Homilía Ordenación Diaconal
de Daniel Romero y Juan Medina
Santa Iglesia Catedral, Sabado 29 de Junio de 2024
Sr. Obispo Auxiliar; Cabildo Catedral; Rector del Seminario y Formadores; hermanos sacerdotes, religiosos/as; Párrocos y feligreses de la Parroquia de Santa María del Pino de Las Palmas de Gran Canaria y Santa Elena de San Bartolomé de Lanzarote donde disteis vuestros primeros pasos como cristianos, feligreses de las parroquias donde han estado formándose pastoralmente los nuevos diáconos; familiares y amigos de Daniel y Juan, queridos todos en el Señor.
Nuestra Iglesia Diocesana se alegra hoy de poder celebrar esta ordenación diaconal en esta solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo. Tras estos años de formación en el seminario ha llegado el momento de decir sí al Señor, de manera alegre y generosa para entregaros sin reservas por la causa del Evangelio. Al mismo tiempo, la Iglesia, por medio de este sacramento que vais a recibir, os llama y os capacita para la misión específica del servicio como un día hizo el Señor con Pedro y Pablo.
Y teniendo de fondo las figuras de estos apóstoles, quiero invitaros a reflexionar juntos en la importancia de algunos elementos que constituyen el rito de la ordenación y que define el ser y quehacer de los diáconos en la Iglesia.
Bautismo
En primer lugar, el hecho de la presencia de vuestras familias, Iglesias domésticas y de vuestras parroquias de origen nos hablan de bautismo. Y es fundamental tener siempre cimentado el ministerio del orden en el bautismo por el bautismo hemos sido consagrados a Dios, nuestras vidas han sido puesta en sus manos y ahí radica que nuestra primera llamada sea la santidad. Ser santos significa conformarse a Jesús y dejar que nuestra vida palpite con sus mismos sentimientos (cf. Flp 2,15). Sólo cuando buscamos amar como Jesús amó, hacemos también visible a Dios y realizamos así nuestra vocación a la santidad. Con cuánta razón san Juan Pablo II nos recordaba que «el sacerdote, como la Iglesia, debe crecer en la conciencia de su permanente necesidad de ser evangelizado» (Exort. ap. post sinodal, Pastores Dabo Vobis, 25 marzo 1992, 26).
Pues bien, hoy damos un salto más en el camino que se inició en el bautismo donde Dios os llamó a poner vuestras vidas en sus manos. Y fruto de esa experiencia de confiaros a Dios pudisteis descubrir, como Pedro y Pablo, la invitación del Señor que, lleno de amor, os dijo personalmente SIGUEME, y esa llamada os llevó al seminario para comenzar el camino al ministerio sacerdotal.
Es esto lo que hemos expresado con el gesto con el que hemos comenzado el rito de ordenación, en el que el Rector del Seminario y en nombre de la comunidad os ha presentado como candidatos ante mí, y yo en nombre de Dios, he expresado la aceptación. Una aceptación que genera en la misma comunidad alegría y gozo. Este rito expresa la llamada de Dios y a la vez la incorporación y comunión al cuerpo eclesial de Cristo, manifestándoos que no estáis solo, sino que os acompaña toda la Iglesia. La Iglesia de dónde has salido y la Iglesia a la cual servirá. Te acompaña la Iglesia Domestica, es decir tu familia representada de forma especial por tus padres y tus hermanos. Vuestras parroquias y toda la Diócesis, ya que, al recibir la sagrada ordenación, entrareis a formar parte de la comunión ministerial y quedáis vinculado sacramentalmente a esta Iglesia local, a la que debéis entregaros y a la que debéis amar.
En este sentido, retomando las palabras del Papa Francisco os digo: “El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar. Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo. De esa manera, descubre «las aspiraciones, las riquezas y los límites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo, que distinguen a tal o cual conjunto humano», prestando atención «al pueblo concreto con sus signos y símbolos, y respondiendo a las cuestiones que plantea»” (EG, 154).
Tener presente el bautismo os ayudará a no olvidaros nunca que la vocación no es una elección como si se tratara de una carrera profesional, sino que es siempre y, en primer término, una llamada de lo alto fruto del designio amoroso de Dios sobre cada uno de sus hijos, designio que proviene desde antes de todos los siglos.
Y esta certeza es motivo para entrar en la humildad y en la contemplación ante el misterio del amor de Dios que supone la llamada y la elección que te ha hecho el Buen Pastor, que como un día hizo con Pedro y Pablo, hoy pronuncia tu nombre y te llama a una misión muy singular: Sígueme en el ministerio del orden diaconal y en el sacerdocio.
Al mismo tiempo, si la vocación no es algo privado, sino que es un don de lo alto, tendremos claro que la iniciativa viene siempre de Dios. El hecho de subrayar la iniciativa divina, afirma el Papa Francisco, coloca al presbítero en la dimensión de elegido-enviado, es decir dentro de un horizonte, permítaseme la palabra, “pasivo”, en el cual el protagonista principal es el Señor.
Imposición de manos
Un segundo aspecto que quiero resaltar es la invocación del Espíritu, la imposición de manos del obispo y la plegaria de ordenación. La invocación y la imposición de manos significan que la llamada la hace Dios y Él la sella con su gracia santificante. Por tanto, esa imposición de manos te tiene que llevar al descanso, pues es Dios el que va por delante de ti, es Él el que te ayudará a llevar a buen término tu ministerio. Eso sí, tú deberás renovar cada día la disponibilidad y la apertura a la gracia que vives hoy ofreciendo libremente tu vida al servicio de la Iglesia. Es eso lo que descubrimos en las lecturas que hemos escuchado donde Pedro esa liberado de las cadenas y San Pablo dirigiéndose a Timoteo testifica “el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos” (2ºTm, 4,17). Por tanto, hay que vencer día a día la tentación de mirarnos a nosotros y hacer reposar el ministerio en nuestras fuerzas como le pasó a Pedro caminando sobre las aguas.
La misión
La plegaria de ordenación diaconal que escucharemos, después de recordar que Dios ha constituido tres órdenes al servicio de su nombre, invoca a Dios Padre para que vierta sobre los nuevos diáconos el don del Espíritu Santo, para que ejerza el ministerio, por eso se pide que sea fortalecido con los sietes dones, los dones mesiánicos que ha profetizado el profeta Isaías: “Espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, espíritu de temor del Señor” (cf. Is 11, 1-3). De dicha plegaria se delinean de manera implícita las funciones a ejercer por los diáconos. —Reza la plegaria—: “Que resplandezca en ellos un estilo de vida evangélica, un amor sincero, solicitud por pobres y enfermos, una autoridad discreta una pureza sin tacha y una observancia de sus obligaciones espirituales” (Plegaria de ordenación diaconal, Ritual de ordenes). Es decir, llegamos así a la misión que es la razón de ser de esta ordenación.
La función diaconal
Y ¿cuál esa función diaconal? Tres elementos destacamos.
En primer lugar, tiene el oficio de ENSEÑAR, mediante la predicación de la Palabra. El diácono está llamado a proclamar la Escritura, la Palabra de Dios, e instruir y exhortar al pueblo. Es proclamar día a día con Pedro “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,14). Y para ello es necesario escuchadla y vivirla previamente para, como nos dice el Papa Francisco, no caer en la la mundanidad espiritual.
Hagamos caso a la denuncia profética del Santo Padre Francisco: “¡No nos dejemos robar el Evangelio!” (EG, 97). Para ello es necesario que física y espiritualmente el Evangelio sea el centro de nuestra vida; sea el amigo que nos acompañe donde quiera que vayamos; sea el lugar desde donde la vida personal y ministerial tenga su centro y su culmen. “El predicador «debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva». Nos hace bien renovar cada día, cada domingo, nuestro fervor al preparar la homilía, y verificar si en nosotros mismos crece el amor por la Palabra que predicamos. No es bueno olvidar que «en particular, la mayor o menor santidad del ministro influye realmente en el anuncio de la Palabra». Como dice san Pablo, «predicamos no buscando agradar a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones» (1 Ts 2,4). Si está vivo este deseo de escuchar primero nosotros la Palabra que tenemos que predicar, ésta se transmitirá de una manera u otra al Pueblo fiel de Dios: «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34). cf. EG, 149).
En segundo lugar, el Diacono tiene el oficio de REGIR, que se manifiesta particularmente en el servicio, pues se ejerce de forma especial en las obras de caridad y de asistencia, así como en la animación de comunidades a vivir la caridad (cfr. Normas Básicas, 9). Es este servicio a la caridad con mayúsculas una de las tareas fundamentales. Así que ya sabéis hay que luchar cada día por ir creciendo en las obras de misericordia. Y todo ello teniendo claro que el servicio de regir en la Iglesia es sinónimo de servir, pues como nos recuerda constantemente Jesucristo el Reino de Dios está cimentado en la humildad y en el servicio a los más necesitados.
Por otra parte, tiene el oficio de SANTIFICAR, que se desarrolla sobre todo por medio de la oración, recitando diariamente en nombre de la Iglesia la Liturgia de las Horas, haciéndoos portavoz ante Dios de las necesidades de todos los hombres. También esa misión santificadora la llevaréis adelante mediante la administración del sacramento del bautismo, en la distribución de la Eucaristía, en la asistencia y bendición de los matrimonios, en presidir el rito de los funerales y de la sepultura y en la administración de los sacramentales.
La ayuda de la Gracia
Y para llevar a delante la misión, como bien recogen la vida de los apóstoles Pedro y Pablo y las lecturas de esta solemnidad, viene en vuestra ayuda la Gracia que hará que vuestras vidas tengan una nueva configuración expresada por el celibato, la oración, el servicio a la eucaristía y la incorporación al presbiterio.
Como afirmaba la Presbyterorum Ordinis la promesa del celibato pondrá hoy un gozoso sello a vuestra entrega, “como signo y estímulo al mismo tiempo de la caridad pastoral y fuente particular de fecundidad espiritual en el mundo” (PO 16). Así que no os olvidéis que esa promesa vivida diariamente os llevará a crecer en la intimidad con el Señor y os dará fuerza y sentido a vuestra entrega por la humanidad y especialmente por los más necesitados. El celibato será un estímulo para buscar al Señor y os fortalecerá para ejercitar las obras de misericordia.
También será importante la oración personal y contemplativa, así como la eucaristía. De hecho, el ministerio del Diaconado que recibís tiene su centro y su raíz en la Eucaristía. Seréis ministros de la comunión eucarística y os disponéis para ser un día sacerdote, para renovar en nombre de Cristo y de la Iglesia el Sacrificio de Jesucristo. Como afirmaba San Josemaria Escrivá, en la Eucaristía, encontraréis el alimento para llevar adelante vuestra misión y en la eucaristía encontraréis una intimidad con Cristo única que os ayudará a entrar con Él en el servicio fiel a la voluntad del Padre y a la entrega generosa a los hombres.
Por último, queridos Daniel y Juan no os olvidéis nunca de las últimas palabras de Jesús a Pedro en la última cena cuando dijo que daría su vida por él y el Señor le hace la profecía de la negación, que no será las últimas palabras de Jesús en el cenáculo, sino que concluirá tras la profecía dirigiéndole una frase maravillosa “pero yo rezaré por ti para que tu fe no decaiga”. Pues ya sabéis no tengáis miedo a nada, pues como le dijo a Pedro os lo dice a vosotros, que Él intercede glorioso en el cielo para animaros y daros fuerzas, para que vayáis al mundo entero a anunciad el evangelio. Es decir, tened siempre presente que esta ordenación os da una gracia que os llevará a vivir una vida de amor y de servicio. No escatiméis en daros sin reserva por la causa del evangelio.
Os encomendamos a la Virgen María Nuestra Señora del Pino sabiendo que como buena madre os ayudará en vuestra nueva vida os cuidará en el camino. Y le pedimos a San José, que cuidó con amor de padre a Jesús en Nazaret haga surgir muchas y santas vocaciones al sacerdocio. Que así sea.
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