tenemos:

a) En el momento en que se tiene un cuerpo que no es visto como persona, éste puede ser siempre visto como útil, como posible objeto de uso para los propios objetivos o para los fines de otros. Nada impide la manipulación de los seres humanos que se determinen que no son personas.

b) Este dualismo cuerpo-persona trae como consecuencia la vivencia de una sexualidad despersonalizada e instrumentalizada. Aparece como una simple ocasión de placer y no como la realización de sí, ni como expresión de un amor que, en la medida en que es verdadero, acoge íntegramente al otro y se abre a la riqueza de vida de la que es portador: a su hijo que será también el propio hijo.

c) No existe una diferencia fundamental, esencial, entre el hombre y los animales. El hombre es un puro ser material, un animal, aunque más evolucionado. Se borra toda distinción entre el hombre y los animales, pues “todo ser vivo capaz de sentir placer o dolor es persona[3], no sólo el ser humano.

II.- Una biotecnología al servicio de la humanidad   

Una vez expuesta la Bioética cimentada en el ateísmo materialista cuyo único objetivo es justificar todo lo técnicamente posible, alimentando una mentalidad que provoca millones de abortos, que defiende la eutanasia como salida y solución ante el misterio de la enfermedad y del sufrimiento, que sustituye los procesos naturales de la procreación, borra los límites de la identidad genética de la humanidad y sueña con alcanzar la clonación y la hibridación humana, alimentando un nuevo transhumanismo[4], y siendo conscientes de que no podemos ser ajenos a la misma, pasaremos a plantear algunas orientaciones para lograr una ciencia al servicio de todos.

II. 1.- La necesidad de proponer un humanismo trascendente.

Benedicto XVI afirma que

“los avances biotecnológicos lo que nos plantea es la cuestión de si el hombre es producto de sí mismo o si depende de Dios. Lo que está en juego es la aceptación de una razón abierta a la trascendencia o una razón encerrada en la inmanencia. Es también, esta pregunta la que tiene de fondo toda la reflexión bioética que se presenta como un campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral”[5].

Cuando hemos analizado la Bioética eugenésica hemos podido comprobar que la cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo, que olvida al Creador y niega toda trascendencia corre el peligro de olvidar valores humanos.

Ante esta realidad, pensamos que es necesario articular un humanismo abierto a la trascendencia, que obligue al hombre a abrir las fronteras del subjetivismo materialista, forjando un pensamiento nuevo y sacando nuevas energías al servicio de un humanismo íntegro y verdadero. Solamente un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil —en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el ethos—, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento, pues, como Pablo VI nos lo recordó en la Populorum progressio, el hombre no es capaz de gobernar por sí mismo su propio progreso, porque él solo no puede fundar un verdadero humanismo.

Pero, desde nuestro ser cristiano, no sólo propondría un humanismo abierto a la trascendencia, sino un humanismo cristiano, ya que Cristo revela el hombre al hombre y, por tanto, me atrevo a reivindicar un humanismo iluminado por Jesús de Nazaret, que vivifique la caridad, la solidaridad con los más débiles y que se deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra como un don permanente de Dios. Un humanismo que suscite la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa.

II. 2.-  Recuperar un concepto teleológico de naturaleza.

Todos los hombres tienen experiencia de tantos aspectos inmateriales y espirituales de su vida. De hecho, en todo conocimiento y acto de amor, el alma del hombre experimenta un «más» que se asemeja mucho a un don recibido, a una altura a la que se nos lleva.  Conocer no es sólo un acto material, porque lo conocido esconde siempre algo que va más allá del dato empírico. Todo conocimiento, hasta el más simple, es siempre un pequeño prodigio, porque nunca se explica completamente con los elementos materiales que empleamos. En toda verdad hay siempre algo más de lo que cabía esperar, en el amor que recibimos hay siempre algo que nos sorprende.

Ante esta realidad se necesitan unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el desarrollo ese «algo más» que la técnica no puede ofrecer. Por este camino se podrá conseguir aquel desarrollo humano e integral, cuyo criterio orientador se halla en la fuerza impulsora de la caridad en la verdad.

Es necesario reconocer que en la naturaleza hay algo más que un material bruto, susceptible de manipulación sin límite. Significa advertir que la naturaleza no se reduce a las abstracciones de la ciencia; que no agotamos lo que la naturaleza es juntando lo que nos dice la Física, la Química, la Biología y las demás ciencias particulares. Pues todas estas ciencias son ciencias empíricas, y en la naturaleza hay algo más que puro dato empírico: hay sentido. Y es esto la primera enseñanza de la fe en un Dios Creador de cielo y tierra, enseñanza por otra parte compartida por la mayoría de la población mundial.

II. 3.- Amor a la verdad

La amenaza a la dignidad y a la vida del hombre que conlleva el avance biotecnológico es imprescindible acudir a todo conocimiento que nos ayude a buscar la verdad sobre el hombre. Como afirmaba el Papa Francisco “La ciencia y la tecnología nos han ayudado a profundizar los límites del conocimiento de la naturaleza y, en particular, del ser humano. Pero una y otra no bastan, por sí solas, para dar todas las respuestas. Hoy nos damos cuenta cada vez más de que es necesario recurrir a los tesoros de la sabiduría que se conservan en las tradiciones religiosas, en la sabiduría popular, en la literatura y las artes, que llegan profundamente al misterio de la existencia humana, sin olvidar, sino al contrario, redescubriendo, las contenidas en la filosofía y en la teología”[6].

Y ese amor a la verdad conlleva un amor a la razón y una apertura a la fe

El amor a la razón

Dos elementos podemos destacar en  el amor a la razón

a.- En primer lugar es necesario realizar una llamada a la razón a descifrar el mensaje sobre la vida que está escrito de algún modo en el corazón mismo de cada varón y mujer, resuena en cada conciencia desde el principio, o sea, desde la misma creación, y puede ser conocido por la razón humana en sus aspectos esenciales.

De hecho, la dignidad de la persona es un concepto basado en su ser espiritual, gracias al cual se manifiesta como ser trascendente con respecto al mundo que lo rodea. La reivindicación de la dignidad del cuerpo como “sujeto”, y no simplemente como “objeto” material, se trata de una concepción unitaria del ser humano, que han enseñado muchas corrientes de pensamiento, desde la filosofía medieval hasta nuestro tiempo.

Desde esta perspectiva, tenemos la obligación de reivindicar desde el punto de vista racional que el respeto a la vida brota de ella misma, que se presenta como un bien personal y social. Como bien personal no podemos silenciar que toda vida humana además de su dimensión biológica tiene también un sentido más profundo, que se desarrolla más allá de lo estrictamente material y que la convierte en el bien más valioso y apreciado de todo ser humano. Como bien social la vida no es algo de propiedad individual y supera el ámbito de la pertenencia puesto que su contenido viene, en cada caso, producido y causado por algo ajeno a la propia voluntad[7].

b.- Al mismo tiempo, el respeto a la verdad exige una ciencia médica auténtica que tenga como fin ayudar a todos los seres humanos y que se guíe por la verdad de la racionalidad científica y filosófica. La ciencia no puede estar sometida a la opinión pública, y nadie osaría en calificarla como antidemocrática, fascista o políticamente incorrecta. Sería estúpido someter a votación la ley de la gravedad o el teorema de Pitágoras. La ciencia estudia, constata y demuestra; aceptarla o no supone convertirse en sabio o ignorante. La verdad no se convierte en falsedad, ni viceversa, aunque se empeñe la opinión pública.

La apertura a la fe de la razón

Desde la Iglesia católica se tiene claro que la razón necesita de la Revelación; la fe requiere la ayuda de la razón. La fe no sólo acoge y respeta lo que es humano, sino que también lo purifica, lo eleva y lo perfecciona. Dios, después de haber creado al hombre a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26), ha calificado su criatura como «muy buena» (Gn 1,31), para más tarde asumirla en el Hijo (cf. Jn 1,14). El Hijo de Dios, en el misterio de la Encarnación, confirmó la dignidad del cuerpo y del alma que constituyen el ser humano. Cristo no desdeñó la corporeidad humana, sino que reveló plenamente su sentido y valor: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (GS 22). En virtud de la Encarnación el cristianismo apela siempre a la común condición humana y a la razón de todos aquellos que buscan la verdad.

Desde esta visión la vida humana es concebida como un don de Dios. Es el don más precioso recibido por Dios. Las reacciones a este don es amarla, cuidarla y defenderla, pues es el vínculo más fuerte con Dios. El autor de la vida es el propio Dios, que inspiró en el rostro del hombre un soplo de vida (cfr. Gén. 2, 7); de ahí que solamente Dios sea dueño de la vida y de la muerte (cfr. Dt. 32, 39).

Conclusión

Si en la modernidad se podía hablar de la ciencia como una construcción, en la postmodernidad ésta se ha convertido en una empresa, manejada con la lógica de la eficacia y ordenada a una lógica de lucro. La tecnociencia ha devenido en una empresa para la empresa. El productivismo pone a nuestra disposición de modo directo o encubierto una serie de artificios y tecnologías sin que nosotros podamos verificar si son necesarias para vivir mejor o para sufrir menos y sin que podamos cuestionar la ganancia o la pérdida social que resulta de ellas. La tecnología trae la posibilidad de abrir de par en par la puerta del consumismo y del materialismo, reduciendo la realidad y el sentido de la vida humana al campo de los deseos.

Ante esa amenaza de someter toda realidad a la dictadura del materialismo es necesario hoy más que nunca defender los principios de la justicia y del respeto con los que hay que tratar a cada ser humano. La sociedad no puede seguir favoreciendo desigualdades injustas en la que millones de seres humanos serán sometidos a la prepotencia de algunos y vendrán usados como “números” para garantizar el nacimiento o la curación de unos pocos afortunados. No es posible construir una sociedad justa si el existir determina el ser.  Como afirmaba el papa Francisco: “Permítanme que les recuerde que las ciencias y las tecnologías están hechas para el hombre y para el mundo, no el hombre y el mundo para las ciencias y las tecnologías. Están al servicio de una vida digna y sana para todos, ahora y en el futuro, y para hacer nuestra casa común más habitable y solidaria, más cuidada y custodiada”[8].

Por último, dejar claro que lo que mueve a la Iglesia es el amor a la vida y la dignidad humana. Pretende ser un servicio a nuestro mundo necesitado, hoy como siempre, de principios éticos que nos lleven a la justicia y respeto que merece cada uno de los seres humanos, también de los que son todavía embriones, seres pequeños que inician el camino de la aventura humana. Igualmente no tiene más interés que promover un verdadero progreso de las ciencias, para la  promoción al bien de las personas y al bien común que es fruto del amor a la vida y a la dignidad humana.                    

 

+ José Mazuelos,

Obispo de Canarias

 


[1] BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Caritas in Veritate, n. 75.

[2] CONGREGACIÓN DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Dignitas Personae, n.2

[3] Es esta la tesis defendida por Peter Singer que opta por una línea claramente utilitarista. Cf. P. SINGER, Practical ethics, Cambridge University Press, Cambridge 1993.

[4] Postigo Solana, E., Transumanesimo e postumano: principi teorici e implicazioni bioetiche, Medicina e Morale 2 (2009) 271-287.

[5] BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Caritas in Veritate, n. 74.

[6]Discurso del Santo Padre Francisco a los Participantes en la Plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura, Sábado, 18 de noviembre de 2017.

[7] En relación a esto es interesante la conexión que hace el Papa Francisco entre humanismo y ecología social. Cf. Encíclica Laudato Sii, n. 138- 142.

[8] Discurso del Santo Padre Francisco a los miembros del Comité Nacional de Bioseguridad, Biotecnologías y Ciencias de la Vida, Lunes 10 de abril de 2017

 

¡Está usted usando un navegador desfasado!

Hemos detectado que está usando Internet Explorer en su ordenador para navegar en esta web. Internet Explorer es un antiguo navegador que no es compatible con nuestra página web y Microsoft aconseja dejar de usarlo ya que presenta diversas vulnerabilidades. Para el uso adecuado de esta web tiene que usar alguno de los navegadores seguros y que se siguen actualizando a día de hoy como por ejemplo: